Luego de haber visto los Diez Mandamientos, debo considerar que es Jesús quien, desde la cruz, me pide que, por amor a Él, que es el
Amor de Dios encarnado, que yo viva sus Mandamientos; no me obliga, porque respeta
máximamente mi libertad; no me envía un ángel con una espada de fuego, para
obligarme a cumplir los mandamientos: Jesús quiere que yo, movido por el amor a
Él, me decida no solo a no pecar, sino a vivir en la perfección de los hijos de
Dios, es decir, me decida a vivir la vida de la gracia. Para eso, desde la
cruz, me pide, me suplica, que por amor a Él, me decida, de una vez por todas,
a convertir mi corazón; me suplica y me ruega, con sus heridas abiertas y
sangrantes, que mi corazón deje de mirar hacia la tierra, hacia las cosas vanas
y pasajeras, y sea como el girasol que, al amanecer, se despega de la tierra y
se yergue en busca del sol, abriendo su corola para atrapar su luz, y lo sigue
en su trayectoria por el cielo; ese sol es Jesús, ese girasol que mira a la
tierra en las horas de la noche es nuestro corazón, pero al impulso de la
gracia, se yergue y comienza a elevarse en busca del Sol de Justicia,
Jesucristo, para recibir su Luz, que es Vida eterna, y eso es lo que quiere
Jesús desde la cruz: que nos convirtamos, que dejemos la atracción de las cosas
bajas del mundo y nos elevemos hacia los bienes celestiales del Reino de Dios.
Desde la cruz, Jesús me pide que viva los Diez Mandamientos,
y me dice, con voz suave, al corazón: “Ámame a Mí, que soy tu Dios, por sobre
todas las cosas, y no ames a nada ni a nadie, sino es en Mí, por Mí y para Mí;
mírame en la cruz: ¿qué más puedo hacer por ti, que no lo haya hecho? Me dejé
crucificar por ti, y me entrego con mi Cuerpo, mi Sangre, mi Alma, mi Divinidad
y mi Amor, en la Eucaristía, y Tú no me amas por sobre todas las cosas; aún
más, ni siquiera me tienes en cuenta; me tienes olvidado y relegado; mírame en
la cruz y en la Eucaristía: ¡ámame por sobre todas las cosas! ¡Ama a tu prójimo
como a ti mismo! Debes amar a tu prójimo, porque tu prójimo, todo prójimo,
incluso aquel con el que estás enemistado, es una imagen viviente mía, pero
además de ser una imagen viviente mía, ¡Yo estoy Presente, misteriosamente, en
él! Por eso, todo lo que le hagas o le digas a tu prójimo, ¡a Mí me lo haces! Si
le haces el bien, a Mí me lo haces; si le haces el mal, a Mí me lo haces, y Yo
te devolveré, sea el bien, sea el mal, multiplicado al infinito, en la vida
eterna. ¡Ama a tu prójimo como a ti mismo y así me estarás amando a Mí, en mi
imagen viviente, que es ese prójimo tuyo, y Yo te recompensaré en la vida
eterna!”.
El Demonio, desde el
Infierno, con sibilina voz, nos dice: “¿Amar a Dios y al prójimo? ¡Quién sabe
si Dios existe! ¿Y el prójimo? ¡Ninguno merece tu amor! ¡Ámate a ti mismo, y
deja a los demás que se las arreglen como puedan! ¡No ames ni a Dios ni al
prójimo, ámate a ti mismo, y yo, Satán, te amaré también!”.
Desde la cruz, Jesús
nos dice, con suave y dulce voz, al corazón: “No tomes mi Santo Nombre en vano;
Yo te confié mi Nombre, que es Tres veces Santo, para que lo custodies en tu
corazón, como a un tesoro, el más preciado entre todos los tesoros, para que no
sufra daño; Yo te confié mi Nombre, Tres veces Santo, para que lo guardes en tu
memoria y para que lo evoques en tu corazón, con amor y para que le des a este
Nombre mío lo que este Nombre se merece: alabanza, honor, gloria, bendición,
adoración. No profanes mi Nombre, Tres veces Santo, evocándolo en vano, y mucho
menos, lo evoques para la mentira, o para jurar en falso, o para dañar a tus
hermanos, o para hacer cualquier clase de mal. Honra mi Nombre, Tres veces
Santo, con la oración -que debe ser para ti como la respiración al cuerpo-, con
la palabra –que debe ser siempre veraz- y con el ejemplo de vida –obra siempre
la misericordia. Mírame en la cruz, y santifica el Nombre de Dios, porque por
la Santa Cruz, Yo, que Soy Dios Hijo en Persona, glorificando a mi Nombre, te
libré de la muerte eterna y te abrí las puertas del Paraíso. Si pronuncias mi
Nombre, que sea solo para alabarme, bendecirme, honrarme, glorificarme, y
adorarme, a Mí, que Soy el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo, y
que por ti, estoy en la cruz y en la Eucaristía”.
