¿Por qué no “festejar” el carnaval? ¿No corremos, los
católicos, el peligro de ser llamados “retrógrados”, al oponernos a una fiesta
universal como el carnaval? Nada de eso: el festejo del carnaval es
intrínsecamente contrario al ser cristiano y católico, y veremos por qué,
analizando el carnaval en su aspecto material y espiritual.
Ante
todo, tenemos que saber que la palabra “Carnaval” proviene del latín medieval “carnelevarium”,
que significaba “quitar la carne”: se refería a la prohibición religiosa de
consumo de carne durante los cuarenta días que dura la Cuaresma.
De
esta manera, toda la carne que se tenía preparada para el consumo diario debía
consumirse antes del inicio de la Cuaresma y esto es lo que originó las fiestas
de carnaval, en donde abundaba la comida, la bebida y la música. Sin embargo,
al no estar animadas por el Espíritu de Dios, estos “festejos” se fueron
haciendo, con el tiempo, cada vez más desordenados, imponiéndose al mismo
tiempo el uso de máscaras para ocultar la identidad de los festejantes, mientras
que se permitían todo tipo de abusos, ya que al entrar en la Cuaresma católica
se avecinaban días de muchos sacrificios y penitencias.
Esto
es el carnaval en su sentido material: comer carne, prohibida en Cuaresma, y
dedicarse a festejos y bromas públicas, también prohibidas en Cuaresma, al ser
contrarios a la Ley de Dios. El carnaval es ya, por lo tanto, desde el punto de
vista material, una contestación pública, una rebelión social, contra el orden
cristiano. Sin embargo, en su sentido espiritual, el carnaval esconde una
perversión aún mayor, puesto que el espíritu que anima al carnaval no es, ni
con mucho, el Espíritu Santo, sino el espíritu del mal, el demonio.
En
el carnaval no solo se “consume carne” y se hacen bromas públicas; en carnaval,
se actualiza y se potencia –aun en quienes no lo hacen conscientemente-, por influjo
del espíritu del mal, la rebelión del hombre contra Dios, rebelión que está
presente en el corazón del hombre desde la caída de los primeros padres, Adán y
Eva, como consecuencia del pecado original. Mucho más que comer carne, en el
carnaval, se exalta la “carne”, entendida esta en el sentido bíblico del Nuevo
Testamento, en donde la “carne” representa la tendencia desviada del hombre,
por la concupiscencia del pecado, a cometer todo tipo de desenfrenos al dar
rienda suelta a las pasiones, incluida en primer lugar la lujuria.
En
carnaval se exalta la carne, esto es, las pasiones sin el control de la razón;
en carnaval se exalta al “hombre viejo”, al hombre sin Cristo y su gracia, en
detrimento del “hombre nuevo”; en carnaval, se exalta al hombre esclavizado por
sus pasiones y por el demonio; se ensalza y exalta al hombre que se deleita en
placeres prohibidos; al hombre que, en abierto desafío a Dios y a su Mesías
venido en carne, Jesucristo, comete todo tipo de abominaciones; al hombre que
rechaza la glorificación de la carne por la gracia de Jesucristo y, en cambio,
exalta y glorifica a la carne en pecado, la carne o la humanidad caída en el
pecado, sin la redención obtenida por el sacrificio de Jesús en la cruz. En
carnaval, se exhiben impúdicamente, en triunfo, las pasiones sin el dominio de
la razón y mucho menos sin la redención de la gracia; se exalta el pecado y se
glorifica la rebelión contra Dios; se exaltan y se glorifican los vicios y los
pecados capitales, y se desprecian y rechazan las virtudes humanas y
cristianas, es decir, se rechaza a la humanidad nueva, la humanidad redimida
por Jesucristo, en la cual las pasiones están bajo el dominio de la razón y de
la gracia y se exaltan toda clase de vicios y pecados. El carnaval es la
glorificación de la carne y de los pecados, de los vicios y de las cosas que
ofenden a Dios y a su Cristo; en el carnaval, se profana el cuerpo, que es “templo
del Espíritu Santo” y se lo convierte en morada de demonios, tanto más, cuanto
que se permiten toda clase de excesos y de libertinajes. Por todo esto, la
alegría del carnaval es una falsa alegría, porque es una alegría originada en
la falsa felicidad que provoca la satisfacción de los sentidos y de las
pasiones y por esto, es una alegría vacía, una alegría que, en el fondo, esconde
y oculta la desesperación del alma sin Dios; en carnaval está ausente la
verdadera alegría, la alegría que proviene de Jesús resucitado: esta alegría es
verdadera doblemente, porque con su Resurrección, Jesús no solo ha purificado
la carne –la naturaleza humana-, al quitarle el pecado que la corrompía y la
condenaba a la putrefacción –Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado
del mundo-, sino que, además, la ha santificado, al entrar en contacto con la
naturaleza humana en la Encarnación –Jesús es el Verbo de Dios que se encarna,
se hace carne, en el seno virginal de María Santísima-, y la ha glorificado, al
comunicarle la gracia santificante, que hace participar a la carne humana, ya
sin pecado, de la vida y de la gloria divina.
