El mundo de hoy nos invita, a través de los medios de comunicación, a celebrar el Carnaval, palabra que pareciera ser (aunque no lo es) la conjunción de "carne" y "val", o sea, "baile de la carne", aunque también podría significar: "carne para Baal".
Inmensas multitudes se preparan -o ya lo están haciendo- para festejar este "baile de la carne", o "carne para Baal" o Carnaval. Quien no lo hace, corre el riesgo de ser tachado de retrógrado, retrasado, medieval, oscurantista, fanático. Sin embargo, el cristiano, y más todavía el joven cristiano, tiene sobradas razones para oponerse a la fiesta pagana del Carnaval, con todas sus fuerzas, para al mismo tiempo celebrar, con serena alegría, el Miércoles de Cenizas, inicio del tiempo de Cuaresma.
¿Cuáles son las razones que nos llevan a rechazar firmemente el Carnaval, al tiempo que adherimos de todo corazón al Miércoles de Cenizas?
El fundamento de la oposición está en la "teología del cuerpo", desarrollada ampliamente por el Beato Juan Pablo II: el cuerpo humano -recién nacido, adulto, anciano; alto, bajo; delgado, obeso, etc.- ha sido redimido por Jesucristo. Él, en cuanto Verbo de Dios, se ha encarnado en un alma y en un cuerpo humano, y ha ofrendado ese cuerpo en la Cruz para nuestra salvación y lo continúa ofrendando, glorioso y resucitado, en cada Eucaristía, y ha convertido al cuerpo humano, por el bautismo sacramental, en "templo del Espíritu Santo" (cfr. 1 Cor 6, 19). Si el cuerpo es templo del Espíritu Santo, entonces debe ser tratado como algo sagrado, y no puede ser exhibido impúdicamente, públicamente, tal como se hace en los carnavales, porque eso significa profanar el templo dedicado a Dios.
El fundamento de la oposición está en la "teología del cuerpo", desarrollada ampliamente por el Beato Juan Pablo II: el cuerpo humano -recién nacido, adulto, anciano; alto, bajo; delgado, obeso, etc.- ha sido redimido por Jesucristo. Él, en cuanto Verbo de Dios, se ha encarnado en un alma y en un cuerpo humano, y ha ofrendado ese cuerpo en la Cruz para nuestra salvación y lo continúa ofrendando, glorioso y resucitado, en cada Eucaristía, y ha convertido al cuerpo humano, por el bautismo sacramental, en "templo del Espíritu Santo" (cfr. 1 Cor 6, 19). Si el cuerpo es templo del Espíritu Santo, entonces debe ser tratado como algo sagrado, y no puede ser exhibido impúdicamente, públicamente, tal como se hace en los carnavales, porque eso significa profanar el templo dedicado a Dios.
San Pedro nos pide que demos "razones de nuestra fe" (1 Pe 3, 15), y por este motivo, damos aquí algunas razones.
Mientras
el Miércoles de Cenizas exalta la castidad y la pureza del cuerpo destinado a
la muerte, porque de esa manera resucitará glorioso para no morir nunca más, el
Carnaval, por el contrario, exalta la impureza y el desenfreno de las pasiones.
El
Miércoles de Cenizas, con su austeridad y su llamado a la penitencia y a la
conversión, anuncia que el Reino de los cielos está cerca, y por lo tanto es un
mensaje de alegría y de esperanza, porque el cuerpo humano, destinado a la
muerte y a la corrupción, por la Pasión y Muerte de Jesucristo, está destinado
ahora a la vida eterna, a la gloria y a la inmortalidad; el Carnaval, por el
contrario, con su exaltación de la carne, con su glorificación de la
sensualidad, con la adoración idolátrica del cuerpo sin glorificar, constituye
en sí mismo un mensaje de desesperación, de tristeza, de amargura, aunque esté
disfrazado de falsa alegría, porque glorifica un cuerpo que, sin la gracia de
Cristo, está destinado inevitablemente a la muerte y a la corrupción.
El Miércoles de Cenizas habla de un mundo futuro, próximo,
ya en germen por la gracia, el mundo de la vida eterna y del Reino de los
cielos, en donde el cuerpo humano será colmado de la gloria divina; el Carnaval
habla de un mundo pasado, perimido, vencido, sumergido en la corrupción de la
carne y del pecado.
El Miércoles de Cenizas, con su llamado a la
sobriedad, a la austeridad, a la penitencia y a la mortificación, aparenta ser un
tiempo de tristeza, de lamento, de amargura y de rechazo de la alegría; pero en
realidad, es fuente de alegría y de alegría profunda y verdadera, porque la
penitencia y la mortificación son las puertas por las que entra la alegría
misma del Ser trinitario, de Dios, que es en sí mismo “Alegría infinita”, como
dicen los santos; por el contrario, el Carnaval, que con su exaltación de la
carne de corrpución aparenta alegría y felicidad, esconde en sí mismo la más
profunda de las tristezas y la más honda de las amarguras, porque cierra el
camino al encuentro con el Ser Purísimo y perfectísimo de Dios, y sin Dios y su pureza, no hay verdadera alegría.
Finalmente, mientras el Carnaval exalta las pasiones sin
control del cuerpo sin glorificar, cuerpo que envejece y que se corrompe, el
Miércoles de Cenizas llama a mortificar al cuerpo en esta vida para prepararlo para la
eterna juventud que vivirá en el Reino de los cielos, cuando sea glorificado
por el Dios eternamente Joven, Cristo Jesús.
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