sábado, 27 de agosto de 2016

El sol, los planetas, Jesucristo y nosotros


         ¿Qué tiene que ver todo esto junto?
         Para saberlo, hagamos la siguiente reflexión: como todos sabemos, el centro de nuestra galaxia es el sol y a su alrededor, giran los planetas. También sabemos que, como es obvio, los planetas más alejados del sol, son los que menos reciben aquello que el sol comunica: luz, calor y vida. Es decir, los planetas más alejados, a medida que más se alejan del sol, se vuelven más oscuros, fríos y con ausencia de total de cualquier clase de vida en sus superficies, es decir, son planetas muertos, en el sentido de que no hay vida en ellos de ninguna especie. Cuanto más lejos del sol, más oscuridad, más frío, más muerte. Por el contrario, cuando los planetas más se acercan al sol, como por ejemplo nuestro planeta tierra, más reciben de éste lo que éste puede comunicar, y es así que nuestro planeta tierra se ve beneficiado con la luz del sol, con su calor y con la vida que se despierta en la naturaleza ante su benéfico influjo.
         ¿Y qué tiene que ver esto con Jesucristo y con nosotros? Que, en el plano espiritual y sobrenatural, Jesús Eucaristía es el “Sol de justicia”, mientras que nosotros somos los planetas. Pero hay una diferencia entre los planetas del sistema solar y nosotros: mientas los planetas orbitan alrededor del sol y no pueden moverse de esa órbita –es decir, no depende de los planetas en sí mismos ser oscuros, fríos y muertos-, debido a que estos no poseen vida y libertad, nosotros, en cambio, sí poseemos vida y libertad y de tal manera somos libres, que es la libertad la que configura nuestra imagen con Dios, Ser eminentemente libre. Esto quiere decir que, a diferencia de los planetas, cuya cercanía o no del sol no depende ellos, como decíamos, con nosotros, en cambio, la situación es distinta, porque somos nosotros, los que decidimos, con nuestra libertad, el responder o no a la gracia que nos invita a acercarnos cada vez más al Sol de justicia, Jesús Eucaristía.
         ¿Qué clase de planetas queremos ser? ¿De esos planetas oscuros, fríos, muertos? ¿O, por el contrario, queremos ser de esos planetas que, por estar cerca del sol, son luminosos, tienen el calor del sol y por lo tanto tienen vida? Por supuesto que queremos ser estos planetas últimos, es decir, queremos que en nuestros corazones resplandezca la luz de la gloria de Jesucristo, que esté encendida la Llama del Divino Amor que nos comunica Jesús Eucaristía y que nuestros corazones vivan con la vida misma de Dios Trino, donada en germen en cada comunión. Pero para esto último, necesitamos acercarnos al Sacramento de la Eucaristía, previo paso por el Sacramento de la Confesión.
         De nuestra libertad depende ser planetas oscuros, fríos y muertos, o almas que viven iluminadas con la luz de Dios, encendidas en el Fuego del Divino Amor y que viven con la vida misma de Dios. Sólo tenemos que responder a la gracia del Señor Jesús.

Otro ejemplo con el que podemos graficar la relación de Jesús con nosotros, es el de la vela encendida que atrae a los insectos por su luz: la luz es Cristo y los insectos somos nosotros; la diferencia es que, mientras los insectos terminan muriendo al acercarse demasiado a la luz, quien se acerca a la Luz Eterna que es Jesús Eucaristía, no solo no muere, sino que recibe la Vida eterna de su Sagrado Corazón Eucarístico.
¿Qué esperamos para ir a adorar a Jesús en la Eucaristía? ¿Qué esperamos para unirnos a Él en la Comunión Eucarística, y así recibir de Él, lo que quiere darnos, su Vida, su Amor, su Luz, su Paz, su Alegría divina?

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