martes, 17 de diciembre de 2013

Prueba para realizar y saber cuánto amas en verdad a tu novio/a


Muerte de Francesca de Rímini y de Paolo Malatesta,
Alexandre Cabanel, 1871


         ¿Amas de verdad a tu novio/a? 
         Es decir, ¿amas, a quien puede ser tu futuro cónyuge, con el amor puro y casto de Jesucristo? ¿O en vez de amor, lo que experimentas es una mera atracción afectiva, sensitiva y carnal? Es importante saberlo, porque entre los dos extremos –amor de Cristo o pasión carnal- existe una gran diferencia, una diferencia insalvable.
¿Cómo saber si amas de veras a tu novio/a?
Para saberlo, hagamos esta pequeña “prueba”, ubicándonos mentalmente en la siguiente historia: imagina que vas en un auto –o en un ómnibus, o en una aerosilla, para el caso da lo mismo- a una montaña muy alta, junto con tu novio/a. Una vez llegados a la cima, ambos bajan del vehículo en el que llegaron y se acercan al precipicio. Miras para abajo, y te das cuenta de que si alguien se cae por este precipicio, no tiene posibilidad alguna de sobrevivir, porque hay una caída libre de trescientos o cuatrocientos metros. Si alguien cae, su muerte es más que segura. Y ahora viene la pregunta: tú, que tienes relaciones sexuales pre-matrimoniales, y que llamas a esta persona novio/a, ¿le darías un empujón para que se caiga por el precipicio y se mate? Con toda seguridad, tu respuesta es un rotundo “No”. Amas demasiado –o eso crees- a esta persona, como para hacerle este daño. No querrías separarte nunca de él/ella, y por eso no lo empujarías al abismo. Estas y otras respuestas como estas, saldrían espontáneamente de tu corazón.
Pero, ¿es verdad que no empujarías a quien es tu novio/a al abismo?
Tal vez podría ser verdad, pero si tienes relaciones sexuales pre-matrimoniales, le provocas a tu novio/a un daño inimaginablemente más grande que empujarlo por el precipicio. Si tienes relaciones sexuales pre-matrimoniales, le provocas un daño tan pero tan grande, que no te alcanza la imaginación –ni en esta vida ni en la otra- para cuantificar la magnitud del daño que le provocas.
¿Por qué?
Porque con la relación sexual pre-matrimonial, le haces cometer un pecado mortal, y el pecado mortal, como bien lo sabemos, se paga en la otra vida con el infierno. En otras palabras: no empujarías a tu novio/a a un abismo terrestre, pero con las relaciones pre-matrimoniales sí le abres las puertas del infierno y lo empujas al abismo del infierno, porque le haces cometer un pecado mortal.
Podrías decirme: “Pero nosotros nos amamos, y por eso tenemos relaciones”.
Si das esta respuesta, deberías reflexionar en la definición del amor: “Amar es desear el bien del otro”.
Al tener relaciones pre-matrimoniales: ¿de veras deseas el bien de quien será tu futuro/a esposo/a? Si las relaciones pre-matrimoniales estuvieran basadas en un amor verdadero, deberían conducir al amor verdadero, según el principio de San Ignacio de Loyola, que dice que “un acto es bueno y por lo tanto viene del buen espíritu-Dios o nuestro ángel de la guarda- si el principio, el medio y el fin son malos”. Si las relaciones pre-matrimoniales estuvieran permeadas por el Amor de Dios, su fin sería conducir a los novios al Amor de Dios. Pero resulta que no es así, porque como vimos, las relaciones pre-matrimoniales constituyen un pecado mortal y el pecado mortal, como también vimos recién, se paga en la otra vida, para quien muere con él en el alma, con la separación eterna de la Presencia de Dios y el consecuente castigo corporal y espiritual para siempre, lo cual se llama “infierno”. En otras palabras, las relaciones sexuales antes del casamiento, no conducen al cielo, sino al infierno, en donde no existe más amor de ninguna clase, sino odio eterno y sin pausa alguna. Si los “novios” mueren –por el motivo que sea- luego de las relaciones pre-matrimoniales, son llevados al Juicio de Dios, en donde cada uno recibe su Juicio particular y el justo destino final que supone el haber muerto con pecado mortal en el alma.
Y aquí está la respuesta a la pregunta de si de veras amas a tu novio/a cuando tienes relaciones pre-matrimoniales. La respuesta está dada por el hecho de que en el infierno no existe más el amor y los condenados se odian mutuamente. Como dijimos, si ambos murieran –por el motivo que fuera- minutos u horas después de una relación pre-matrimonial, morirían en estado de pecado mortal; ambos irían ante la Presencia de Dios para recibir el juicio particular, y ambos pedirían, delante de Dios y su Justicia, ser separados de su Presencia para siempre. Es decir, ambos pedirían, sin que Dios diga una palabra, ser precipitados para siempre en el infierno. Y en el infierno, puesto que no hay más amor, ambos se odiarían para siempre, destrozándose mutuamente, una y otra vez, culpándose el uno al otro de la situación de dolor eterno en el que se encuentran. ¿Te parece que esto es “amor”? ¿Te parece que se justifica una eternidad de dolores, por un instante fugacísimo de pasión carnal ilícita? ¿Puedes ver la consecuencia de la relación pre-matrimonial? ¿Te parece que puede alguien decir que ama a una persona, cuando en la realidad le está provocando el mayor y más terrible daño que puede sufrir alguien en esta vida, como lo es la pérdida de la vida de la gracia por cometer un pecado mortal? Esto no se llama “amor”, porque no es “desear el bien del otro”, sino que es “satisfacer egoístamente las propias pasiones, sin interesarse por la vida eterna y la salvación de quien probablemente será mi cónyuge”.
Esto no es “amor”, al menos, no es el amor de Cristo, y los novios por lo tanto, no pueden llamarse “novios en Cristo”, sino que deben buscar algún otro nombre que pueda describir esta situación.
Finalmente, para ayudarte en tu reflexión y para estimular en ti el deseo del Verdadero Amor de novios, el Amor puro y casto de Jesucristo, te dejo el Quinto Canto del Infierno del Dante, en donde describe la situación de dos amantes, que han encontrado la muerte en estado de pecado mortal –el pecado de la lujuria- y, habiendo recibido el Justo Juicio de Dios, han sido condenados.
Te expongo el análisis que hace el sitio Wikipedia[1], incluso con la aclaración del autor del análisis, de que Dante Alighieri ha sido bastante indulgente con los amantes condenados, porque los presenta con aspectos que de ninguna manera se encuentran en el infierno, como la piedad y la bondad.
He aquí el pasaje del Dante, tal como se encuentra en Wikipedia, que si bien se refiere a dos amantes, se puede perfectamente aplicar al caso de los novios que no guardan la castidad y no se aman según el Amor de Jesucristo, esto es, los que tienen relaciones sexuales pre-matrimoniales:
El título original en italiano es: “Canto quinto, nel quale mostra del secondo cerchio de l'inferno, e tratta de la pena del vizio de la lussuria ne la persona di più famosi gentili uomini”. Su traducción al español: “Canto quinto, en el cual muestra el segundo círculo del infierno, y trata de la pena del vicio de la lujuria en la persona de los más famosos gentilhombres”.

