(Homilía para la Santa Misa de acción de gracias por los dieciocho años de vida de un joven)
A
los dieciocho años, se inicia una nueva etapa en la vida del hombre: de adolescente,
se pasa a ser joven, así como a los 12-13 años, se pasó de niño a adolescente. Se
inicia la etapa de la juventud y con la juventud, aparecen en el horizonte de
la vida muchos proyectos, que dependerán, entre otras cosas, de nuestra
libertad, para que se lleven a cabo o no. Aparecen el estudio, el trabajo, el
noviazgo, el matrimonio, la familia, los hijos; también aparece la vida
consagrada, como posible camino de santidad, si es que el joven es llamado por
Dios, para que lo siga por ese camino. Con la juventud, los proyectos futuros se
acercan cada vez más y que puedan o no concretarse, dependen, como hemos
dicho, principalmente de nuestra libertad, aunque también son muy importantes,
para poder realizar nuestro proyecto de vida, la familia, los amigos, la
sociedad en general. Sin embargo, más allá de los proyectos que se presentan
para el joven -y cualquiera que sea este proyecto-, hay algo que el joven debe
siempre tener presente en el pensamiento y grabado a fuego en el corazón: hay
un alma para salvar, hay un cielo para conquistar, hay un infierno para evitar, hay un Dios a quien adorar y
dar gracias porque nos ha salvado con su Pasión y ese Dios es Jesús, que está
en la Eucaristía y está en la Cruz. Dice San Pedro: “Él llevó nuestros pecados
en su cuerpo hasta el leño, para que, muertos a los pecados, vivamos para la
justicia. Con sus heridas fuisteis curados” (1 Pe 2, 14). Jesús, que es Dios Hijo encarnado, compró para todos
los hombres, al precio de Sangre derramada en la cruz, la justificación, que no
es sólo remisión de los pecados, sino también santificación y renovación del
hombre interior, por medio de la gracia santificante, para que los hombres nos
convirtamos, de injustos en justos y de enemigos a amigos de Dios, además de
herederos del Reino de los cielos. Más allá de los proyectos que puedan
aparecer en el horizonte de la vida, el joven no tiene que olvidar que está
llamado a la santidad y que la santidad la otorga Jesucristo, Presente en la
Eucaristía y crucificado para nuestra salvación. Ningún proyecto de vida se realiza sin la santidad de Jesucristo, y todo proyecto es perfecto con Cristo, el Dios eternamente joven.
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