viernes, 15 de diciembre de 2017

La cultura debe estar impregnada por la Buena Noticia de Jesucristo, el Hombre-Dios


         
         El Diccionario de la Real Academia Española define cultura como “el conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico. / Conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social”[1].
Podemos decir también que la cultura es el conjunto de conocimientos, ideas, tradiciones y costumbres que caracterizan a un pueblo, a una clase social, a una época, etc., y es así como se puede hablar de “la cultura azteca; la cultura del Siglo de Oro; la cultura occidental cristiana; la cultura del ocio”.
         Según estas dos definiciones, siendo la cultura un conocimiento, un saber del hombre que, en cuanto conocimiento y saber lo perfecciona -porque le permite desarrollar un juicio crítico-, además de manifestar su grado de desarrollo en el arte y en las ciencias, la cultura no puede no estar informada por el conocimiento o el saber de Jesucristo, el Hombre-Dios, pues la Revelación de Jesucristo, contenida en los Evangelios, el Magisterio y la Tradición católicas, constituye la máxima expresión del conocimiento y de la sabiduría, no ya humanos, sino directamente divinos.
         Si la cultura refleja la perfección que el hombre alcanza a través del tiempo, entonces no hay nada más perfecto que una cultura impregnada por el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, puesto que Él es Dios y en cuanto Dios, es la Perfección en sí misma, que perfecciona todo aquello que es perfecto en el hombre y que se expresa en su cultura. Nada bueno puede provenir de una cultura en la que Jesucristo esté ausente; nada malo puede provenir del Evangelio de Jesucristo y no solo nada malo viene de Jesús, sino que todo bien imaginable posible, e incluso todo el bien celestial que es siquiera imposible de imaginar, descienden desde Jesucristo hasta el hombre que le abre su corazón y su mente y hasta la cultura que es producto de su ser y de su obrar. La cultura del hombre, cuando se vuelve católica -esto es, cuando luego de estar impregnada del Evangelio de Jesús, refleja en sí misma su Evangelio- solo puede traer belleza, alegría, paz y toda clase de dones a la totalidad de la especie humana. Si queremos legar a las generaciones venideras un futuro promisorio, nuestra cultura debe estar impregnada y empapada –así como el madero de la Cruz está empapado por la Sangre del Cordero- por la Buena Noticia de Jesucristo, el Hombre-Dios.

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