Dios, que Es y existe desde toda la eternidad, no tiene
necesidad del hombre, ni de los ángeles, ni de nada, para ser lo que Es: Dios
eterno de majestad infinita. Sin embargo, a pesar de no tener necesidad de los
hombres y de los ángeles, los creó a ambos, con un solo fin: que ambos fueran
felices eternamente, contemplándolo a Él en su hermosura divina. Es por eso que
ni el hombre, ni el ángel, pueden ser felices con nada que no sea Dios mismo, y
es la razón por la cual el hombre es sumamente infeliz si se aleja de Dios,
para buscar su alegría y felicidad en cosas creadas, que no son Dios y por lo
tanto no pueden apagar en su alma el deseo de Dios que lleva desde su creación.
De entre todas las creaturas, el hombre es la creatura
predilecta de Dios y a tal punto, que lo creó a su imagen y semejanza. ¿En qué
consiste esta creación del hombre? Consiste en la unión del cuerpo, material, y
del alma, espiritual; una unión tan profunda que se llama substancial, lo cual quiere
decir que ni el cuerpo solo es persona, ni el alma sola es persona. Solo la
unión del cuerpo y del alma puede ser llamada “persona” y es la persona humana,
así creada, la que fue creada a imagen y semejanza divina. El hombre tiene
entonces dos componentes, el cuerpo y el alma; el cuerpo, al ser material, no
es la imagen en el hombre, aun cuando el cuerpo, al ser considerado en su
estructura anatómica, en su fisiología, en la interacción de los órganos entre
sí, sea una muestra de la Sabiduría y del Amor de Dios; aun así, no radica en
el cuerpo la imagen de Dios, puesto que, desde el inicio, Dios es Espíritu
Puro, mientras que el cuerpo es material pura.
Es en el alma en donde radica la imagen de Dios en el
hombre, y veremos de qué manera. El alma, al ser espiritual, posee inteligencia
y voluntad, esto es, capacidad de pensar y de amar, y considerada en sí misma,
es invisible, inmaterial e indivisible (no se pueden separar sus partes, porque
no tiene partes, como sí las tiene el cuerpo)[1]. El
alma es inmaterial, es decir, no tiene átomos ni moléculas, propio de la
materia. Tampoco se puede medir, porque el espíritu no tiene longitud (no hay
un alma “más alta” que otra, como en el caso de los cuerpos); tampoco tiene
anchura, profundidad o peso. Por esta razón, el alma está toda entera en todas
y cada una de las partes del cuerpo al mismo tiempo; no está una parte en la
cabeza, otra en la mano y otra en el pie. Esto quiere decir que si al cuerpo se
le corta un brazo o una pierna, por un accidente o por una cirugía, no se
pierde una parte del alma; simplemente, nuestra alma ya no está en lo que no es
más parte del cuerpo vivo. El alma es la que da vida al cuerpo y cuando el
cuerpo, como consecuencia de la edad y del desgaste propio del paso de los
años, no puede continuar su función, el alma se desprende del cuerpo y el
cuerpo queda muerto, sin vida, y es lo que llamamos “muerte”[2]. El
cuerpo muere y comienza a descomponerse en sus partes, porque ya no está el
alma, que le daba vida y lo mantenía unido en sus partes; el alma, a su vez,
continúa viviendo, porque el alma es inmortal, no muere con la muerte terrena,
ni tampoco es aniquilada por Dios. Simplemente, luego de morir el cuerpo, el
alma continúa viva. No puede destruirse nada en ella porque no tiene partes y
porque es inmaterial -es lo que se llama
una “substancia simple”-; al no tener partes, no hay nada en ella que pueda
descomponerse o disgregarse, como sí sucede con el cuerpo.
Es en el alma en donde radica, propiamente, el ser imagen y
semejanza de Dios. Una imagen y semejanza imperfectas, porque nuestra
naturaleza humana es muy limitada, pero imagen y semejanza al fin. La imagen de
Dios en el alma, radica en que es espiritual, como Dios, que es Espíritu Puro,
pero también radica en la inteligencia, es decir, en la capacidad de conocer la
esencia de las cosas, además de comprender y conocer verdades, el poder razonar
y deducir, el hacer juicios sobre el bien y el mal; esta capacidad del alma, de
entender, es imagen de Dios, que todo lo sabe y todo lo conoce. La otra imagen
y semejanza está en nuestra voluntad, por la que deliberadamente decidimos
hacer una cosa o no, es decir, es la potencia del alma por la cual somos
libres, lo cual es semejanza de Dios, que es infinitamente libre.
La vida íntima de Dios consiste en conocerse a sí mismo
(Dios Hijo) y amarse a Sí mismo (Dios Espíritu Santo), por lo que tanto más nos
acercamos a la divina Imagen, cuanto más utilizamos nuestra inteligencia para
conocer a Dios –por la razón, por la fe y, en la eternidad, por la luz de la
gloria-; y cuanto más utilizamos nuestra libre voluntad para amar libremente al
Dador de nuestra libertad, Dios.
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