En la Sagrada Escritura se narra cómo fue creado el hombre:
todos los seres humanos descendemos de Adán, el primer varón, y Eva, la primera
mujer. No hay otra verdad posible acerca del origen del hombre, que esta,
atestiguada por la Escritura y confirmada por el Magisterio de la Iglesia[1].
En cuanto al origen del hombre, existe lo que se denomina la
teoría de la evolución, que afirma que el hombre proviene del mono, pero es
completamente falsa, pues no hay ninguna prueba que lo atestigüe. El hombre
proviene por modo de creación, de Dios, quien lo creó a su imagen y semejanza. No
hay problemas en decir que puede haber habido una evolución en el mundo
material, pero eso no descarta que Dios es el Creador de todo lo que existe,
visible e invisible. Con respecto a la evolución de la materia orgánica, la que
tiene vida, no hay ni una sola prueba que indique tal evolución. Por ejemplo,
no hay ninguna creatura intermedia entre el mono y el hombre, o entre el perro
y el lobo, y así con todas las creaturas vivas.
Podría haber sido verdad, pero eso no altera nuestra fe,
nuestra creencia de que es Dios quien creó al hombre. Lo importante es que, en
un momento determinado, cuando pasó de mono al hombre, en ese momento, Dios le
infundió el alma espiritual, para el macho y la hembra de la especie, y en ese
momento, se obtuvo el primer hombre y la primera mujer. Sería igualmente cierto
que Dios creó al hombre del barro de la tierra y le insufló el alma viviente, que
dio vida humana a su cuerpo humano[2].
Lo que debemos creer, porque así nos lo revela el Génesis y
nos lo enseñan la Tradición y el Magisterio, es que el género humano desciende
de una pareja original y que las almas de Adán y Eva fueron creadas
directamente e inmediatamente por Dios. El alma es espíritu; no puede, de
ninguna manera, “evolucionar”, “ser educida”, o “proceder” de la materia, como
tampoco puede heredarse de nuestros padres. Los padres son cooperadores, con
Dios, en la formación del cuerpo humano, pero el alma espiritual ha de ser
creada inmediatamente por Dios e infundida en el embrión en el seno materno.
El “eslabón perdido”, está tan perdido, que no ha sido
todavía encontrado, y con toda seguridad, jamás será encontrado, porque no
existe. De todas maneras, sea cual sea la forma que Dios eligió para hacer
nuestro cuerpo –con o sin evolución de por medio-, es el alma lo que importa
más, porque por ella, el hombre se eleva más allá de las pasiones terrenas y carnales
y eleva la vista a la Belleza Increada, la Verdad Absoluta el Amor Eterno, al
cual llamamos “Dios”[3].
No hay comentarios:
Publicar un comentario