jueves, 27 de julio de 2017

Los ángeles buenos y los malos no son fantasía, sino realidad


         En la Sagrada Escritura se nos enseña que Dios creó el mundo visible, pero también el mundo invisible, que está compuesto por ángeles, los cuales son espíritus puros, no corpóreos, invisibles a nuestros sentidos corporales, pero no por eso, menos reales. Al igual que nosotros, están dotados de inteligencia y voluntad, es decir, son inteligentes, capaces de pensar, y con capacidad de amar, y por eso reciben, igual que nosotros, el nombre de “personas”. Su naturaleza angélica es muy superior a la nuestra, lo cual significa que son mucho más inteligentes que nosotros y que poseen propiedades que dependen de esa naturaleza angélica, imposibles de imaginar siquiera para nosotros, como por ejemplo, desplazarse a la velocidad del pensamiento.
A pesar de que su número es incontable, solo conocemos los nombres de tres Arcángeles: Miguel, “¿Quién como Dios?”, Gabriel, “Fortaleza de Dios” y Rafael, “Medicina de Dios”. También nos enseña la Iglesia que cada uno de nosotros tenemos un Ángel de la Guarda, proporcionado por el Amor de Dios, para que no solo nos cuide en esta vida, sino para que nos ayude a ganar el cielo. Los ángeles fueron creados por Dios para que se alegren en su Presencia, pero como también son libres, Dios no quiere que estén con Él de forma obligada, sino libremente y por eso es que los puso a prueba, la cual consistió en que, contemplándolo a Él cara a cara, hicieran un acto de amor. Algunos teólogos, santos y místicos piensan que la prueba consistió en ver al Hombre-Dios Jesucristo, el Redentor de la raza humana, y les pidió que lo adoraran. Les dio a contemplar a Jesucristo en el misterio de su Encarnación, en su Nacimiento virginal, en sus humillaciones, en su Pasión, en su Cruz. Según esta teoría, muchos ángeles se rebelaron ante la perspectiva de tener que adorar a Dios encarnado y, como sabían que ellos eran superiores a la naturaleza humana y eran conscientes de su belleza y dignidad, muchos de ellos, guiados por Lucifer, el Demonio, la Serpiente Antigua o Satanás, decidieron no adorar ni servir a Jesucristo, por lo que, junto con Satanás, gritaron: “Non serviam”, que significa “No serviré”[1].
Y así comenzó para ellos el infierno, que es el alejamiento, para siempre, de Dios, y allí permanecerán para siempre, porque debido a su naturaleza, no tienen otra oportunidad para decidirse a favor o en contra de Dios.
También nosotros estamos en esta vida para superar la prueba de querer amar y adorar a Dios por toda la eternidad, y es para eso que Dios puso a nuestros ángeles de la guarda, uno para cada ser humano, esto es, para ayudarnos a vivir en la tierra deseando el cielo, llevando la Cruz de Jesús por el Camino del Calvario. Para eso están nuestros ángeles, para ayudarnos a ganar el cielo, imitando a Jesús crucificado.



[1] Cfr. Leo J. Trese, La Fe explicada, Ediciones Logos, Rosario 2013, 47.

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