Que un joven desee dar gracias a Dios, por el motivo que sea
–con motivo de su cumpleaños, por un logro, por un don recibido-, es siempre
loable y, además de ser un acto de justicia para con Dios, revela que esa alma
es noble, pues el ser agradecidos para con Dios es siempre fruto de la nobleza
de corazón.
El modo más perfecto y agradable de dar gracias a Dios es
por medio de la Santa Misa, puesto que en la Misa es Cristo mismo quien
agradece al Padre por nosotros. Ahora bien, para que la acción de gracias sea
más perfecta de nuestra parte, tiene que haber algo más que el solo deseo de
dar gracias, y es el propósito del cambio de corazón, es decir, el propósito de
desterrar del corazón todo lo que no pertenece a Dios, todo lo que desagrada a
Dios y nos aparta de Él, que es la Verdad, la Bondad y el Amor Increados; es
decir, debemos comprometernos a erradicar del corazón, así como se arranca de
un jardín florido una planta venenosa, la mentira, la doblez de corazón, el
engaño, porque todo eso pertenece al Padre de la mentira, el Demonio. Nada que
sea malo puede estar en el corazón de un cristiano, como tampoco ningún ídolo,
como el Gauchito Gil, la Difunta Correa, San La Muerte, o el amor al dinero, a
las cosas materiales, a las pasiones desordenadas. Todas estas cosas deben ser
eliminadas del corazón, y además este debe ser embellecido con la gracia
santificante, para que así, de esa manera, nuestra acción de gracias, unida a
la acción de gracias de Jesús en la Misa, sea perfecta.
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