sábado, 13 de agosto de 2016

Por qué no da lo mismo casarse o no casarse por la Iglesia


         ¿Con qué se puede comparar al sacramento del matrimonio?
         Lo podemos comparar con una fuente de agua cristalina y fresca en medio de un desierto que refresca y salva de una muerte segura a quien atraviesa el desierto: los esposos que se unen en matrimonio, son aquellos que, en su travesía por el desierto de la vida, pueden beber y refrescarse de las aguas cristalinas y puras del manantial de vida eterna que es Jesucristo, el Hombre-Dios. El agua representa la gracia santificante que fortalece a los esposos para que puedan no solo permanecer unidos, sino permanecer unidos en el amor y no en el mero amor humano, sino en el Amor santo, puro, casto, fiel, celestial, de Cristo, Esposo de la Iglesia Esposa. Es esta participación al Amor de Cristo Esposo, lo que hace que el matrimonio sea perfecto: uno, indisoluble, abierto a la vida, así como es el amor de Cristo por su Iglesia. Por la gracia sacramental, los esposos se vuelven capaces de vivir cristianamente su amor esponsal, y esto quiere decir que, por la gracia, los esposos no buscan simplemente “ser buenos” en el matrimonio, sino que buscan, por medio del matrimonio, vivir un camino de santidad, un camino que los lleve a los dos a un Amor perfecto, el Amor que se vive en el Reino de los cielos.
         Además, por el sacramento del matrimonio, se hacen partícipes de los desposorios místicos entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa, convirtiéndose así en una prolongación, ante el mundo y los hombres, el esposo terreno, de Cristo Esposo y la esposa terrena, de la Iglesia Esposa. De esta manera, quienes vean a los esposos cristianos, deben ver en ellos no a un simple matrimonio, sino a Cristo en el esposo y a la Iglesia en la esposa. Así como Cristo da su vida por su Esposa la Iglesia en el Calvario por amor, así el esposo terreno por su esposa, y así como la Iglesia ama con amor puro, santo, exclusivo, a su Esposo Cristo en la cruz, así la esposa terrena a su esposo. Esto se debe a que, desde que reciben el sacramento del matrimonio, los esposos católicos están obligados a vivir en el amor de Cristo Esposo por su Iglesia –y del amor de la Iglesia por su Esposo, Cristo- y de ser un testimonio de ese amor ante los hombres y la sociedad.
         De este manantial de gracias que es el matrimonio sacramental se derivan también los dones para los hijos, es decir, cuando el matrimonio se convierte en familia. No da lo mismo que los hijos crezcan sin conocer ni amar a Jesús y a la Virgen, a que sí lo hagan. Y cuando surjan las tribulaciones y los problemas, tanto en el matrimonio como en la familia, no solo encontrarán siempre las gracias más que suficientes para sobrellevar todo tipo de crisis -así como en los momentos de paz y de amor, se verán también no solo reforzados, sino llevados a una paz y amor que proviene del mismo Dios-, sino que recibirán la gracia para transformarse en una familia santa, a imagen de la Sagrada Familia de Jesús, María y José.
         Estas son algunas de las razones por las cuales no da lo mismo, en absoluto, casare o no casarse por la Iglesia.

         

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