jueves, 24 de noviembre de 2016

Junto con la Misa, la mejor acción de gracias es ofrecer a Dios un corazón contrito y humillado


(Homilía en Santa Misa en acción de gracias por el ciclo lectivo de un colegio secundario y primario)

        Dar gracias a Dios es el acto más debido en nuestra relación con Dios, puesto que Dios nos colma, permanentemente, con toda clase de bienes: pensemos, sólo para dar unos ejemplos, en los dones y beneficios que Dios nos da, que comienzan por el solo hecho de poder respirar –efectivamente, si estamos vivos y respiramos, es porque Dios nos mantiene en el ser-, pasan por los beneficios materiales y espirituales de todo tipo –la inteligencia, la memoria, la voluntad-, hasta los dones sobrenaturales más grandes, como el haber sido adoptados como hijos por Dios, por medio del Bautismo, y habernos dado su Amor, el Espíritu Santo, en la Confirmación, o su Perdón en la Confesión, o el Corazón de su Hijo en cada Comunión Eucarística bien hecha. Es decir, a Dios siempre debemos darle gracias, porque todo lo bueno, absolutamente todo, viene de Dios, y si Dios permite que algo malo nos suceda, es porque con su omnipotencia, puede sacar algo bueno para nosotros; además, nunca permite más carga que la que podamos soportar, y si nos da una cruz, nos da la gracia más que suficiente para poder sobrellevarla. Dios nos colma permanentemente de dones y ser agradecidos es signo de un alma noble y de que reconocemos que de nuestro Padre Dios procede todo bien.
En este caso, le damos gracias por el año lectivo que finaliza, con todo lo que esto significa: tener la oportunidad de estudiar, porque muchos niños y jóvenes no la tienen; tener padres o encargados nuestros que se preocupan por nuestro futuro y nuestro progreso, tener profesores que nos enseñen; tener un establecimiento  adonde ir a estudiar; son todos dones que damos por descontados, pero que proceden todos de la bondad de Dios; le damos gracias por los amigos, y también por los que no lo son, porque así tenemos oportunidad de practicar el mandamiento de Jesús: "Ámense los unos a los otros, como yo los he amado". Al mismo tiempo que le encomendamos el año nuevo, con todo lo que la incerteza del futuro depara. La mejor acción de gracias que podemos dar a Dios es, precisamente, la Santa Misa, porque en la Santa Misa es Jesús mismo, en Persona, quien ofrece la acción de gracias a Dios Padre por nosotros y para nosotros.
         Dar gracias a Dios, entonces, por medio de la Santa Misa, es reconocer que Dios es nuestro Padre Bueno, que nos concede toda clase de bienes, desde el simple hecho de respirar, hasta el bien más grande, que es el Cuerpo Sacramentado de su Hijo Jesús en la Eucaristía.
         Pero además de ofrecer la Santa Misa en acción de gracias, hay algo más que podemos y debemos hacer, como parte de nuestra acción de gracias a Dios, y es ofrecerle nuestro propio corazón, pero no de cualquier manera, sino un corazón “contrito y humillado”, es decir, un corazón que se humilla ante su Presencia en la Eucaristía y ante su Cruz, y un corazón contrito –triturado, dolido-, por los pecados. Para hacer esto, es necesario tener aversión al pecado, que es todo lo malo que surge de nuestro propio corazón –malos pensamientos, malos deseos, malas obras, malas palabras-, porque todo lo malo nos separa de Dios, que es Bondad infinita.
         Entonces, en esta acción de gracias, además de ofrecer la Santa Misa, ofrezcamos a Dios Padre un corazón contrito –dolido por los pecados- y humillado –postrado ante Jesús crucificado-, como la mejor acción de gracias que podamos darle, junto con la Eucaristía.

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