Sólo
de esa manera alcanzaremos de Dios la paz y la alegría
En tiempo de Cuaresma, la Madre Iglesia nos pide oración,
penitencia y obras de caridad. Para muchos, esta exigencia de la Iglesia puede
parecerles una tarea “pesada”, “aburrida”, y hasta “fastidiosa”, porque nos
obliga a ir en contra nuestro, para hacer muchas veces lo que nuestra
sensibilidad no quiere hacer. Por ejemplo, muchas veces, llevados por el mundo
y sus atractivos, dejamos la oración para hacerla a último momento, apenas
minutos antes de acostarnos, o incluso cuando ya estamos acostados, lo cual,
como es de suponer, termina como ya sabemos: no rezamos, o rezamos y nos
quedamos dormidos, o rezamos mal y apurados. Con respecto a la penitencia,
también nos pasa que es algo que, naturalmente, no queremos hacer. En efecto,
¿a quién le gusta privarse de un vaso de agua helada, o de una rica limonada
fresca, cuando hace mucho calor? Y sin embargo, en Cuaresma, la Iglesia nos
pide esta mortificación. Por último, y en relación al otro pedido de la
Iglesia, las obras de misericordia: ¿acaso no es un sacrificio donar nuestro
tiempo para, por ejemplo, ir a visitar a alguien enfermo, o para escuchar a
alguien que necesita hablar para desahogarse? Sí, hay que sacrificar el tiempo,
y las ganas de hacer cosas más “divertidas”, pero la Iglesia nos pide esto para
Cuaresma.
Por
lo mismo, muchos asocian –equivocadamente- a la Cuaresma con un período
“triste”, “fatigoso”, “aburrido”. Sin embargo, quien se deja humildemente guiar
por los consejos de la Iglesia, como hicieron los santos de todas las épocas, y
lleva a cabo sus indicaciones, haciendo más oración, haciendo penitencia, y
obrando la misericordia, da testimonio de que la Cuaresma se convierte en
“algo” que, lejos de ser “triste”, trae consigo grandes dosis de alegría al
alma. ¿Por qué? Por lo que significan cada una de las actividades que la
Iglesia manda hacer: la oración, al mismo tiempo que ilumina con la luz de
Dios, nos hace entrar en un silencioso diálogo interior de vida y de amor con
Dios Trino, con Jesús, con la Virgen, con los ángeles y los santos, y… ¿quién
puede decir que es “aburrido” o “triste” hablar con ellos? Por la penitencia,
nos privamos, por ejemplo, de algún alimento ¡que alguien recibe en otro lado!
¿Y acaso no dice San Francisco que es mejor dar que recibir? Por las obras de
misericordia, como por ejemplo, visitar enfermos, o encarcelados, o dar consejo
al que lo necesita (hay muchas otras obras de misericordia para hacer),
¡consolamos al mismo Jesús en Persona, que misteriosamente inhabita en el
prójimo más necesitado! ¿Y acaso no nos “devolverá” Jesús la atención que
tuvimos para con Él? ¿Y la Virgen no se mostrará agradecida para con aquél que
consoló a su Hijo presente en los más necesitados? Aunque no debería ser así,
al menos por un “santo interés” (que Jesús y María nos devuelvan la visita),
deberíamos obrar la misericordia en tiempo de Cuaresma, y no solo, sino durante
todo el año.
Reflexionemos
La
Cuaresma es un tiempo para crecer en nuestra unión con Dios, pero esta unión no
es “automática”: Dios necesita saber que nos queremos unir a Él, y para eso
debemos rezar, hacer penitencia, y ser misericordiosos. Luego Dios hace el
resto: llenar el alma de alegría y de serena paz.
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