¿Qué es la Caridad? Es el amor a Dios y al prójimo, pero no
es el amor humano, sino el amor mismo de Dios. Es decir, la caridad es el amor
de Dios en el alma, con el cual amamos a Dios y los hombres. La caridad
entonces es algo mucho más grande que el simple amor humano, que cuando es
meramente humano, se llama “filantropía”[1]. La
filantropía es el amor al prójimo, pero con un amor que nace del corazón del
hombre, no de Dios. Por lo tanto, no es un amor que alcance para la salvación
eterna. La caridad, por el contrario, es un amor que se origina en Dios y que
hace que el amor humano participe de este amor divino, al punto de ser un amor
divino. Este amor, al originarse en Dios, sí es salvífico: se ama a Dios y al
prójimo con el amor de Dios, no con el amor humano y por eso es salvífico. Por la
caridad, se ama al prójimo en Dios, por Dios y para Dios; no es un amor sin
Dios. Por originarse en Dios[2],
es un amor que sí puede salvar. Este Amor de Dios, que es la caridad, se
origina en el mismo Dios, cuyo corazón es el Corazón de Jesús. Un ejemplo de
caridad, es decir, de amor al prójimo por amor a Dios, está en la parábola del
buen samaritano, en donde este ama a su prójimo con el amor de Dios y no con
palabras, sino con hechos: su prójimo está malherido, se acerca, venda sus
heridas, lo carga sobre sí, lo lleva a la posada, paga sus gastos. La caridad
se caracteriza, además de originarse en Dios y de ser un amor que es salvífico,
porque es un amor que se hace concreto en obras. La Iglesia obra la caridad
para con el prójimo, con obras concretas, pero no es el fin de la Iglesia
terminar con la pobreza o con el hambre en el mundo, porque eso es tarea de los
organismos humanos. La Iglesia hace obras de caridad porque así lo mandó el
Señor: “Ámense los unos a los otros, como Yo los he amado” y porque si no se
hacen obras de misericordia, no se puede entrar en el Reino de los cielos: “El que
tuvo misericordia, recibirá misericordia”. El católico que hace apostolado en
Caritas, debe alimentarse de la Eucaristía, porque es la Fuente inagotable del
Amor Increado; Jesús es el Buen Samaritano que cura nuestras heridas con el
aceite de su gracia, nos carga sobre sus hombros, como el Buen Pastor con su
oveja malherida, nos lleva a la Iglesia y allí nos alimenta con su Cuerpo y su
Sangre. Por último, si bien es cierto que “la caridad cristiana no se agota en
la ascética, en la mística o en las devociones, sino que se realiza en la “caritas”,
que es la forma suprema de la actividad del cristiano”, también es cierto que no
hay verdadera caridad sino hay oración y si el fiel no se alimenta con el Fuego
del Divino Amor que arde en el Corazón Eucarístico de Jesús.
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