martes, 22 de noviembre de 2016

Jesús no es un fantasma


(Homilía para niños de 6o grado que egresan)

         Una vez, los discípulos estaban en el mar, en la barca, cuando comenzó a cambiar el tiempo: las nubes se pusieron negras, como cuando hay tormenta; empezaron a caer rayos y se escuchaban fuertes truenos; el viento empezó a soplar con mucha fuerza, lo que hizo que las olas se hicieran cada vez más grandes. Como el viento soplaba cada vez más fuerte, las olas se volvían cada vez más altas y así empezaba a entrar mucha agua en la barca, y tanta, que parecía que se iban a hundir. Además de eso, el cielo estaba tan oscuro, por las nubes negras, que parecía que era de noche, cuando todavía era pleno día. Los discípulos, que estaban en la barca, se asustaron porque pensaban que iban a hundirse. En ese momento, cuando la tormenta estaba cada vez más fuerte y el día tan oscuro que parecía de noche, vieron a la distancia aparecer a Jesús, caminando sobre las aguas. Los discípulos, que ya estaban asustados por la tormenta, y a pesar de que conocían y amaban a Jesús, se asustaron todavía más, al verlo caminar por las aguas, y se pusieron a gritar: “¡Es un fantasma!” (Mt 14, 26). Jesús llegó a la barca y le dijo al viento: “¡Cállate!”, y el viento dejó de soplar en ese mismo instante; en consecuencia, las olas se calmaron y las nubes negras dieron paso al sol. En un solo segundo, Jesús hizo cambiar la situación, de un peligro real, a una paz y calma totales.

         Lo que le pasó a los discípulos fue real, y también nos puede pasar a nosotros, aunque no nos subamos a ninguna barca, porque la vida es muchas veces como el mar agitado por el viento: aparecen tribulaciones, problemas, angustias, situaciones dolorosas, y algunas veces, todo parece que está a punto de hundirse. Pero nosotros estamos en la Barca de Pedro, que es la Iglesia, y aunque el viento del mundo sople y sople fuerte, y aunque parezca que el sol no sale, porque los días se vuelven grises, Jesús siempre está, y Él no es un fantasma, y nosotros no tenemos que pensar en Jesús como si fuera un fantasma, como les pasó a los discípulos. Jesús es Dios, es el Hombre-Dios, y está en la Eucaristía, vivo, glorioso, resucitado, esperando que vayamos a visitarlo, a decirle que lo amamos y que queremos que siempre esté con nosotros. Y también como le sucedió a los discípulos, Jesús puede, en un segundo, solucionar todo aquello que nos preocupa, precisamente, porque no es un fantasma, sino Dios Hijo en Persona. No esperemos a que hayan tribulaciones y problemas para acudir a Jesús en el sagrario: vayamos a visitarlo, para que Él esté siempre con nosotros, en nuestro caminar en la vida hacia el cielo.

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