jueves, 11 de mayo de 2017

La virtud de la Fe divina y sobrenatural en Jesucristo, el Hombre-Dios


         La fe es “creer en lo que no se ve” (cfr. Heb 11, 1), pero no es un creer ciego, en cosas que no existen o que no son de Dios: la verdadera fe, la fe cristiana, es creer en Jesús como Señor (1 Cor 12, 3), es decir, como Dios. Esto implica el abandonar los ídolos –mundo, dinero, fama, poder, etc.- y confesar que Dios es Uno y Trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que el Hijo es quien se ha encarnado, ha muerto en cruz, ha resucitado y, si bien ha subido a los cielos, está sin embargo, con su Cuerpo glorioso y resucitado, en la Eucaristía, y vivir según el bautismo y los mandatos de Jesucristo, pero no de cualquier Jesucristo, sino el de la Iglesia Católica.
         Para esta fe, se necesita la luz de la gracia, porque solo con la luz de la gracia el alma se hace partícipe de la naturaleza divina, lo cual significa que, solo por la gracia, el alma puede conocer y amar como Dios se conoce y se ama a sí mismo y solo con la luz de la gracia podemos conocer los misterios de Jesucristo.
         Para darnos una idea de lo que decimos, imaginemos lo siguiente: supongamos que queremos investigar cómo es el sol, y para ello, contamos con una lupa, o mejor, con un telescopio, es decir, con una lente de aumento que lo que hace es aumentar algo el tamaño de los objetos lejanos para para poder apreciarlos un poco mejor. Si enfocamos el sol con este telescopio, veremos el sol un poco más grande, y tal vez descubriremos cosas que a simple vista no las vemos. Pero, de todos modos, seguiríamos viviendo en la tierra, y nuestro conocimiento del sol sería muy limitado, porque sólo lo veríamos un poco aumentado y nada más. Supongamos que, por algo desconocido, nos hiciéramos parte del sol, sin dejar de ser lo que somos, y fuéramos elevados hasta el interior mismo del sol; puesto que somos parte del sol, no nos quemamos, y como también somos parte del sol, podemos saber cómo es el sol en su interior. El conocimiento que tendríamos del sol, en este segundo caso, sería mucho mayor y mejor que el conocerlo con una lente aumentada desde la tierra.
         Pues bien, algo similar sucede con nuestra mente y Dios, en la fe: con la sola razón, conocemos a Dios como Uno, y es como conocer el sol con la lente aumentada; con la gracia, conocemos a Dios como Dios se conoce a sí mismo y lo amamos como se ama a sí mismo y esto es como conocer al sol siendo parte del sol y esto es así porque por la gracia, Dios nos adopta como hijos y nos da su propia naturaleza. De igual manera, solo con la luz de la gracia, podemos conocer los misterios absolutos de Jesucristo: que es la Segunda Persona de la Trinidad y no un hombre más; que se encarnó en el seno de María Virgen; que padeció y murió en la cruz; que resucitó, ascendió al cielo y está sentado a la derecha del Padre y, por último, que está en la Eucaristía, con su Cuerpo vivo y glorioso, resucitado, para acompañarnos todos los días, hasta el fin del mundo, para aliviar nuestras penas y dolores y para darnos de su paz y alegría: “Venid a Mí todos los que estáis afligidos y agobiados, y Yo os aliviaré”; “Os doy mi paz, no como la da el mundo”.

         Esta virtud de la Fe, con la cual podemos conocer y amar a Dios como Él se conoce y ama, y con la cual podemos conocer los misterios de Jesucristo, el Hombre-Dios, la hemos recibido en el Bautismo, pero es necesario acrecentarla con la oración y con la misericordia, además de pedir siempre, en la oración, la gracia de perseverar, hasta el fin, en la fe y en las buenas obras.

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