Cristo del Amor
El Primer Mandamiento de la Ley Nueva de Jesús dice así: “Amarás
a Dios por sobre todas las cosas, y al prójimo como a ti mismo; en este
mandamiento está resumida toda la ley y los profetas” (Mt 22, 37-40). Dice San Bernardo que “lo único que quiere Dios de
nosotros, es que lo amemos”[1]. Y
una santa dice que debemos amar a Dios por lo que es, y no por lo que da: “Haz
que yo te ame por lo que eres, y no por lo que das”. El mismo Dios nos dice en
el Antiguo Testamento: “Estos mandamientos que yo te prescribo hoy no son
superiores a tus fuerzas, ni están fuera de tu alcance. No están en el cielo,
para que hayas de decir: ‘¿Quién subirá por nosotros al cielo a buscarlos para
que los oigamos y los pongamos en práctica?’ Ni están al otro lado del mar,
para que hayas de decir: ‘¿Quién irá por nosotros al otro lado del mar a
buscarlos para que los oigamos y los pongamos en práctica?’ Sino que la palabra
está bien cerca de ti, está en tu boca y en tu corazón para que la pongas en
práctica. Mira, yo pongo hoy ante ti vida y felicidad, muerte y desgracia (…) Pues
hoy te ordeno que ames al Señor tu Dios y cumplas sus mandatos,
decretos y ordenanzas andando en sus caminos. (…) El Señor tu
Dios cambiará tu corazón y el de tus descendientes, para que lo ames con
todo el corazón y con toda el alma, y para que tengas vida”[2].
Del mandamiento de Jesús, de lo que dicen los santos, y de lo que está escrito en el Antiguo Testamento -que es una sola y única fuente-, todo lo que podemos ver es que Dios no nos pide que vayamos a la luna, ni que escalemos la montaña más alta del mundo, ni que consigamos todo el oro del mundo, ni que crucemos el océano a nado: no nos pide empresas imposibles, que están fuera de nuestro alcance; sólo pide que lo amemos, y eso está a nuestro alcance, porque el amor es algo que es una capacidad del corazón del hombre, creado por el Dios del Amor, que solo le pide a su creatura que, puesto que lo creó por amor, le retribuya, en agradecimiento, solo amor: “Ama a Dios por sobre todas las cosas”. No amar a las cosas y luego a Dios, sino amar a Dios por sobre todas las cosas, pero amarlo, que es lo que caracteriza y diferencia al hombre de los seres irracionales y lo asemeja al mismo Dios, porque el Amor es Dios, ya que “Dios es Amor” (1 Jn 4, 8), como dice el Evangelio.
Del mandamiento de Jesús, de lo que dicen los santos, y de lo que está escrito en el Antiguo Testamento -que es una sola y única fuente-, todo lo que podemos ver es que Dios no nos pide que vayamos a la luna, ni que escalemos la montaña más alta del mundo, ni que consigamos todo el oro del mundo, ni que crucemos el océano a nado: no nos pide empresas imposibles, que están fuera de nuestro alcance; sólo pide que lo amemos, y eso está a nuestro alcance, porque el amor es algo que es una capacidad del corazón del hombre, creado por el Dios del Amor, que solo le pide a su creatura que, puesto que lo creó por amor, le retribuya, en agradecimiento, solo amor: “Ama a Dios por sobre todas las cosas”. No amar a las cosas y luego a Dios, sino amar a Dios por sobre todas las cosas, pero amarlo, que es lo que caracteriza y diferencia al hombre de los seres irracionales y lo asemeja al mismo Dios, porque el Amor es Dios, ya que “Dios es Amor” (1 Jn 4, 8), como dice el Evangelio.
