miércoles, 28 de marzo de 2018

Jesús muere en la cruz y resucita para darme una nueva vida



         Si hiciéramos una encuesta entre jóvenes católicos acerca de quién es Jesús, obtendríamos diferentes respuestas: por ejemplo, muchos jóvenes contestarían que Jesús es alguien que hizo algo bueno en el pasado pero que no tiene mayor trascendencia en el presente. Otros opinarían que era una persona buena, con grandes ideales y que despertó en muchos la capacidad de realizar sus propios sueños e ideales. Otros contestarían que hay dos Jesús: el verdadero, el que era el hijo de un carpintero, que fundó una religión nueva, pero que finalmente terminó muerto en la cruz, y el legendario, el inventado por sus amigos y seguidores, que lo idealizaron tanto en su figura, que inventaron hechos maravillosos como los milagros o incluso la resurrección, pero en realidad, ese Jesús nunca existió. Mucho peor, otros dirían que Jesús era un revolucionario, porque se preocupaba mucho por los pobres, lo cual es ofender a Jesús porque los revolucionarios han sido todos personas violentas y maliciosas y Jesús no era así. Todas estas respuestas acerca de Jesús son falsas y se caracterizan por coincidir en que Jesús, sea quien sea que haya sido, para la inmensa mayoría de los jóvenes de hoy, del siglo XXI, Jesús no tiene una mayor incidencia en sus vidas, porque la inmensa mayoría de los jóvenes vive, en su realidad concreta, como si Jesús nunca hubiera existido. Muy pocos jóvenes, ante la pregunta de “¿Cuáles son los mandamientos específicos de Jesús?”, responderían que son “amar al enemigo”, “perdonar setenta veces siete”, “cargar la cruz de cada día”, “negarnos a nosotros mismos”, “seguirlo a Él por el camino del Calvario”, además de los Diez Mandamientos, porque los Diez Mandamientos son mandamientos dados por Dios y Jesús Dios. Y todavía menos serían los jóvenes que responderían afirmativamente ante la pregunta de si es necesario cumplir los Mandamientos de Dios para ser felices –entre ellos, la castidad- y esto porque, para muchos jóvenes católicos de hoy, la existencia de Jesús es indiferente lo cual se demuestra por el hecho de que, una vez terminada la instrucción religiosa, abandonan la iglesia, sin llegar nunca a practicar la religión. Para muchos jóvenes la existencia de Jesús es indiferente, porque piensan que no tiene nada que ver con sus vidas concretas, reales.
         La realidad acerca de Jesús es muy distinta: Jesús no solo es real y está vivo, sino que es Dios en Persona –es la Segunda Persona de la Trinidad- y su vida tiene una relación directa con la vida personal de cada joven, lo crea o no lo crea ese joven. Todavía más, la vida del joven se desarrollará en su plenitud o se frustrará, según sea la relación que mantenga con Jesús. Si el joven ignora a Jesús, la vida del joven fracasará, aun cuando parezca triunfar desde el punto de vista mundano. Por el contrario, si conoce y sigue a Jesús y se preocupa por vivir en su vida los Mandamientos de Jesús, su vida y su existencia terrenas serán tan maravillosas, que aun cuando en el mundo pase desapercibido, en el sentido de no tener “fama” mundana provocarán la admiración de generaciones enteras. En otras palabras, encontrar a Jesús, conocerlo, amarlo, seguirlo, hace que la vida de un joven sea plena –en todo el sentido de la palabra, es decir, hace que la vida sea una vida verdaderamente feliz, aunque no con la felicidad como la entiende el mundo-; cuando un joven conoce y ama a Jesús y sigue sus mandatos, la vida de ese joven luego es conocida y admirada no solo por el estrecho círculo de familiares, amigos y conocidos, sino por cientos de miles de personas, porque su recuerdo perdurará de generaciones en generaciones y esto es lo que sucede con los santos. Cientos de miles de jóvenes santos que han