Análisis del canto

El canto se presenta unitario y compacto en el desarrollo del propio argumento: describe el segundo círculo infernal, el de los lujuriosos, desde el momento en que Dante y Virgilio bajan, a su despedida del mundo de las almas.
Dante y Virgilio llegan al segundo círculo, más estrecho (después de todo, el Infierno es como un embudo con círculos concéntricos, pero mucho más doloroso, tanto que los condenados están empujados a lamentarse). Aquí está Minos gruñendo de rabia: él es el juez infernal (de Homero en adelante) que juzga a los condenados que se le paran delante, enroscándose a sí mismo la cola alrededor del cuerpo tantas veces sean los círculos que los condenados deberán bajar para recibir el castigo. Cuando los condenados se la paran delante confiesan todos sus penas y Minos decide, como gran conocedor de pecados.
Minos viendo a Dante interrumpe su trabajo y le advierte de ver como entra en el Infierno y quien lo guía, que no lo engañe la amplitud de la puerta infernal (queriendo decir que es fácil entrar pero no salir). Entonces Virgilio toma la palabra, como ya había hecho con Carón, y lo incita a que no obstaculice un viaje querido por el Cielo, usando las mismas idénticas palabras: Quiérese así allá donde se puede / lo que se quiere, y no más inquieras.
Minos, si bien tiene formas grotescas de un monstruo tiene en sus palabras una actitud noble, desaparece de la escena sin ninguna indicación del poeta. Minos está considerado un puro servidor de la voluntad divina.
Pasado Minos, Dante se encuentra por primera vez en contacto con verdaderos condenados castigados en sus círculos:
Ahora comienzan las dolientes notas
a dejárseme oír: he llegado ahora
a donde tantos lamentos me hieren.
vv. 25-27


