miércoles, 4 de mayo de 2022

Por el trabajo el hombre se santifica imitando al Hombre-Dios Jesucristo

 



         El trabajo dignifica al hombre por varios motivos: por un lado, lo hace triunfar sobre uno de los pecados más graves, que es el de la pereza: por medio del trabajo, el hombre vence a la pereza, al tiempo que adquiere la virtud de la laboriosidad; por otra parte, por el trabajo, el hombre imita a Dios de quien la Escritura dice que “trabajó” en la Creación, “descansando” al séptimo día: si bien es cierto que Dios no “trabaja” en el mismo sentido que el hombre, sin embargo la Escritura utiliza este antropomorfismo, para que seamos capaces de darnos una idea de lo que significa, tanto la Creación, como el trabajo y la recompensa, digamos así, del trabajo, que es el descanso. Entonces, por el trabajo, el hombre se perfecciona, al adquirir la virtud de la laboriosidad y al vencer al pecado de la pereza, como así también se dignifica al imitar a Dios, quien, usando un antropomorfismo, “trabaja” en la obra de la Creación. Además, por el trabajo, el hombre se vuelve grato a Dios, porque así está cumpliendo un mandato divino: “Ganarás el pan con el sudor de tu frente”. El trabajo es un mandato de Dios y quien no trabaja –no por enfermedad u otro motivo grave, obviamente- por pereza, desobedece a Dios y comete un grave pecado.

         Por todos estos motivos, el trabajo dignifica al hombre, siempre y cuando ese trabajo sea honesto, por supuesto.

         Pero hay otro motivo por el cual el hombre, al trabajar, se dignifica y, más que dignificarse, se santifica y es porque por el trabajo, imita al Hombre-Dios Jesucristo. En efecto, Nuestro Señor Jesucristo, siendo Dios, podría no haber trabajado ni un segundo de su vida, ya que tenía a su servicio innumerables legiones de ángeles, que le podrían haber facilitado su vida terrena en el sentido de que no habría tenido que hacer ni el más mínimo esfuerzo, ya que todo lo podrían haber hecho los ángeles. Además, Jesús es Dios, por lo que todo el universo visible y el invisible le pertenecen, al ser obras de sus manos y por lo tanto era inmensamente rico y aun así, eligió trabajar y trabajar no en un palacio, como un administrativo de los bienes de su Padre, cómodamente sentado en un despacho, sino que eligió trabajar en un oficio que implica esfuerzo y sacrificio, tanto mental como físico, como es el trabajo del carpintero, oficio que le fue enseñado por su Padre adoptivo, San José. Es decir, Jesús, siendo Dios, tenía a su servicio innumerables legiones de ángeles que podrían haberlo servido en su vida terrena; siendo Dios, era el Dueño de todo el universo y no tenía necesidad de trabajar y sin embargo, a pesar de esto, eligió trabajar, para darnos ejemplo de cómo dignificarnos y cómo ganar el pan de cada día.

         El trabajo del Hombre-Dios Jesucristo eleva al trabajo a algo más grande que simplemente adquirir una virtud y combatir un pecado, el de la pereza, y es el de santificar al hombre que trabaja, porque el hombre que trabaja, se santifica al imitar y participar del trabajo del Hombre-Dios Jesucristo, al ofrecer su trabajo –tiene que ser un trabajo hecho con la mayor perfección posible-, se ofrece a sí mismo a Cristo crucificado, participando en el trabajo de la Redención de los hombres, llevada a cabo por Nuestro Señor en la Cruz. Por todos estos motivos, el trabajo es una fuente de bendición para el hombre.

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