domingo, 17 de julio de 2016

El joven y la misión de la Iglesia


         ¿Qué es la misión? ¿Por qué la Iglesia “sale a misionar”? ¿Para qué misiona la Iglesia? ¿Siempre tendrá la iglesia que misionar, o habrá un momento de su historia en que lo dejará de hacer?
         Estas y otras preguntas se suscitan frente a la tarea de la iglesia de “misionar” –una de las más hermosas tareas de las tareas hermosas de la iglesia-, y el joven cumple un papel preponderante en la misión, por lo que es importante responder, suscintamente, a estas preguntas.
         ¿Qué es la misión? Es la tarea de la iglesia que consiste en anunciar la Buena Noticia, o Evangelio, a todos los hombres, de toda la tierra, de todos los tiempos.
         ¿Por qué la Iglesia sale a misionar? Porque Nuestro Señor Jesucristo le dejó este “mandato misionero” antes de subir a los cielos: “Id y anunciad el Evangelio a todas las naciones. El que crea y se bautice, se salvará, y el que no, se condenará” (Mt 16, 16).
         ¿Para qué misiona la Iglesia? Para dar a conocer el mensaje de salvación de Nuestro Señor Jesucristo. “Evangelio” significa “Buena Noticia”, y la Iglesia lo que hace en la misión, es anunciar la Buena Noticia de Jesucristo, el Salvador. El Evangelio o Buena Noticia consiste, esencialmente, en que la Segunda Persona de la Trinidad, Dios Hijo, se encarnó en una naturaleza humana –se “metió dentro” de un cuerpo y un alma humanos, podríamos decir vulgarmente- por obra del Espíritu Santo y por mandato de Dios Padre y, sin dejar de ser Dios, nació milagrosamente de María Santísima, murió en la cruz por nuestra salvación, resucitó al tercer día, subió a los cielos, al mismo tiempo se quedó, misteriosamente y en Persona, en la Eucaristía, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, para así cumplir su promesa de que habría de estar con nosotros “todos los días, hasta el fin del tiempo” (Mt 28, 20).
Jesucristo es el Hombre-Dios, Dios Hijo hecho hombre sin dejar de ser Dios, la Segunda Persona de la Trinidad encarnada, que ha venido a la tierra, a nuestro mundo, para salvarnos, pero no para salvarnos de la crisis económica, ni de la pobreza, ni de nuestras situaciones existenciales afectivas. Jesucristo, en cuanto Dios, podría “salvarnos” de todas estas situaciones, pero no es para esto para lo que Él ha venido: Jesús ha venido y ha muerto en cruz y resucitado, para salvarnos del Demonio, del pecado y de la muerte, más que de la muerte temporal, de la muerte eterna o segunda muerte, que es la condenación en el infierno. Pero además, ha venido para hacernos un don que ni siquiera podríamos imaginar, si Él no nos lo hubiera revelado, y es el de convertirnos, por la gracia santificante, en hijos adoptivos de Dios y en herederos del Reino. La misión de la Iglesia consiste, precisamente, en hacer este anuncio del Evangelio, en dar a conocer a los hombres esta Buena Noticia de que Jesucristo ha venido para salvarnos de nuestros tres enemigos mortales –el Demonio, el pecado y la muerte-, para darnos la filiación divina y así llevarnos al cielo y que, además, se ha quedado en la Eucaristía, en el sagrario, y allí se quedará hasta el fin del mundo, para acompañarnos en nuestro peregrinar, en el desierto de la vida humana, hacia la Jerusalén celestial.
Como podemos ver, la misión es una tarea central de la Iglesia, que la cumplirá hasta el fin de los tiempos, por varios motivos: la Iglesia tiene este mandato de parte de Jesucristo; Jesucristo tiene derecho a ser conocido y amado por todos los hombres de todos los tiempos; el hombre tiene derecho a conocer y amar a su Redentor, Jesucristo. Y los jóvenes, en esta tarea de la Iglesia, de anunciar el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, cumplen un rol preponderante, por cuanto son la esperanza y el futuro de la Iglesia.
Por último, para que el joven pueda cumplir esta tarea con la eficacia que necesita la Iglesia, tiene en primer lugar que conocer, amar y adorar él mismo a Jesucristo, presente en la Cruz, presente en Persona en la Eucaristía y presente, misteriosamente, en todo prójimo, sobre todo, en el más necesitado. La obra de mayor caridad que alguien puede hacer a su prójimo no es darle un plato de comida –lo cual, por otra parte, se debe hacer, para poder entrar en el cielo, de lo contrario no entraremos-, sino anunciarle que Jesucristo, Pan de Vida eterna, quiere alimentarlo con el Amor de Dios, contenido en su Sagrado Corazón Eucarístico.

Es en esto en lo que consiste la misión de la Iglesia, misión a la que el joven, en primer lugar, está llamado a realizar.

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