miércoles, 24 de agosto de 2016

Ser buen científico implica, necesariamente, creer en Dios


         En nuestros días, en la comunidad científica, prevalece la falsa idea de que no se puede ser científico y, al mismo tiempo, creer en Dios. Por el contrario, pareciera ser que, para ser un buen científico, es necesario descartar de plano la existencia de Dios. Esto se basa en una falsa suposición: de que fe y razón son antagónicas, contrapuestas entre sí y por lo tanto, incompatibles. Es como decir: “Si razonas, no crees, y si crees, no razonas”. Sin embargo, eso es absolutamente falso, como decimos, porque como dice Juan Pablo II, “la fe y la razón son dos alas con las cuales el alma se eleva a la contemplación de la verdad”[1], la Verdad de Dios, Dios, que es la Verdad Absoluta en sí misma. Tanto la fe, como la razón, contemplan una misma y única Verdad, esa Verdad que es Dios en sí mismo, aunque lo hacen desde perspectivas distintas: la razón, con su capacidad de escrutar “desde abajo”; la fe, con su poder intuitivo, que ve a la Verdad “desde arriba”, si así podemos decir. Se trata de dos aproximaciones distintas, desde distintos ángulos de vista, pero que contemplan un mismo y único objeto, que es la Verdad Absoluta de Dios, de quien deriva, por participación, todo lo que es verdad en la creatura.
         Y aquí, en lo creatural, es decir, en aquello que es objeto de la ciencia y por lo tanto de la razón, encontramos un motivo más para superar la falsa oposición entre fe y razón: lo creado, es lo que tiene el ser por participación, lo cual quiere decir que no se explica ontológicamente, si no es por referencia al Acto de Ser, Imparticipado por esencia y Causa de todo ser participado. En otras palabras, el ser creado, que es el objeto de estudio de la ciencia y de la razón, proviene del Ser Increado, al que llamamos “Dios”, y esto es un motivo para afirmar, por la razón, la existencia de Dios, es decir, por la razón, afirmamos los datos de la fe, con lo que vemos que una y otra no son incompatibles. Por otra parte, aquello con lo cual la ciencia estudia lo creado, la razón misma, proviene de Dios, por cuanto la razón es una potencia intelectiva de una creatura que, por ser creatura y participada, no se explica sin la referencia al Acto de Ser Increado, el Ipsum Esse Subsistens. En otras palabras, si el objeto de estudio de la razón, lo creado, afirma la existencia de Dios, aquello con lo cual la ciencia estudia lo creado, la razón o mente humana, también afirma la existencia de Dios, por cuanto la razón pertenece a un ser creado, el hombre, que, por definición, no se explica por sí mismo, sino en referencia a Aquel Ser del cual participa, Dios. Por ambos lados, tanto por el objeto estudiado, como el “instrumento” que estudia el objeto, la razón humana, se afirma la existencia de Dios, con lo que vemos que no es incompatible ser un buen científico y creer en Dios. Aún más, el buen científico es aquel que, haciendo uso preciso de su razón, descubre, en su misma razón y en aquello que su razón estudia y contempla, la existencia de un Ser absolutamente Otro, ontológicamente hablando, y es el Acto de Ser de Dios. En resumen, un buen científico es el que cree en Dios.
       Además, si la Fe y la Razón son dos alas, cuando a un ave le falta un ala, ¿qué le sucede? No puede volar. Esto quiere decir que, en el científico no debe haber, ni razón sin fe, ni fe sin razón, sino razón y fe, unidas para contemplar la Verdad Absoluta, Dios.





[1] Cfr. Encíclica Fides et Ratio, Introducción.

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