lunes, 15 de marzo de 2010

El Divino Niño y una Estrella, Jesús Eucaristía y la Virgen María


En el siglo XVI, más precisamente en el año 1570, en la catedral de una ciudad de la región del Lazio, en Italia, en una ciudad llamada Veroli, sucedió un milagro visible sobre el altar[1]. En esa catedral, se celebraba una adoración perpetua. En ese entonces, no se hacía la exposición de la Eucaristía en la custodia, como se hace ahora, sino que se ponía sobre el altar el cáliz con la Hostia Consagrada y se lo recubría con un paño blanco. Mientras se hacía la adoración, los sacerdotes y los fieles rezaban. En esos momentos, ante la vista de todos los que estaban en la adoración, sacerdotes y fieles, apareció sobre el cáliz una pequeña nube blanca, y sobre la nube blanca, el Niño Jesús, que sonreía y miraba a todos sin decir nada. Así estuvo durante un rato, Jesús Niño, sobre esa nube blanca, sonriendo y mirando a todos. Después de un rato, desapareció, pero continuaron los milagros: el cáliz se volvió transparente, y por encima del cáliz, sostenida por la Hostia, apareció una estrella.
Estos milagros volvieron a repetirse durante varios días.
Sin embargo, como casi siempre sucede, no faltaron quienes no creían, y como para convencer a los incrédulos, Dios hizo más milagros todavía: llevaron a muchos enfermos delante del Santísimo, y estos enfermos, muchos de los cuales estaban graves, se curaban. Los fenómenos siguieron repitiéndose por algunos días, hasta que desaparecieron.
Se decidió entonces que esa Hostia no fuera consumida, y así permaneció durante ciento doce años.
Este milagro nos ayuda a nosotros a darnos cuenta y a creer con más firmeza en la Presencia Real de Jesucristo en la Eucaristía. Nosotros podríamos preguntarnos: ¿por qué Jesús no continúa apareciéndose como Niño en la Eucaristía? ¿Por qué no podemos verlo así como lo vieron en la catedral en esa adoración del año 1570?
Porque quiere que nosotros vivamos la vida de la fe, es decir, aunque no lo veamos, sabemos por la fe que Él está Presente: Jesús no se nos aparece visiblemente en la Eucaristía porque así es mejor para nosotros, ya que Él mismo lo dice: “Dichosos los que creen sin haber visto” (Jn 20, 29). Jesús no se nos aparece en la Hostia como Niño, pero sabemos que Él está ahí Presente, en Persona, y por eso es que cada Hostia, cada Comunión, cada Eucaristía, es en sí misma un milagro infinitamente más grandioso que el verlo aparecer sobre una nube: porque está Él en Persona, vivo y resucitado, lleno de la luz, de la alegría y de la vida de Dios, y eso es lo que nos comunica en cada comunión.
Por la comunión eucarística, Jesús Niño entra en nuestras almas y se aparece al alma, que puede verlo tal como Él es, con los ojos del alma, con los ojos de la fe, y alimenta al alma con la vida y con el Amor de Dios, el Espíritu Santo.
Y también, aunque no veamos una estrella sobre la Hostia, sabemos que donde está el Hijo, está la Madre: la estrella simboliza a la Virgen María, y donde está Jesús Eucaristía, está también la Virgen María, y eso es un motivo de profundo gozo y alegría, en medio de las cosas de la vida, que anticipan el gozo y la alegría de la vida eterna. Es cierto que no vemos al Divino Niño y a una Estrella, pero tenemos a cambio en cada comunión a Jesús Eucaristía y a la Virgen María.
[1] Cfr. Félix Alegría, La Hostia Consagrada. Milagros eucarísticos, Editorial Difusión, Buenos Aires 1982, 63ss.

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