miércoles, 31 de mayo de 2017

Pentecostés


         Suele suceder que se asocia Pentecostés con expresiones que no se condicen con el misterio que este significa. Por ejemplo, se piensa que Pentecostés es sinónimo de efusión sentimentalista, de alegría un tanto forzada, o el poseer don de lenguas, o algún otro “carisma” que, se supone, es suscitado por el Espíritu Santo. Se asocia a Pentecostés con un sentimiento de alegría, y si esa alegría externa, superficial, no está, entonces no está el Espíritu Santo, o también se lo asocia, como vemos, con carismas diversos.
         Sin embargo, nada de esto tiene que ver, realmente, con Pentecostés, ya que el Espíritu Santo obrará a un nivel mucho más profundo que la sensibilidad, obrará sobre la inteligencia y sobre los corazones. Para saber propiamente de qué se trata Pentecostés, es necesario recordar las palabras de Jesús acerca de la misión del Espíritu Santo que Él efundirá, junto al Padre, luego de atravesar su misterio pascual de muerte y resurrección y ascender glorioso a los cielos. Desde allí, junto al Padre, soplará el Espíritu Santo sobre los Apóstoles, es decir, sobre la Iglesia naciente, y el Espíritu Santo ejercerá sobre los miembros de la Iglesia una función mnemotécnica, de recuerdo, de memoria: “Cuando venga el Paráclito, les enseñará y les recordará todo lo que les he dicho” (cfr. Jn 14, 26). También actuará sobre la inteligencia, enseñando la Verdad sobre Jesús: “Y cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, los guiará en todos los caminos de la verdad” (Jn 16, 13); “El Paráclito les dirá dónde está el pecado, la justicia y el juicio” (Jn 16, 5-11). Es decir, los discípulos se entristecen al saber que Jesús ha de partir “a la Casa del Padre”, pero Él les dice que “les conviene” que lo haga para que Él envíe el Espíritu Santo y cuando lo envíe junto al Padre –Él es el Hombre-Dios y Él, en cuanto Hombre y en cuanto Dios espira, junto al Padre, el Espíritu Santo-, el Espíritu Santo acusará al mundo acerca del pecado, la justicia y el juicio. Lo acusará del pecado, porque le hará ver que todo lo malo contrasta con la Bondad del Mesías y así les hará ver a los judíos que fueron incrédulos y cometieron pecado de incredulidad, convirtiéndose luego, en Pentecostés, tres mil judíos (Hch 2, 37-41); el Espíritu dará testimonio de justicia, porque iluminará las almas y les hará ver que Jesús no solo no era un delincuente, como fue injustamente acusado y tratado, sino el Cordero Inmaculado, sin mancha; por último, en cuanto al juicio, el Espíritu Santo hará ver que, en la lucha entre Cristo y el Demonio, ha vencido Cristo Jesús de una vez y para siempre en la cruz, aun cuando a los ojos humanos y sin fe, la cruz aparezca como símbolo de derrota, y la prueba de que la cruz es triunfo divino, es la destrucción de la idolatría y la expulsión de los demonios de los poseídos[2] (Hch 8, 7; 16, 18, 19, 12), allí donde se implanta la cruz. “El Paráclito les dirá dónde está el pecado, la justicia y el juicio”. El Espíritu Santo es el Espíritu de la Verdad; en Él no solo no hay engaño, sino que Él es la Verdad divina y es a Él a quien hay que implorar que nos ilumine, para caminar siempre guiados bajo la luz trinitaria de Dios, porque si no nos ilumina el Espíritu Santo, indefectiblemente, antes o después, somos envueltos por las tinieblas de nuestra razón y por las tinieblas del infierno, y ambas tinieblas nos envuelven en el pecado, en la injusticia, y en el juicio inicuo.
         El Espíritu Santo, en Pentecostés, “dará testimonio de Jesús”: “Cuando venga el Paráclito, el Espíritu que Yo les enviaré desde el Padre, dará testimonio de Mí” (Jn 15 26- 16, 6. 4). Luego de morir en la cruz y resucitar, Jesús ascenderá al cielo y desde allí enviará, junto al Padre, al Paráclito, al Espíritu Santo, el Espíritu de la Verdad, que “dará testimonio de Jesús”. Esto será de vital importancia para la Iglesia de Jesucristo, sobre todo hacia el final de los tiempos, cuando surja el Anticristo, porque el Anticristo se presentará con toda clase de engaños y de falsos milagros, que confundirán incluso a los elegidos. El Anticristo engañará de tal forma a los hombres, que todos creerán que es Cristo, y cuando se manifieste, modificará la ley de Cristo y los Mandamientos acomodándolos a las necesidades y conveniencias de los hombres y lo hará de tal manera, que todos estarán convencidos que es el mismo Cristo