El Demonio, desde el
Infierno, con sibilina voz, nos dice: “¡Jura por Dios, para que te crean! Si
algo te sale mal, ¡échale la culpa a Dios, maldícelo, dile que lo odias, porque
Él tiene la culpa de todo lo malo que te sucede, y te sentirás mejor!
¡Blasfema! ¡No tengas miedo! ¡Yo mismo te diré qué clase de insultos dirás
contra el Nombre de Dios!”
Desde la cruz, Jesús nos dice, con suave y dulce voz, al
corazón: “Santifica las fiestas, no faltes a la Santa Misa el Domingo por
pereza, por entretenimientos vanos, porque de esa manera, ultrajas y
menosprecias el Don de los dones que mi Padre, Yo, el Hijo, y el Espíritu
Santo, te hacemos a ti, y es el don de la Eucaristía. Por ti, y solo por ti,
obramos el milagro más asombroso de todos los milagros, la transubstanciación,
el milagro por el cual el pan y el vino, por las palabras de la consagración,
pronunciadas por el sacerdote ministerial, se convierten, por obra del Espíritu
Santo que actúa a través del sacerdote, en mi Cuerpo, mi Sangre, mi Alma y mi
Divinidad, y esto lo hacemos, las Tres Personas de la Santísima Trinidad, solo
por Ti, que eres una creatura insignificante, un mar de miseria y de
indignidad, para donarte todo el Amor de la Santísima Trinidad. Es un don tan
inconmensurablemente grande, que no te alcanzarían cientos de miles de
eternidades para ni siquiera comenzar a entenderlo, y tú, creatura
insignificante, osas despreciarlo por un miserable pasatiempo terreno, por una
diversión humana que pasa en segundos y que deja al alma con sabor a cenizas,
más el pecado, en la gran mayoría de los casos. No faltes a la Santa Misa de
los Domingos, el Santo Sacrificio del Altar, en donde Mi Padre deja en el altar
eucarístico, solo para ti, el Verdadero Maná, el Maná del cielo, la Eucaristía,
porque si faltas por pereza, cometes un grave ultraje a las Tres Divinas
Personas”.
El Demonio, desde el Infierno, con sibilina voz, nos dice: “No
asistas a Misa, diviértete el Domingo, la Misa es muy aburrida, hay cosas más
entretenidas para hacer; ¿para qué vas a ir a Misa? ¡Ese cura ni siquiera sabe
hablar! ¡Y cuántos hay en Misa que van a golpearse el pecho y después son más
pecadores que tú! ¡No vayas a Misa! ¡Ven conmigo a divertirte! ¡La pasaremos
bien, viendo fútbol por televisión, en vez de ir a Misa! ¡O haremos cualquier
cosa, lo que tú prefieras, cualquier cosa, menos ir a Misa el Domingo! ¡Yo hago
cualquier cosa por mis amigos, con tal de que no vayan a Misa los Domingos!”
Desde
la cruz, Jesús nos dice, con suave y dulce voz, al corazón: “Honra a tu padre y
a tu madre, porque ellos son mi imagen en la tierra. Si quieres saber cómo
debes honrarlos, mírame en la cruz, porque en la cruz Yo entregué mi vida por
mis padres, derramando hasta la última gota de Sangre por ellos. Si quieres
saber cómo honrarlos, sólo fíjate cómo viví y cumplí Yo mismo este hermoso
mandamiento en mi vida terrena, e imítame, demostrándoles cariño, respeto y
aprecio, y ayudándolos en todo lo que necesiten y obedeciéndoles en lo que te
manden, y cuando sean ancianos, tómalos a tu cargo. No pongas condicionamientos
a este mandamiento, y si tus padres no fueron buenos contigo, hónralos
igualmente, que Yo te recompensaré en la vida eterna por tu esfuerzo por
amarlos”.
El Demonio, desde el Infierno, con sibilina voz, nos dice: “¡No
hagas caso de este mandamiento! ¡Cuanto antes te liberes del yugo de los
padres, mejor! ¡Emancípate cuanto antes! ¡No prestes oído a sus sermones! Y si
insisten en reprenderte porque quieres hacer tu propia voluntad y no la de
ellos, levántales la voz y, si es necesario, la mano, y ya verás cómo las cosas
cambian. Y cuando lleguen a viejos, ¡déjalos que se arreglen solos! ¡Tú vete y
haz tu vida, que yo te estaré a tu lado, acompañándote, y seremos buenos
amigos!
