viernes, 9 de diciembre de 2011

La fiesta mundana no tiene nada que ver con la verdadera alegría de Navidad


"¿A qué se parece esta generación?" (cfr. Mt 11, 16-19). Al comprobar la dureza de corazón de aquellos que no se quieren convertir por ningún motivo, ni por la prédica del Bautista, que llama a la penitencia y al ayuno, ni por la prédica suya, que compara el Reino con un banquete de bodas, con una fiesta, Jesús los compara a unos niños engreídos y soberbios que se niegan a jugar con sus compañeros que los invitan, dándoles la posibilidad de jugar un juego de imitación con un tema alegre (unas bodas) o triste (un entierro)[1].
         El juego del entierro o funeral recuerda a Juan el Bautista, que predica la austeridad, mientras que el juego más alegre, de unas bodas, recuerda a Jesús, que compara al Reino con un banquete. Tanto uno como otro, que en el fondo predican el mismo mensaje de salvación pero con métodos distintos, son rechazados por los contemporáneos de Jesús, lo cual muestra que lo que se rechazaba era el mensaje mismo de salvación[2].
         Frente a esta actitud infantil de rechazo del mensaje de conversión, la sabiduría amorosa de Dios queda justificada porque ha hecho todo lo posible para superar la mala voluntad de los hombres que no quieren convertirse.
         Pero el rechazo a la conversión no es privativo de los contemporáneos de Jesús, puesto que se repite aún hoy, dentro de la Iglesia: ¿cuántos cristianos no quieren creer en el infierno, considerándolo como algo irreal e inexistente, pero al mismo tiempo, no les atraen las delicias del cielo, el vivir para siempre en la alegre contemplación de la Trinidad? ¿Cuántos cristianos, niños, jóvenes, ancianos, se comportan como los niños del evangelio de hoy, prefiriendo continuar con sus corazones cerrados a la gracia antes que dejar sus diversiones, sus gustos, sus placeres?
         ¿Cuántos cristianos, ni viven la penitencia y la mortificación del tiempo de Adviento, necesarias para preparar el corazón para el Nacimiento del Niño Dios, pero tampoco viven la verdadera alegría de la fiesta de Navidad, la Santa Misa de Nochebuena, porque festejan en fiestas mundanas y paganas, comiendo y bebiendo en exceso, alegrándose por motivos mundanos, despreciando la sobria alegría de Navidad, el Nacimiento de Dios hecho Niño?
Estos cristianos, cuando la Iglesia les dice que hagan penitencia en Adviento, no la hacen, y al no hacer penitencia en Adviento, están diciendo: "Queremos alegrarnos", malinterpretando el Adviento, porque la penitencia no excluye a la alegría; al mismo tiempo, cuando la Iglesia les dice: "Alégrense y festejen en Navidad, con la verdadera fiesta, la Santa Misa de Nochebuena", en vez de encontrar en la Eucaristía el verdadero motivo de la alegría, que es la Presencia de Dios Hijo en Persona en el sacramento del altar, desprecian la verdadera alegría navideña, para salir a buscar diversión desenfrenada, vacía, mundana y pagana, diversión que nada tiene que ver con el Nacimiento del Niño Dios.
¿Qué relación tiene el alcohol que los jóvenes consumen en exceso, con el Niño Dios? ¿Qué tienen que ver los atracones de comida de los adultos, con el Pesebre de Belén? ¿Qué tienen que ver los regalos materiales y el afán desenfrenado de consumo, con la serena y alegre austeridad de Navidad, consecuencias en el alma de saber que Dios se ha encarnado, ha nacido como Niño y prolonga su Encarnación y  Nacimiento en la Eucaristía?
         "No queremos la penitencia de Adviento; no queremos la verdadera fiesta de Navidad, la Santa Misa de Nochebuena; queremos nuestra propia alegría y nuestra propia diversión, la alegría y la diversión que nos dan nuestras pasiones y nuestros placeres; no queremos saber nada con el Niño Dios".
         Lamentablemente, este es el pensamiento de muchos cristianos, que se comportan como los niños del evangelio de hoy.
        


[1] Cfr. Orchard et al., Comentarios al Nuevo Testamento, Tomo III, 389.
[2] Cfr. Orchard, ibidem.

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