Dante y Virgilio encuentran a Paolo y Francesca
(Giuseppe Frascheri, 1846)

En este oscuro lugar, donde abundan los llantos, se siente rugir el viento como cuando en el mar comienza una tormenta por fuerza de los vientos contrarios que chocan. Pero esta tempestad no se aplaca nunca y golpea a los espíritus con su violencia, en particular cuando ellos pasan delante a su propia ruina aumentan los gritos, el llanto y los lamentos y las blasfemias. Qué es esta ruina no está claro, si la grieta de la cual sale la tormenta o uno de esos corrimientos de tierra producidos por el terremoto después de la muerte de Cristo (cfr. Inf. XII, 32 y Inf. XXIII, 137), o quizás el lugar donde los condenados descienden por primera vez después de la condena de Minos.
Dante entiende de inmediato quienes son los condenados castigados: los pecadores carnales / que la razón al deseo sometieron, es decir los lujuriosos que hicieron prevalecer el instinto sobre la razón.
Siguen dos similitudes ligadas al mundo de los pájaros: los espíritus (que son llevados por el viento de aquí, de allá, de abajo a arriba y ninguna esperanza los conforta) parecen una bandada desordenada pero compacta de pájaros cuando hace frío (durante la migración invernal); o como las grullas que vuelan en fila. Llama la atención a Dante un grupo de condenados de los cuales pide explicación a Virgilio.
Él lo acontenta e inicia el elenco de las almas de aquellos que tienen la particularidad de haber muerto por amor (lujurioso):
Semíramis, que hizo una ley que permitía a todos la lascivia en su país para no ser reprobada por su conducta libertina; es también indicada como esposa y sucesora de Nino, que reinó en la tierra que hoy gobierna el Sultán, es decir Babilonia, aunque en los tiempo de Dante el sultán reinaba sobre Babilonia de Egipto.
Dido, personaje virgiliano, que el maestro tiene la delicadeza de no citar por nombre pero que la indica como aquella que rompió el juramento sobre las cenizas de Siqueo y se mató por amor a Eneas.
Cleopatra lujuriosa.
Helena de Troya, por la cual nació tanto mal.
Aquiles, el gran Aquiles, que combatió por amor (en las redacciones medievales se narraba que se había enamorado locamente de Políxena, hija de Príamo, y por este amor fue llevado engañado y asesinado, ver también Las metamorfosis de Ovidio).
Después de haber escuchado estas y a muchas otras almas antiguas de heroínas y caballeros, Dante, al oír nombres así famosos, está al borde de la misericordia y casi desvanece.
La atención de Dante se centra sobre dos almas que al contrario de las otras vuelan unidas una a la otra y parecen ligeras al viento. Dante pide a Virgilio hablar con ellas, que acepta pedirles que se detengan cuando el viento las acerque a ellos.
Dante entonces se dirige a ellas: “¡Oh dolorosas almas / venid a hablarnos, si no hay otro que lo impida!”. Entonces las almas se separan del grupo de los muertos por amor como los pájaros que se levantan juntos para ir al nido.
Las almas entonces se alejan del cielo infernal gracias al pedido piadoso del Poeta. Habla la mujer:
¡Oh animal gracioso y benigno,
que visitando vas por el aire negro enrojecido
a nosotros que de sangre al mundo teñimos:

Si fuese amigo el Rey del universo,
a El rogaríamos que la paz te diera,
por la piedad que tienes de nuestro mal perverso.