conocido y amado a Jesús, han encontrado la plenitud y el sentido en esta vida terrena y luego la felicidad en la vida eterna y por eso su fama perdura aunque pasen cientos de generaciones. Pero el joven que no conozca a Jesús, ni se interese por seguir sus mandamientos y se aparte de Él, aun cuando triunfe en este mundo y alcance los más resonantes éxitos mundanos –fama, dinero, poder-, será un joven cuyo recuerdo no perdurará más allá de su existencia terrena y su vida terrena no será plena ni verdaderamente feliz y tampoco tendrá paz y alegría en su corazón, aunque tenga a su alcance todo lo materialmente disponible en la actualidad.
         ¿Cuál es la razón por la cual la vida de un joven cambia radicalmente, si conoce y sigue a Jesús como si no lo hace? La razón es que Jesús es Dios; es Dios Hijo hecho hombre, sin dejar de ser Dios y al ser Dios, es la Vida, la Alegría, la Paz en sí mismas y da de sí mismo a quien se le acerca, así como el sol ilumina a los planetas que se le acercan. Y porque es Dios, Jesús tiene en sus manos la vida del joven, de todo joven, de cada joven. Él ama tanto a los jóvenes –y a todos los hombres, independientemente de su edad-, que murió en la cruz y resucitó para que el joven tuviera acceso a una nueva vida, una vida que es el anticipo de la eternidad y es la vida de la gracia, y esa vida es verdaderamente lo que hace que el joven sea feliz y tenga alegría y paz en su corazón.
         ¿Dónde se obtiene esta vida nueva que nos da Jesús? De la Sangre y Agua que brotaron de su Costado traspasado –que para nosotros, los católicos, se hace realidad por los sacramentos-: cuando el centurión romano traspasó el Costado de Jesús y de su Corazón brotó Sangre y Agua, con la Sangre y el Agua se derramó el Amor de Dios contenido en su Corazón, el Espíritu Santo, que es Quien nos da la vida nueva de Dios y en Dios. Es por eso que el joven que se arrodilla ante Jesús crucificado y permite que su Sangre caiga sobre Él, recibe con esta Sangre al Espíritu de Dios y el Espíritu de Dios lo hace vivir una vida nueva, la vida de la gracia, la vida de los hijos de Dios. Pero como para nosotros, los católicos, el Amor de Dios se nos comunica por los sacramentos, es por eso que el joven que frecuenta los sacramentos, sobre todo la Confesión y la Eucaristía, es verdaderamente pleno y feliz.
         La Semana Santa es el tiempo propicio para no solo preguntarnos quién es Jesús, sino para acercarnos a Él, para que Él, que es Dios Hijo, nos dé su gracia, para que así comencemos a vivir una vida nueva, una vida verdaderamente nueva, la vida de los hijos de Dios. Para esto murió Jesús en la cruz: para liberarme de lo que me avejenta, que es el pecado, y para donarme lo que verdaderamente me hace joven, que no es la edad biológica, sino el Espíritu de Dios. Jesús muere en la cruz y resucita para darme una nueva vida, la vida de la luz, la vida de hijos de Dios.
         El joven que conoce y ama a Jesús, vive esta vida en su plenitud; el joven que se desinteresa por Jesús y no quiere saber nada de Él, se pierde lo mejor de esta vida. Aprovechemos el tiempo de Semana Santa para conocer lo mejor de esta vida: Cristo Jesús. ¿Dónde está Cristo Jesús, para ir a conocerlo? Como dijimos, para nosotros, los católicos, Cristo Jesús está Presente en la Cruz y en la Eucaristía. No dejemos pasar la oportunidad de conocer y amar a Aquel que puede transformar mi vida en una vida de plenitud y de gracia, Cristo Jesús. No nos quedemos con las manos vacías: aprovechemos este tiempo de Semana Santa para acercarnos y conocer a lo más hermoso que tiene la vida: Jesús, el Hijo de Dios, que me espera con los brazos abiertos en la cruz para darme todo el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico.


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