viernes, 20 de julio de 2018

Para llegar al cielo debemos vivir la voluntad de Dios expresada en los Mandamientos y los Preceptos de la Iglesia


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         En el Bautismo, Dios nos une a sí mismo y derrama su vida divina sobre nuestras almas. Si dependiera de Dios, jamás nos separaríamos de Él, pero como el hombre es libre, utiliza mal su libertad y muchas veces peca y se aleja de Él. Sin embargo, Dios vuelve a unirnos a Sí mismo en cada confesión sacramental. Por eso, mientras estamos en esta vida, es siempre posible el regreso a Dios por medio del amor, de la fe y de la confesión sacramental. Una vez que el alma muere, queda fija para la eternidad tal como murió: en gracia plena –va al Cielo-, en gracia parcial –va al Purgatorio- o en pecado mortal –va al Infierno-. Esto ocurre cuando deliberadamente deseamos desobedecer a Dios en materia grave. Por el pecado mortal, el alma muere a la vida de Dios, pero mientras está en esta vida, puede recuperar esa vida divina mediante la contrición perfecta del corazón y el sacramento de la confesión. Por el pecado mortal, se corta nuestra unión con Dios, así como si nosotros cortáramos, con unas tijeras, los cables que conectan a la computadora con la instalación eléctrica y el alma pierde todo tipo de comunión con Dios en el Amor y las obras que hace no le sirven para la vida eterna. Esto se restablece por la confesión sacramental.
         Ahora bien, nuestro fin en esta vida es unirnos a Dios por medio del amor y la obediencia[1]. Es como si un padre multimillonario le dijera a su hijo: “Hijo, tú eres el heredero de mi inmensa fortuna, pero para ganarla, quiero que me obedezcas en lo siguiente: quiero que te dirijas a esa montaña, que no es muy alta, por el sendero que yo te indique, porque es el más seguro para ti”. Si el hijo le responde que no quiere ir por ese sendero y que no quiere su herencia, eso es como si fuera el pecado mortal; si dice que sí quiere su herencia y que irá por donde su padre le indica, eso es obedecer a Dios en su voluntad –expresada en los Mandamientos y en los preceptos de la Iglesia- y es también llevar la cruz de cada día, porque el único camino seguro para llegar al cielo, es llevar la cruz de cada día.
         Fuimos hechos para heredar el Reino, pero este Reino lo vamos a tener solo si cumplimos la voluntad de Dios, que se nos manifiesta en los Mandamientos y en los preceptos de la Iglesia, si llevamos la cruz de cada día y si mantenemos su amistad y su gracia por medio de la confesión sacramental.


[1] Cfr. Leo J. Trese, La Fe explicada, Ediciones Logos, Rosario 2013, 76-77.

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