Di lo que oír y de lo que hablar te place
nosotros oiremos y hablaremos contigo,
mientras se calla el viento, como lo hace.

La tierra, en la que fui nacida, está
en la marina orilla a donde el Po desciende
para gozar de paz con sus afluentes.

Amor, que de un corazón gentil presto se adueña,
prendó a aquél por el hermoso cuerpo
que quitado me fue, y de forma que aún me ofende.
vv. 88-120
Y sigue:
Amor, que no perdona amar a amado alguno,
me prendó del placer de este tan fuertemente
que, como ves, aún no me abandona.
vv. 103-105
Es decir, el amor no exonera ninguna persona amada de a su vez amar. Dante evoca explícitamente la teología cristiana según la cual todo el amor que uno dona a los demás retorna a uno, si bien no de la misma forma y en el mismo momento. En fin Francesca representa a una heroína romántica, en ellas tenemos la contradicción entre idealidad (producto del razonamiento humano que terca y neciamente no se deja guiar por la Fe revelada) y realidad (la realidad es la que nos revela Jesucristo: quien libremente muere en pecado mortal, recibe el justo castigo que su perversión le obtuvo y la perversión aquí es el amor lujurioso y extramatrimonial de los dos amantes): ella realiza su sueño, pero recibe el máximo castigo.
Estas son las palabras que ellos dijeron (si bien solo habla Francesca). Dante inclina la cabeza pensando, hasta que Virgilio le pregunta en qué está pensando.
Dante no da una respuesta completa sino que parece decir en voz alta lo que piensa:
“Cuando respondí, comencé: ¡Ay infelices!
¡Cuán dulces ideas, cuántos deseos
nos los trajo al doloroso paso!

Luego para hablarles me volví a ellos
diciendo: Francisca, tus martirios
me hacen llorar, triste y piadoso.

En tiempo de los dulces suspiros,
Dime, pues, ¿cómo el amor os permitió
conocer deseos tan peligrosos?
vv. 112-120
Y ella responde:
Y ella a mí: No hay mayor dolor,
que, en la miseria recordar
el feliz tiempo, y eso tú, Doctor, lo sabes.

Pero si conocer la primera raíz
de nuestro amor deseas tanto,
haré como el que llora y habla.

Por entretenernos leíamos un día
de Lancelote, cómo el amor lo oprimiera;
estábamos solos, y sin sospecha alguna.

Muchas veces los ojos túvonos suspensos
la lectura, y descolorido el rostro:
mas sólo un punto nos dejó vencidos.

Cuando leímos que la deseada risa
besada fue por tal amante,
este que nunca de mí se había apartado