en Persona quien lo está haciendo. Es por esto que la función del Espíritu Santo, enviado por Cristo y el Padre, el Espíritu de la Verdad, será la de iluminar las conciencias del pequeño rebaño remanente, el cual de esta forma será preservado del engañado y será advertido acerca del Falso Profeta, del Anticristo y de la Bestia, quienes tomarán posesión de la Iglesia de Cristo. Solo quienes estén en gracia, estarán inhabitados por el Espíritu Santo y solo quienes estén inhabitados por el Espíritu Santo, serán capaces de advertir el engaño, pero así mismo, serán, como dice Jesús, “echados de las sinagogas”, es decir, de las Iglesias, e incluso, serán perseguidos a muerte, y los que les den muerte, creerán dar “culto a Dios” con sus muertes, porque pensarán que están dando muerte a apóstatas, cuando en realidad, estarán dando muerte a mártires, a los verdaderos seguidores y adoradores del Cordero de Dios. “Cuando venga el Paráclito, el Espíritu que Yo les enviaré desde el Padre, dará testimonio de Mí”. El mundo contemporáneo vive en las tinieblas, unas tinieblas que amenazan a la Iglesia y que por alguna grieta ha entrado en la Iglesia, según la denuncia del futuro beato Pablo VI: “A través de una grieta, ha entrado el humo de Satanás en el templo de Dios”. A estas densas y siniestras tinieblas vivientes del Infierno, que impiden la visión de Dios a las almas, solo las pueden vencer la Luz Increada del Espíritu Santo, el Paráclito, enviado por el Padre y el Hijo.
Por último, actuará también sobre los corazones, encendiéndolos en el Amor de Dios, como a los discípulos de Emaús: “¿No ardían nuestros corazones cuando nos explicaba las Escrituras?”. Se trata entonces Pentecostés de una acción del Espíritu Santo que obra en lo más profundo del ser y sobre las facultades operativas del hombre, la inteligencia y la voluntad, y también sobre la memoria.
         Ahora bien, no obra según la naturaleza humana, sino según la naturaleza divina, porque el Espíritu Santo es la Tercera Persona de la Trinidad. Esto quiere decir que el Espíritu Santo obrará al modo de Dios, al modo de la naturaleza divina, y no según la naturaleza humana. Es importante tener en cuenta esta distinción, porque sólo así se puede entender cómo y qué obrará el Espíritu Santo. Lo que hará el Espíritu Santo es comunicar la gracia santificante, que permite que el ser humano participe de la naturaleza divina, lo cual significa que el alma se vuelve capaz de conocer –dentro del conocer está el recordar-, de amar y también de obrar según Dios se conoce y se ama a sí mismo, y de obrar según Dios obra, y esto es lo que sucede con los santos.
         El conocimiento que dará el Espíritu Santo es celestial, sobrenatural, y permitirá ver a Jesús, no según los límites estrechos de nuestra razón, sino según Dios mismo lo conoce, y permitirá amar a Jesús, no según los estrechos límites de nuestro amor, sino como Dios mismo lo ama. Y en esto están comprendidas las funciones de memoria y de Verdad: recordará los milagros de Jesús, por ejemplo, y dirá la verdad acerca de ellos: que manifiestan a Jesús como Dios Hijo, y no como un simple hombre. El Espíritu Santo permitirá reconocer a Jesús como el Hombre-Dios, como el Cordero de Dios, que está en la Eucaristía, y que viene al alma para donarse a sí mismo con su substancia y su Ser divino trinitario, y no como un mero pan bendecido. En síntesis, el Espíritu Santo hará conocer a Jesucristo en su misterio sobrenatural absoluto, esto es, como Dios Hijo encarnado en el seno de María Virgen, por obra del Amor de Dios y no por obra humana, y que luego de cumplir su misterio pascual de muerte y resurrección y ascender a los cielos, permanece y permanecerá, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, en la Eucaristía, hasta el fin de los tiempos, para cumplir su promesa de estar con nosotros “todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20). Este conocimiento y este amor de Jesucristo no serán, como hemos dicho, según nuestro modo de conocer y amar, sino que serán un conocimiento y un amor completamente nuevos y desconocidos, porque serán el conocimiento y el Amor de Dios Uno y Trino, conocimiento y amor, por otra parte, imposibles totalmente de ser adquiridos y vividos, sino son infundidos por el Espíritu Santo, porque pertenecen al Espíritu de Dios y no al espíritu humano.
        


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