jueves, 6 de julio de 2017

Dios creó a los ángeles con bondad, pero algunos se volvieron rebeldes por propia voluntad


         Con su omnipotencia divina, Dios creó a los ángeles, seres espirituales puros, dotados de inteligencia y voluntad. Los creó con capacidad de pensar y de amar y con voluntad, todas cosas que caracterizan a una persona, por eso son llamadas “personas angélicas”. Los creó en un número muy grande, según dice la Biblia: “Miríadas y miríadas” (Dan 7, 10), aunque sólo sabemos los nombres de tres: Gabriel, “Fortaleza de Dios”; Miguel, “¿Quién como Dios?”, y Rafael, “Medicina de Dios”. Hay que diferenciar entre los ángeles de Dios, que son los que la Iglesia Católica nos da a conocer –los tres Arcángeles y nuestros ángeles de la guarda- y los ángeles caídos o rebeldes, los demonios, que en nuestros días se nos presentan disfrazados de ángeles de luz, pero con nombres extraños, que no pertenecen a la Revelación de Jesucristo. Estos ángeles son los ángeles de la Nueva Era, y se llaman Uriel, Azrael, Misael, etc. La Nueva Era presenta una Angelología no Bíblica, ofrecen contactos, talleres, cursos, formas para conocer el nombre, conferencias e infinidad de libros titulados “ángeles del amor, ángeles de protección”, “ángeles de la prosperidad”, todo lo cual confunde a los católicos, quienes piensan que son ángeles buenos y por lo tanto se dirigen a ellos en sus oraciones, con lo cual, en realidad, se están dirigiendo a demonios y no a los ángeles de Dios[1]. ¿Cómo distinguirlos de los ángeles buenos? Ante todo, considerando que no conducen a la veneración de la Virgen como Reina de los ángeles, y que presentan a Jesús no como el Redentor de la humanidad, sino como un “Maestro” o incluso como un extraterrestre. Todas estas son fantasías que tienen por objeto desviar y pervertir la verdadera devoción a los ángeles. Se diferencian además porque prometen prosperidad material y la obtención de cosas terrenas, lo cual no forma parte de la misión de los ángeles de Dios, que es, como hemos visto, auxiliarnos en nuestras tareas cotidianas, protegernos de los ángeles malignos y, sobre todo, aumentar en nuestros corazones el amor a Cristo Dios y a la Virgen, y hacernos desear el cielo, ayudándonos a desprendernos de la atracción que ejercen las cosas de la tierra.
         Para poder ganar el cielo, es necesario hacer un acto de amor a Dios, porque Dios es Amor, y nadie que no lo ame, puede estar en su Presencia. Dios nos creó, a los hombres y a los ángeles, para que gocemos y disfrutemos de su contemplación y de su Amor, pero como somos libres, no va a llevar a nadie en contra de su voluntad, porque Dios respeta profundamente lo más preciado que tiene el hombre y que lo asemeja a Dios, y es la libertad. Para poder entrar en el cielo, hay que demostrar, con actos de amor, que queremos estar con el Dios-Amor; de lo contrario, no entraremos en el cielo. Y para hacer ese acto de amor, es que Dios nos creó libres y nos pone a prueba, tanto a los ángeles, como a nosotros, para que nadie pueda decir: “Yo no sabía que para entrar al cielo, debía amar a Dios”. Precisamente, Dios creó a los ángeles con libre albedrío para que fueran capaces de hacer su acto de amor a Dios y en consecuencia, demostrar que querían estar con Dios por toda la eternidad. Sólo después de este acto de amor, verían a Dios cara a cara, en el cielo[2]. En el caso de los ángeles, esta prueba duró lo que en nosotros equivaldría a escasos segundos –es un decir-, lo cual era suficiente, para la poderosa mente angélica, para conocer a Dios y saber si elegía estar con Él o contra Él. Muchos ángeles, siguiendo a Lucifer, se rebelaron contra Dios, perdieron la gracia aunque conservaron su naturaleza angélica –por eso son tan fuertes y poderosos en relación a nosotros, los hombres- y fueron condenados al Infierno, un lugar de tormento eterno, creado para ellos y para las almas de los hombres que libremente elijan morir en pecado mortal, porque no desean estar con Dios. En otras palabras, nadie cae en el infierno “por casualidad”, ni tampoco nadie va al cielo si no ama a Dios. En nuestro caso, la prueba para decidirnos si queremos estar con Dios por toda la eternidad, es esta vida, por lo cual nuestra vida como cristianos debe estar hecha de continuos actos de amor sobrenatural, a Dios y a los hermanos. De esa manera, demostraremos a Dios que queremos estar con Él para siempre y, cuando llegue el fin de nuestra vida terrena, Dios nos llevará con Él, para gozar de su Amor y de su Alegría para siempre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario