En la Sagrada Escritura se nos enseña que Dios creó el mundo
visible, pero también el mundo invisible, que está compuesto por ángeles, los
cuales son espíritus puros, no corpóreos, invisibles a nuestros sentidos
corporales, pero no por eso, menos reales. Al igual que nosotros, están dotados
de inteligencia y voluntad, es decir, son inteligentes, capaces de pensar, y
con capacidad de amar, y por eso reciben, igual que nosotros, el nombre de “personas”.
Su naturaleza angélica es muy superior a la nuestra, lo cual significa que son
mucho más inteligentes que nosotros y que poseen propiedades que dependen de
esa naturaleza angélica, imposibles de imaginar siquiera para nosotros, como
por ejemplo, desplazarse a la velocidad del pensamiento.
A
pesar de que su número es incontable, solo conocemos los nombres de tres
Arcángeles: Miguel, “¿Quién como Dios?”, Gabriel, “Fortaleza de Dios” y Rafael,
“Medicina de Dios”. También nos enseña la Iglesia que cada uno de nosotros
tenemos un Ángel de la Guarda, proporcionado por el Amor de Dios, para que no
solo nos cuide en esta vida, sino para que nos ayude a ganar el cielo. Los ángeles
fueron creados por Dios para que se alegren en su Presencia, pero como también
son libres, Dios no quiere que estén con Él de forma obligada, sino libremente
y por eso es que los puso a prueba, la cual consistió en que, contemplándolo a Él cara a cara, hicieran un acto
de amor. Algunos teólogos, santos y místicos piensan que la prueba consistió en
ver al Hombre-Dios Jesucristo, el Redentor de la raza humana, y les pidió que
lo adoraran. Les dio a contemplar a Jesucristo en el misterio de su
Encarnación, en su Nacimiento virginal, en sus humillaciones, en su Pasión, en
su Cruz. Según esta teoría, muchos ángeles se rebelaron ante la perspectiva de
tener que adorar a Dios encarnado y, como sabían que ellos eran superiores a la
naturaleza humana y eran conscientes de su belleza y dignidad, muchos de ellos,
guiados por Lucifer, el Demonio, la Serpiente Antigua o Satanás, decidieron no
adorar ni servir a Jesucristo, por lo que, junto con Satanás, gritaron: “Non
serviam”, que significa “No serviré”[1].
Y
así comenzó para ellos el infierno, que es el alejamiento, para siempre, de
Dios, y allí permanecerán para siempre, porque debido a su naturaleza, no
tienen otra oportunidad para decidirse a favor o en contra de Dios.
También
nosotros estamos en esta vida para superar la prueba de querer amar y adorar a
Dios por toda la eternidad, y es para eso que Dios puso a nuestros ángeles de
la guarda, uno para cada ser humano, esto es, para ayudarnos a vivir en la
tierra deseando el cielo, llevando la Cruz de Jesús por el Camino del Calvario.
Para eso están nuestros ángeles, para ayudarnos a ganar el cielo, imitando a
Jesús crucificado.
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