Pero
luego viene la otra parte del mandato de Jesús, que forma parte del Primero: “(Amarás
a Dios por sobre todas las cosas) Y al prójimo como a ti mismo; en este
mandamiento está resumida toda la ley y los profetas”. Jesús nos exige que
amemos al prójimo, porque el prójimo es imagen viviente de Dios, ya que todo
hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios: “y creó Dios al hombre a su
imagen y semejanza; varón y mujer lo creó” (Gn
1, 26ss). Además, el mismo Jesús inhabita en el prójimo, de manera tal que todo
lo que le hagamos a nuestro prójimo, en el bien y en el mal, se lo hacemos a
Jesús, y Él nos lo devuelve, en la vida eterna, multiplicado al infinito, como
premio o como castigo. Para los que amen a sus prójimos, sobre todo los más
necesitados, Jesús les dirá en el Juicio Final[3]: “Venid,
benditos de mi Padre, porque tuve hambre y sed, y me disteis de comer y de
beber; estuve enfermo y preso y me socorristeis y visitasteis; pasad a gozar
del Reino de los cielos”; pero a los malos, los que no tuvieron compasión de
sus hermanos más necesitados, les dirá: “¡Apartaos de Mí, malditos, al fuego
eterno, porque tuve hambre y sed, y no me disteis ni de comer ni de beber;
estuve enfermo y preso, y no me socorristeis ni visitasteis”. Y tanto los
buenos como los malos, le preguntarán a Jesús: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento,
sediento, enfermo y preso?”. Y Jesús les dirá: “Cuando vieron a un mendigo
hambriento y sediento, ahí estaba Yo, dentro de ese mendigo y sufriendo con Él;
cuando vieron a un enfermo postrado en cama, ahí estaba Yo, sufriendo con Él;
cuando vieron a un preso en la cárcel, ahí estaba Yo con él, preso en la
cárcel, porque Yo estoy presente en Persona en los hombres, pero con mayor
intensidad en los que más sufren y por eso recompenso a los que los ayudan y
castigo a los que no son capaces de prestarles el más mínimo auxilio”.
Entonces,
queda claro que primer mandamiento, el mandamiento del Amor, es amar a Dios y
al prójimo, pero que nuestro amor a Dios pasa por el amor al prójimo, lo cual
quiere decir que no se puede amar a Dios si no se ama al prójimo, porque el
prójimo es su imagen viviente. Por eso el evangelista Juan dice que es un “mentiroso”
quien dice que ama a Dios, a quien no ve, si no ama a su hermano, a quien ve
(cfr. 1 Jn 4, 20). Y el “Padre de la
mentira” (Jn 8, 44) es el demonio.
Por
último, Jesús le agrega algo muy importante a este mandamiento, y es la
intensidad y la cualidad de este amor. Antes de subir la cruz, en la Última
Cena, Jesús dijo: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los
otros, como Yo os he amado” (Jn 13, 14). Quiere decir que el amor al
prójimo, con el cual hay que cumplir el primer mandamiento, no es un amor
cualquiera, sino el Amor de Jesús, el Amor de la cruz, porque Jesús dice: “Como
Yo os he amado”, y Jesús nos ha amado hasta la muerte de cruz. Esto quiere
decir que debemos amar a nuestro prójimo hasta dar la vida por él, y por
prójimo debemos entender no solo a nuestros amigos, sino y sobre todo, en
primer lugar, a nuestros enemigos, porque Jesús nos lo manda: “Ama a tus
enemigos” (Mt 5, 43), y Él nos dio
ejemplo de dar la vida por los enemigos, porque dio su vida por nosotros, que
éramos enemigos suyos por el pecado.
“Amarás
a Dios por sobre todas las cosas, y al prójimo como a ti mismo”. Si alguien
quiere cumplir el mandamiento y no se siente con el suficiente amor para
cumplirlo, encontrará Amor en sobreabundancia en el Sagrado Corazón Eucarístico
de Jesús, que arde con las llamas del Fuego del Amor Divino, y que está
esperando para comunicar de ese Amor a todo aquel que quiera recibirlo con fe y
con amor.
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