martes, 29 de noviembre de 2016

No miremos los ídolos mundanos, contemplemos a Cristo, en la Cruz y en la Eucaristía


(Homilía en ocasión de Santa Misa de Acción de gracias por el egreso de niños de una escuela primaria)

         El mundo de hoy ofrece múltiples ídolos a los jóvenes y estos ídolos son, por ejemplo, la fama, el dinero, el éxito, el poder, la belleza física, el tener abundantes bienes materiales, el “pasarla bien” sin hacer nada, etc. Todas estas cosas, son cosas falsas, porque prometen una felicidad que no tienen y que no pueden dar. Estas cosas son como los espejismos, es decir, una ilusión, algo que sólo existe en la imaginación, pero no en la realidad: por ejemplo, cuando uno va caminando por el desierto, bajo el sol, después de un tiempo y a causa del calor y la deshidratación empieza a ver visiones y así, por ejemplo, cree ver, a la distancia, un lago con agua fresca y árboles que dan sombra cuando en realidad no hay nada y así, el que ve un espejismo, corre detrás de ese espejismo y cuando llega, se encuentra con las manos vacías, y se queda todavía con más sed que antes. Esto es lo que sucede con las cosas materiales, con el dinero, el éxito, y todo lo que dijimos antes: son verdaderos espejismos que, cuando se los posee, no satisfacen la sed de felicidad que tiene el alma, y así el alma se queda peor que al principio.
         Todos los jóvenes, como todos los seres humanos, tienen sed de amor, de felicidad, de alegría, de paz, pero todo eso no lo dan los ídolos del mundo, como el dinero, el poder, la satisfacción de las pasiones. Sólo Jesucristo, el Cordero de Dios, el Hijo de Dios, puede colmar nuestra sed de felicidad, de amor, de paz, de alegría, porque Él es Dios, y sólo en Él se encuentra la felicidad que buscamos. Si intentamos ser felices fuera de Jesús, nunca lo vamos a conseguir; si intentamos tener alegría verdadera fuera de Jesús, nunca la vamos a obtener, porque el mundo no puede darnos lo que no tiene.
         Para entenderlo un poco mejor, usemos un poco la imaginación: imaginemos nuestro sistema solar: el sol, es la estrella luminosa que está en el centro, y los planetas giran a su alrededor; cuanto más cerca está un planeta del sol, tanto más recibe ese planeta aquello que el sol tiene y puede dar: luz, calor y vida, y al contrario, cuanto más lejos está el planeta, menos recibe del sol lo que éste le puede dar, y es así como los planetas más lejanos son oscuras, fríos y sin vida. Algo similar sucede entre nosotros y Jesús: Jesús es el “Sol de justicia”, alrededor del cual giran los planetas, que son las almas: cuanto más cerca estamos de Jesús Eucaristía, tanto más recibimos de Él lo que Él puede darnos, la luz de Dios, el amor de Dios, la alegría de Dios, la vida de Dios; y cuanto más nos alejamos, menos tenemos lo que sólo Él puede darnos.
         ¿Y dónde está Jesús? Jesús se encuentra en los sacramentos, sobre todo la Eucaristía y la Confesión, y también en la Cruz. Cuanto más nos acerquemos a la Eucaristía, a la Confesión y a la Cruz, tanto más vamos a recibir la Vida, la Alegría, el Amor y la Paz de Dios, y cuanto más nos alejemos, más rodeados estaremos de la oscuridad y sin la vida de Dios, es decir, fuera de Jesús, sólo encontraremos “oscuridad y muerte”, como les decía el Papa Juan Pablo II a los jóvenes en un discurso. No nos dejemos encandilar por los ídolos del mundo; no nos alejemos de Jesús Eucaristía, de la Confesión y de la Cruz, si queremos vivir en la paz, la alegría y el Amor de Dios.
              No cometan el mismo error que cometen la gran mayoría de niños y jóvenes de hoy, que es separarse de Jesús, y esto lo hacen cuando dejan de frecuentar los sacramentos y no hacen oración.


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