viernes, 10 de noviembre de 2017

Los profesionales y trabajadores de la sanidad católicos no pueden ser cómplices de la cultura de la muerte


         En nuestros días, se trata de imponer, con fuerza cada vez mayor, lo que Juan Pablo II denominó “cultura de la muerte”, esto es, una mentalidad y un obrar del hombre dirigido a suprimir la vida humana, desde su concepción, hasta su vejez, pasando por cualquier etapa intermedia.
         Tanto es así, que hoy abundan las clínicas abortivas, los centros de eutanasia, en donde se aplica la eutanasia solo por el hecho de que una persona esté deprimida, los centros de Fecundación in Vitro –por cada embrión vivo, se sacrifican, desechan o congelan unos treinta embriones promedio-, el alquiler de vientres –una aberración contra la maternidad y una esclavitud para la mujer-, y muchas otras iniciativas más, destinadas todas a destruir a la vida humana.
         El católico que se desempeña en el ámbito de la salud, no puede ser indiferente a esta oleada de muerte, que avasalla con el hombre, desde que nace, hasta que muere. El católico que se desempeña en el ámbito de la salud, debe oponerse con los medios legales a su alcance, entre ellos, la objeción de conciencia. Es decir, aun si, hipotéticamente, un centro de salud obligara, por ejemplo, a practicar un aborto, el católico tiene el deber de no obedecer a esa orden –nadie está obligado a obedecer lo que es pecado- y tiene el deber de hacer una objeción de conciencia y reclamar que se respete su conciencia, que es lo más sagrado que tiene el hombre. Entonces, el católico no puede ampararse y decir: “No me quedaba otra opción que obedecer y practicar el aborto”, porque es como decir: “No me quedaba otra opción que asesinar a sangre fría”.

         Como profesionales de la salud, los católicos deben oponerse firmemente a la “cultura de la muerte”, y si esta avanza, es por el silencio de los católicos. Es por eso que es necesario tener siempre presentes las palabras de Jesús: “Al que me niegue delante de los hombres, yo lo negaré delante de mi Padre” (Mt 10, 33).

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