sábado, 6 de agosto de 2016

Correr una maratón con un sentido cristiano


         El apóstol San Pablo compara a esta vida, en la que debemos alcanzar la meta de la vida eterna, con una competición: “Los atletas se privan de todo; ellos para ganar una corona que se marchita; nosotros, en cambio, una que no se marchita” (1 Co 9, 25). Al correr una maratón, o al practicar cualquier deporte, el buen deportista debe “privarse de todo” lo malo, es decir, de todo lo que atente contra su salud; en caso contrario, no podrá alcanzar la meta, puesto que su físico no resistirá la dureza de la prueba. El atleta, el que corre una maratón, se entrena duramente y se priva de lo que es perjudicial, porque desea alcanzar el premio, “la corona”, como dice San Pablo. Pero esta corona, puesto que es terrena, es perecedera; en el lenguaje de San Pablo, es “una corona que se marchita”.
Ahora bien, nosotros, como cristianos, estamos también llamados a alcanzar una meta y ganar una corona, pero una corona que “no se marchita”, porque es una corona de luz, es la corona de gloria que le espera a todo aquel que sigue a Cristo por el camino de la Cruz. En este sentido, todos los cristianos estamos llamados a convertirnos en un buen atleta de Cristo, es decir, en un testigo fiel y valiente de su Evangelio. Pero para lograrlo, también debemos “privarnos de todo” lo malo, es decir, el pecado, las pasiones, los vicios, que son las cosas que nos impiden alcanzar la meta. Y al igual que un buen atleta se alimenta solamente con alimentos buenos, también el cristiano, atleta de Cristo, debe alimentarse con el Alimento por excelencia del alma, que es la Eucaristía, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo; es necesario que se alimente de la oración perseverante, de la fe piadosa, y que practique ejercicios del alma, sobre todo las virtudes de la caridad, la mansedumbre y la humildad, que son las que asemejan al alma a Jesucristo.
Jesús es el verdadero atleta de Dios es el hombre “más fuerte” (cfr. Mc 1, 7), que por nosotros afrontó y venció al “adversario”, a nuestro enemigo mortal, que busca nuestra eterna perdición, Satanás, y lo venció con su omnipotencia divina, que se desprende de la Santa Cruz, en donde reina el Rey de reyes y Señor de señores, Jesús.

Como buenos atletas de Dios, debemos correr, entonces, una maratón, o hacer deportes, pensando sin embargo que nuestra verdadera meta es el Reino de los cielos y la corona de gloria que buscamos no es la temporal, que “se marchita”, sino la eterna, la que “no se marchita”, la corona de luz y gloria que otorga Jesús a quienes en esta vida participan de su Pasión, de su Cruz y de su Corona de espinas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario