viernes, 28 de julio de 2017

El Cielo, destino de los ángeles buenos; el Infierno, destino de los ángeles malos


         Luego de la prueba a la que fueron sometidos los ángeles –prueba que consistía en hacer un deliberado, libre y voluntario acto de amor y adoración a Dios Trino y al Hombre-Dios Jesucristo-, los ángeles buenos, los que lo adoraron y lo amaron, con San Miguel Arcángel a la cabeza, recibieron el premio de su acción, y es el estar con Dios para siempre. Es decir, puesto que Dios es el Amor Increado, para estar con Dios en el cielo, el ángel y también el hombre, deben tener amor puro en sus corazones, ya que nadie impuro puede permanecer ante Él. Esto explica el Purgatorio: es el lugar en donde las almas expían el amor imperfecto que tuvieron a Dios en la tierra, y la expiación es la purificación de sus almas, por medio del Fuego del Divino Amor, hasta quedar puros y perfectos.
         En el caso de los ángeles rebeldes, encabezados por Satanás, al no hacer el acto de amor que debían a Dios Trino y a su Mesías, Dios Hijo encarnado, fueron privados, inmediatamente, por la Justicia divina, de la gracia, y fueron precipitados al Infierno, lugar creado especialmente para los ángeles rebeldes –y también para los hombres que no deseen estar con Dios-, puesto que Dios no aniquila lo que ha creado, sean estos ángeles u hombres. En su Justicia, Dios no podía hacer otra cosa con los ángeles malos, que darles lo que ellos, libre y voluntariamente, habían decidido, y era vivir para siempre separados de Dios[1]. En esto consiste el Infierno para el espíritu, la separación de Dios para siempre. Al quitarles su gracia, los ángeles rebeldes se vieron privados también del amor que tenían a Dios, por lo que se quedaron solo con el odio a Dios, a Satanás, a los otros ángeles rebeldes, y a los hombres, por ser estos imágenes vivientes de Dios. No hubo una segunda oportunidad para los ángeles rebeldes, como sí lo hubo para el hombre, luego del pecado de Adán y Eva, porque si el hombre peca por debilidad, los ángeles rebeldes pecaron sabiendo, perfectamente, cuáles eran las consecuencias de ese pecado, algo que los hombres no podemos hacer, y esto debido a la perfecta claridad de sus mentes angélicas y a la libertad absoluta de sus voluntades angélicas. En ellos no hubo “tentación”, sino que pecaron “a sangre fría”. Por su rechazo contra Dios, sus voluntades quedaron fijas, para siempre, contra Dios. En ellos no hay posibilidad de arrepentimiento, ni tampoco quieren arrepentirse, porque hicieron su elección por toda la eternidad. Nuestra vida terrena es una prueba, que dura desde que nacemos, hasta que morimos; es decir, lo que para los ángeles fue un instante, para nosotros es el tiempo que dura nuestra vida aquí en la tierra. Esa es la razón por la que el libro de Job dice: “Milicia es la vida del hombre en la tierra”. Es decir, estamos en esta vida para ganar el cielo, para decidirnos por Dios y por su Amor, porque para eso fuimos creados. Fuimos creados para el Bien y el Amor, no para el mal y el odio. Es por eso que debemos aprovechar, cada instante de nuestra vida en la tierra, para hacer actos continuos de amor y adoración a Dios Trino y a su Mesías, Dios Hijo encarnado, Jesús de Nazareth, de modo que luego sigamos amándolo y adorándolo, por la eternidad, en el Reino de los cielos.



[1] Cfr. Leo J. Trese, La Fe explicada, Ediciones Logos, Rosario 2013, 47-48.

No hay comentarios:

Publicar un comentario