miércoles, 24 de agosto de 2011

Mensaje del Santo Padre a los jóvenes en Madrid 2011


Mientras el mundo envía mensajes de muerte a la juventud de nuestros días, el Santo Padre trae un mensaje de vida, de esperanza y de amor. Nunca como hoy, la juventud necesita precisamente de las palabras del Vicario de Cristo, para que les señale en dónde se encuentra la verdadera felicidad, para esta vida y para la vida eterna. Nunca como hoy la juventud ha necesitado de esta orientación, porque precisamente se encuentra desorientada, envuelta en un denso humo oscuro, que le impide ver la luz del día, y así, sin poder ver, se dirige, a pasos agigantados, a su perdición.

¿Qué es lo que ofrece el mundo como sucedáneo de la verdadera y única felicidad? La exaltación del placer, el desenfreno de las pasiones, el vértigo de vivir el instante, como si el instante presente fuera lo único que existe, sin un pasado para recordar y sin futuro para construir. El mundo ofrece, como triste sucedáneo de la felicidad, atractivos falsos que conducen a la muerte física y también a la muerte eterna: drogas, placer, dinero, violencia, música ensordecedora, triunfo fácil, vanagloria, materialismo, hedonismo, perversión como “norma” y como “bueno”…

Muchos jóvenes, sin una guía adecuada, sin una orientación en sus vidas, se dejan encandilar por el brillo de este oro falso; se dejan atraer por los cantos de sirena de un mundo dominado por el Príncipe de las tinieblas, y así sucumben penosamente, quemando los años de su juventud en pos de un ídolo o, lo que se mucho peor aún, dirigiendo sus almas hacia la eterna condenación.

Frente a este panorama preocupante y desolador, el Santo Padre se acerca a los jóvenes, por medio de las Jornadas de la Juventud, para traerles otro mensaje, no venido desde abajo, desde el Averno, como el mensaje del mundo, sino venido desde lo alto, desde el cielo, desde el corazón de Dios Uno y Trino.

Dichoso el joven que lo escuche, porque salvará su alma.

Veamos entonces brevemente cuál es el mensaje que el Santo Padre deja para la juventud de todo el mundo en las Jornadas de Madrid de Agosto de 2011. No analizaremos, obviamente, todas sus homilías, sino solamente algún aspecto central de sus mensajes a los jóvenes.

El Santo Padre dice que la juventud es una época en la que se hace más vívido el anhelo del corazón humano por un destino más grande: “La juventud sigue siendo la edad en la que se busca una vida más grande”, y esto es así, porque el corazón humano está hecho para algo mucho más grande que un trabajo seguro y una vida burguesa y acomodada; está hecho para albergar lo infinito, a Aquel que Es infinito: “Desear algo más que la cotidianidad regular de un empleo seguro y sentir el anhelo de lo que es realmente grande forma parte del ser joven. ¿Se trata sólo de un sueño vacío que se desvanece cuando uno se hace adulto? No, el hombre en verdad está creado para lo que es grande, para el infinito. Cualquier otra cosa es insuficiente. San Agustín tenía razón: nuestro corazón está inquieto, hasta que no descansa en Ti. El deseo de la vida más grande es un signo de que Él nos ha creado, de que llevamos su “huella”.

El corazón humano –el alma humana- es espiritual, y como tal, es inmortal y es capaz de albergar lo espiritual e infinito. Además, está hecho para amar lo bueno, de manera tal que rechaza lo malo de modo natural. De esta capacidad intrínseca del corazón humano de albergar lo bueno, lo infinito, lo espiritual, se deduce que nada que no cumpla estos requisitos –bueno, espiritual, infinito-, puede satisfacerlo. Esto es lo que explica que los bienes materiales, el dinero, los placeres terrenos, aún cuando sean abundantes, no pueden, de ninguna manera, satisfacer el deseo de felicidad del corazón humano, porque todas estas cosas son limitadas y materiales.

Es como pretender llenar un abismo con una pala de arena: es imposible. Ese abismo vacío que es el espíritu humano, solo puede ser colmado –y extra-colmado- con el Único que es el Bien en sí mismo, el Ser infinito, y el Espíritu Puro, y ese Alguien es Dios Uno y Trino.

Solo Dios Trinidad puede llenar ese abismo que es el alma humana, y puede llenarlo, colmarlo, sobrepasarlo, con su mismo Ser divino, que es sobreabundancia de vida, de alegría, de paz, de felicidad.

Dice el Santo Padre: “Dios es vida, y cada criatura tiende a la vida; en un modo único y especial, la persona humana, hecha a imagen de Dios, aspira al amor, a la alegría y a la paz”, y nosotros agregamos que todo esto se encuentra en modo perfectísimo e ilimitado en Dios Trinidad.

El mundo, gobernado por su “Príncipe” (cfr. Jn 12, 31), busca, de todos los modos posibles, ocultar esta verdad, ofuscando las mentes y los corazones con la idea perversa de la negación y de la ausencia de Dios: “Se constata una especie de “eclipse de Dios”, una cierta amnesia, más aún, un verdadero rechazo del cristianismo y una negación del tesoro de la fe recibida, con el riesgo de perder aquello que más profundamente nos caracteriza”.

Al igual que las nubes oscuras tapan el sol y oscurecen el día, convirtiendo el día en noche, así el mundo, mediante su Príncipe de la oscuridad, intenta ocultar, con sus engañosos llamados a la juventud, al Sol de justicia, Cristo Rey.

Pero el joven no debe dejar engañarse por esto, sino que, firmemente arraigado en Cristo, debe vivir los días de su juventud –y los días de su paso por la tierra- con la mirada puesta en Cristo. Así como un árbol se afianza en la tierra por medio de sus raíces, así el joven, por la fe en Cristo, crecerá alimentado por el agua del cielo, que es la gracia divina dada por Cristo a través de los sacramentos. Y al igual que el hombre de la parábola, que construye sobre roca y de esa manera su casa soporta los embates de la naturaleza (cfr. Lc 6, 47-48), así el joven, construyendo su vida en la Roca que es Cristo, por medio de su fe en Él, no solo mantendrá a salvo su vida de gracia, frente a los embates del demonio, el mundo y la carne, sino que habitará, en la otra vida, en las “mansiones eternas” (cfr. Jn 14, 1-4) que Cristo nos ha preparado en el cielo por medio de su sacrificio en cruz.

Es esto lo que nos dice el Santo Padre: “Como las raíces del árbol lo mantienen plantado firmemente en la tierra, así los cimientos dan a la casa una estabilidad perdurable. Mediante la fe, estamos arraigados en Cristo (cf. Col 2, 7), así como una casa está construida sobre los cimientos. En la historia sagrada tenemos numerosos ejemplos de santos que han edificado su vida sobre la Palabra de Dios. El primero Abrahán. Nuestro padre en la fe obedeció a Dios, que le pedía dejar la casa paterna para encaminarse a un país desconocido. «Abrahán creyó a Dios y se le contó en su haber. Y en otro pasaje se le llama “amigo de Dios”» (St 2, 23). Estar arraigados en Cristo significa responder concretamente a la llamada de Dios, fiándose de Él y poniendo en práctica su Palabra. Jesús mismo reprende a sus discípulos: «¿Por qué me llamáis: “¡Señor, Señor!”, y no hacéis lo que digo?» (Lc 6, 46). Y recurriendo a la imagen de la construcción de la casa, añade: «El que se acerca a mí, escucha mis palabras y las pone por obra… se parece a uno que edificaba una casa: cavó, ahondó y puso los cimientos sobre roca; vino una crecida, arremetió el río contra aquella casa, y no pudo tambalearla, porque estaba sólidamente construida» (Lc 6, 47-48)”.

La exhortación del Santo Padre a los jóvenes entonces es a vivir la fe en Cristo como Hombre-Dios, para no solo rechazar las falsas propuestas de felicidad que ofrece el mundo, sino ante todo para construir una vida feliz en esta tierra, como preludio de la vida feliz por la eternidad: “Queridos amigos, construid vuestra casa sobre roca, como el hombre que “cavó y ahondó”. Intentad también vosotros acoger cada día la Palabra de Cristo. Escuchadle como al verdadero Amigo con quien compartir el camino de vuestra vida. Con Él a vuestro lado seréis capaces de afrontar con valentía y esperanza las dificultades, los problemas, también las desilusiones y los fracasos. Continuamente se os presentarán propuestas más fáciles, pero vosotros mismos os daréis cuenta de que se revelan como engañosas, no dan serenidad ni alegría. Sólo la Palabra de Dios nos muestra la auténtica senda, sólo la fe que nos ha sido transmitida es la luz que ilumina el camino. Acoged con gratitud este don espiritual que habéis recibido de vuestras familias y esforzaos por responder con responsabilidad a la llamada de Dios, convirtiéndoos en adultos en la fe. No creáis a los que os digan que no necesitáis a los demás para construir vuestra vida. Apoyaos, en cambio, en la fe de vuestros seres queridos, en la fe de la Iglesia, y agradeced al Señor el haberla recibido y haberla hecho vuestra”.

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