temblando entero me besó en la boca:
el libro fue y su autor, para nos Galeoto,
y desde entonces no más ya no leímos.
vv. 121-138
Mientras un espíritu decía esto, el otro lloraba, Dante sintió que moría y cayó a tierra.
Mientras el espíritu estas cosas decía
el otro lloraba tanto que de piedad
yo vine a menos como si muriera;
y caí como un cuerpo muerto cae.
vv. 139-142
Estas dos son las almas de Paolo Malatesta y de Francesca de Rímini que fueron atrapados por la pasión y fueron sorprendidos y asesinados por Gianciotto Malatesta, hermano y marido respectivamente.
Francesca, conmovida por la piedad mostrada de Dante le cuenta de aquella pasión tan fuerte que los unió tanto en la vida como en la muerte y del momento en que los dos se dieron cuenta del recíproco amor, mientras Paolo solloza. Dante, vencido por la emoción, pierde los sentidos y cae a tierra.
Los versos 100-105 (“Amor, que de un corazón gentil presto se adueña [...] Amor, que no perdona amar ha amado alguno”) son una referencia evidente a los principios del amor cortés (lujurioso) que Dante condena en la base a la moral cristiana. El crítico Umberto Bosco escribe: “Ya los primeros lectores notaron en el episodio una condena a las lecturas de las novelas corteses (lujuriosos); pero ellos se basaban sobre el hecho específico que, según la narración de Dante, los dos cuñados fueron inducidos al pecado por la lectura de uno de ellos. En verdad la condena de Dante va más allá: implica la reflexión de aquella idealización y justificación del amor (pecaminoso) que era propia de toda la tradición literaria anterior a él, desde las novelas corteses (lujuriosas) pasando por la literatura trovadora hasta la stilnovistica, a la cual Dante pertenecía”.
El encuentro con Paolo y Francesca es el primero de todo el poema en el cual Dante habla con un condenado verdadero (excluyendo los poetas del Limbo). Además por primera vez viene recordado un personaje contemporáneo, conforme al principio que Dante mismo recordará en el canto XXVII del Paraíso de acordarse particularmente de las almas famosas porque son más persuasivas para el lector de la época (hecho sin precedentes en la poesía y por mucho tiempo sin ser seguido, como hizo notar Ugo Foscolo).
Paolo y Francesca se encuentran en el grupo de los “muertos por amor”, y su acercamiento está descripto con tres similitudes relacionadas con el vuelo de los pájaros, retomadas de la Eneida.
Todo el episodio tiene como hilo conductor la piedad: la piedad afectuosa percibida por los dos condenados cuando son llamados (tanto que le hace decir a Francesca un deseo paradójico de rezar por él, dicho por un alma del Infierno, lo cual jamás puede suceder), o también la piedad que aparece en la meditación que hace Dante después de la primera confesión de Francesca, cuando queda en silencio. Y finalmente la cumbre cuando el poeta cae desmayado.
Por eso Dante es muy indulgente en la representación de los dos amantes: no vienen descriptos con severidad (a diferencia de Semíramis unos versos antes) sino que el poeta puede perdonarlos por lo menos en la parte humana (no mete en duda la gravedad del pecado porque sus convicciones religiosas son firmes). Francesca aparece así como una criatura gentil y noble”[2] (lo cual no sucede así en la realidad, porque los condenados han perdido para siempre todo rasgo de humanidad y bondad, por lo cual es imposible que sean “gentiles y nobles”)”.
Hasta aquí el artículo de Wikipedia.
Volvemos ahora a la pregunta de más arriba: ¿pueden finalizar con la eterna condena dos almas que se aman según el Amor de Cristo?
De ninguna manera, porque en el Infierno no está el Divino Amor en las almas. Esto explica por qué las relaciones pre-matrimoniales no están basadas en el Verdadero Amor, y el por qué la Iglesia no las permite. Al prohibirlas, la Iglesia no está “imponiendo un orden moral arcaico que no se adecua a los tiempos presentes”: al prohibirlas, la Iglesia vela por la salud espiritual y eterna de sus hijos, los bautizados. Pero al igual que Dios, la Iglesia no obliga a nadie a cumplir esta prohibición, puesto que el hombre siempre permanece libre, porque el libre albedrío con el que fue creado constituye la imagen más precisa que de Dios posee todo hombre, y es así que, pese a conocer los Mandamientos de Dios y el mandato de la Iglesia, cada hombre permanece libre de seguirlos o no seguirlos. Precisamente, porque ni Dios ni la Iglesia obligan a nadie, es que nos advierte el Catecismo de la Iglesia Católica: “El infierno consiste en la condenación eterna de quienes, por libre elección, mueren en pecado mortal” (Compendio, 212).
Si amas a tu novio/a con el Amor puro y santo de Cristo, entonces te abstendrás de las relaciones sexuales pre-matrimoniales, y así podrás amar continuar amándolo/a para siempre, porque el Amor de Cristo es eterno, es decir, trasciende esta vida y continúa por toda la eternidad, y así sabrás que amas realmente a tu novio/a; por el contrario, si no lo amas con este Amor puro y en cambio te dejas arrastrar por la vana atracción de la pasión carnal, entonces tendrás relaciones sexuales pre-matrimoniales, en cuyo caso perderás para siempre aquello que creías amar, porque no se trataba del Verdadero Amor.


Novios que se aman en el Amor puro y casto de Cristo




[1] http://es.wikipedia.org/wiki/Infierno:_Canto_Quinto
[2] Cfr. ibidem, http://es.wikipedia.org/wiki/Infierno:_Canto_Quinto

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