¿Por qué tenemos que confesarnos? Para saberlo, imaginemos los siguientes ejemplos.
Imaginemos
un paño blanco, limpio, recién lavado. ¿Qué pasa si yo a ese paño, a esa tela
blanca, muy limpita, le hecho barro
encima, o tinta negra? La tela se ensucia y se arruina. Perdió su limpieza y su
blancura.
Pongamos otro ejemplo. Un hijo, que
vive con su padre, a quien su padre quiere mucho, que le da comida todos los
días y comparte con él todo lo que tiene, un día se enoja sin motivo con su
padre, no quiere más su amistad, y de amigo que era, se hace enemigo.
Un paño blanco manchado con barro, un
hijo que se pelea con su padre y se hace enemigo suyo.
Estos ejemplos son una figura de lo que
pasa en el alma con el pecado: el alma se ensucia, y se hace enemiga de Dios.
Con nuestras solas fuerzas humanas, no podemos revertir ni una ni otra cosa.
Sólo hay un modo de hacer que el alma vuelva a brillar y que recupere la
amistad con Dios, y ese modo es la confesión.
¿Qué sucede en la confesión? Sucede
algo que no vemos, algo invisible, pero real. Eso invisible, es Jesús, que
desde la cruz, deja su Sangre sobre el alma. Y su sangre, que es la sangre del
Hombre-Dios, limpia las manchas del pecado, hace que el alma brille con la
santidad de Dios, y hace que el alma vuelva a ser hija y amiga de Dios.
Porque llena nuestra alma de la bondad
y de la santidad de Dios, porque nos hace ser hijos y amigos de Dios, la
confesión debe ser para nosotros una de las cosas más preciadas y amadas en la
vida.
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