lunes, 3 de noviembre de 2014

La Eucaristía y los jóvenes: La oración explicada a los jóvenes (1)


         ¿Qué es “orar”? Podemos decir que la oración es: “la elevación de la mente y el corazón a Dios”. Si es que hay que elevarlos, quiere decir que, de manera habitual, la mente y el corazón se encuentran enfrascados en cosas terrenas, mundanas. Y no puede ser de otra manera, pues vivimos en la tierra, en el mundo. Pero sucede que no fuimos hechos ni para la tierra, ni para el mundo. Y esto es lo que explica el sentimiento de insatisfacción y de infelicidad que sentimos muchas veces, porque las cosas del mundo y de la tierra no nos pueden satisfacer, no nos pueden alegrar, no nos pueden dar alegría y contento, al menos una alegría y un contento que sean plenos, duraderos. Solo Dios puede colmar nuestra sed de alegría, de amor, de paz y de felicidad, porque fuimos creados por Él y para Él. Aquí encontramos, entonces, una primera razón para hacer oración: para encontrar y recibir, de parte de Dios, la alegría, el amor, la paz y la felicidad, que solo Él puede darnos, porque si fuimos creados para Él, solo en Él encontraremos descanso y reposo, y nunca lo encontraremos en esta tierra.

         Recordemos entonces lo que dijimos al inicio: orar es elevar la mente y el corazón a Dios. Orar es como volar sin alas, y es como volar al infinito, porque Dios es Amor infinito. Orar es despegarnos de las cosas de la tierra, para elevarnos a Dios y para encontrarnos con Él, que es nuestro Creador, nuestro Redentor, nuestro Salvador, nuestro Santificador. Solo en Dios encontraremos la Fuente Inagotable de Amor, de Bondad, de Luz, de Paz, de Alegría, de Felicidad, de Sabiduría, de Fortaleza, que anhela nuestra alma, pero lo encontraremos siempre y cuando hagamos oración, porque Dios está en lo alto, y nosotros estamos en lo bajo, y solo nos elevamos a lo alto, donde está Dios, por medio de la oración. Quien no hace oración, permanece hundido en las cosas terrenas y mundanas, sin enterarse nunca de que Dios no solo existe y Es, sino que Dios puede y quiere darle todo su Amor, para hacerlo feliz, en esta vida y en la otra. Quien no ora, es como el que, en un día de sol radiante, prefiere sin embargo, ir a esconderse en una cueva oscura, profunda, oscura, maloliente, llena de fieras salvajes y de alimañas. El que ora, por el contrario, es como el girasol que, mientras es de noche, se encuentra inclinado hacia la tierra, con sus pétalos cerrados, pero cuando aparece la estrella del alba, que indica que comienza el amanecer y que ya despunta el sol, abre sus pétales y comienza a girar en busca del sol y cuando lo encuentra, lo sigue durante todo su recorrido a lo largo del cielo: es el alma que, despertando a la vida de la gracia que le trae la Estrella del Alba, la Medianera de todas las Gracias, la Virgen María, abre su alma y su corazón a los rayos de gracia que brotan del Sol de justicia, Cristo Jesús, y lo sigue durante toda su vida, hasta llegar al cielo. Ésta es la importancia de la oración.

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