En
el carnaval se exalta la carne sin la gracia, sin la redención de Jesucristo,
es decir, la carne que está en abierta rebelión contra Dios, la carne que se
une y alía con el demonio en su rebelión contra Dios. Por eso, no es en vano,
ni es una casualidad, que en todos los carnavales, de todas las épocas y de
todas las culturas y civilizaciones, la figura central sea la figura del diablo:
la presencia del diablo significa que es el espíritu del mal el que guía y
anima al carnaval. La ceremonia de “desenterrar al diablo”, con la que se
inaugura el carnaval andino, no es un mero simbolismo que busca representar una
realidad que no existe: el desentierro del diablo significa que el hombre ha
dejado a Dios y su Mesías y sus mandamientos, de lado, para aceptar al demonio
como el “Rey Momo”, aquel que le permitirá hacer todo lo que el Dios cristiano
le prohíbe. Decimos que el “Rey Momo” es el demonio porque si bien el Rey Momo es
una deidad de la mitología griega -Momo es el dios de la burla y la locura,
famoso por divertir a los dioses del Olimpo con sus mímicas grotescas- y sus fiestas eran denominadas “fiestas de la
locura”, en las que la gente gastaba bromas en lugares públicos oculta detrás
de un disfraz, en el fondo, deja de ser una ignota deidad pagana, para
convertirse, el Rey Momo, en el demonio, por eso de San Pablo que dice: “los
dioses de los gentiles son demonios” (cfr. 1
Cor 10, 20); además, el carnaval es una verdadera “fiesta de la locura”, porque
no hay mayor locura que la del hombre que se entrega al pecado, como sucede en
el carnaval.
En
el carnaval –suena a “baile de la carne”- se dejan de lado los Mandamientos de
Dios, cuyo cumplimiento ejemplar es Jesucristo en la cruz, para adoptar y
cumplir, al pie de la letra, los mandamientos del demonio.
El
carnaval es siempre, y en todos lados, invariablemente, sinónimo de permisión y
desenfreno de las conductas humanas puesto que, como dijimos, las pasiones se
dejan a su libre albedrío, sin el control de la razón y, mucho menos, sin el
control de la gracia santificante. En esta época, muchos se exceden en el
consumo de alcohol y de toda clase de substancias prohibidas, además de dar
rienda suelta al libertinaje. En el carnaval, se exalta la carne, entendida
esta como la naturaleza humana sin la gracia de Jesucristo, olvidando que la
carne, en ese estado, es sinónimo de pecado y de ausencia de Dios, y que
quienes exaltan la carne, dejando de lado la gracia, cometen toda clase de
pecados y se cierran a sí mismos la entrada en el Reino de los cielos: “Manifiestas
son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia,
lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras,
contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y
cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he
dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios”
(Gál 5, 9-21).
Mucho
más que una rebelión contra un precepto eclesiástico –no comer carne, ayunar- y
contra un tiempo litúrgico –la Cuaresma-, el carnaval es una manifestación del
hombre que se rebela contra Dios mismo y su Mesías venido en carne, Jesucristo,
quien como Dios, santifica y purifica a la naturaleza humana –la carne, el hombre-,
al encarnarse en el seno de María Virgen. Por esto es que solo en Cristo Jesús
la carne humana es exaltada, porque Él la santifica, la purifica con su Ser
divino, en la Encarnación y la glorifica en la Resurrección; pero fuera de
Cristo, la carne –la naturaleza humana- está contaminada por el pecado y es
foco de corrupción y de pecado, de manera tal que quien “siembra en la carne”,
siembra corrupción y muerte: “Porque los que son de la carne piensan en las
cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu.
Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida
y paz. Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque
no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la
carne no pueden agradar a Dios”. (Ro 8, 5-8).
Por
estos motivos, un joven cristiano –católico- no puede participar ni aprobar un
festejo, el carnaval, en el que se ofende gravemente a Dios, al tiempo que se exalta la figura del
demonio, enemigo jurado de la raza humana y de la salvación de los hombres.
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