Desde
la cruz, Jesús nos dice, con suave y dulce voz, al corazón: “No quites la vida
a tu prójimo, ni a ti mismo, porque la vida no te pertenece, ni la tuya propia,
ni la de tu prójimo, porque el Autor y Creador de la vida de las creaturas Soy
Yo, el Dios de la Vida, porque Yo Soy la Vida Increada en sí misma, y el que da
la vida a todo ser viviente; por Mí viene a la vida todo lo que tiene vida,
porque Yo creo la vida de toda creatura viviente; Yo doy la vida y Yo quito la
vida, porque Yo Soy el Dueño de toda vida creada y nada ni nadie tiene derecho
sobre los seres vivientes, sino Yo. Por eso te digo: no mates, no levantes la
mano contra tu prójimo, no cometas aborto, no cometas homicidio, no cometas
suicidio, no seas violento, ni pendenciero, ni busques la violencia de ninguna
forma, porque Yo Soy el Dios de la paz, y detesto a los violentos y arrojo
fuera de Mi Presencia a los violentos y no subsisten delante de Mi Presencia
los iracundos. Acuérdate que Yo dije en el Evangelio: “Bienaventurados los
mansos y humildes de corazón”. Yo en la cruz destruí la muerte y vencí para
siempre al Dragón violento, sembrador de discordia. Busca la paz, ama la paz,
desea la paz, da la paz a tus hermanos, y el Dios de la paz, que Soy Yo mismo,
estará contigo. Cuando tengas la tentación de levantar tu mano para herir y
matar a tu hermano, mira mis manos, clavadas en la cruz, atravesadas por
gruesos clavos de hierro, por ti, para que tú no levantes tu mano homicida
contra tu hermano; mira mis manos perforadas por gruesos clavos de hierro, y si
levantas tus manos, que sean en oración hacia Mí, que estoy en la cruz y en el
sagrario, y que sean para auxiliar a tu prójimo más necesitado, y no para herir
a tu hermano”.
El Demonio, desde el
Infierno, con sibilina voz, nos dice: “¡No hagas caso de este mandamiento! El
mundo pertenece a los más fuertes. Sé violento, arrogante, soberbio. Tienes que
imponerte por la fuerza, porque los débiles y cobardes nada logran. En el
Infierno, hay muchos violentos, que siguen siendo violentos e iracundos por
toda la eternidad. Allí pueden descargar su ira para siempre, pero esa ira va
mezclada con el terror que les provoca mi compañía y mi visión. Si quieres que
yo sea tu compañero para siempre, descarga tu ira cuantas veces lo desees, y yo
te estaré esperando abajo…”.
Desde
la cruz, Jesús nos dice, con suave y dulce voz, al corazón: “No cometas actos
impuros, no forniques, no desees la mujer de tu prójimo, vive en la castidad, conserva
tu cuerpo, tu mente, tu corazón y tu alma puros, porque tu cuerpo es templo del
Espíritu Santo, tu mente es sede de la Sabiduría divina, tu corazón es altar de
la Eucaristía y tú me perteneces todo entero, con todo tu ser, con todo lo que
tienes, con todo lo que eres, con todo tu pasado, tu presente y tu futuro; míos
son tu tiempo y tu eternidad; no los contamines con impurezas y con obras
carnales, porque fuiste creado para el cielo, para el Reino de mi Padre, en
donde no existe la corrupción ni la impureza. Cuando te acometa la tentación,
mira mi Cabeza, coronada de espinas: son tus malos pensamientos, consentidos,
que se han materializado en gruesas, duras y filosas espinas, que desgarran mi cuero
cabelludo y hacen brotar múltiples ríos de Sangre que corren por mi Cabeza y bañan
mi Santa Faz. Entonces, si no te mueve ni el deseo del cielo, ni el temor del
infierno, que al menos te mueva el deseo de no provocarme más dolor, y haz el
propósito de ser puro, casto, limpio, de cuerpo y alma; no te contamines con
las impurezas carnales, para que seas merecedor de las delicias celestiales,
reservadas a las almas castas e inmaculadas, las almas que se revisten de la
gracia santificante.”.
El Demonio, desde el Infierno, con sibilina voz, nos dice: “¡Haz
lo que quieras! ¡Comete todas las impurezas carnales que quieras! ¡Disfruta de
esta vida, que después de esta vida, no hay otra! Además, estos placeres
carnales, no se terminan nunca, y en todo caso, si te quieres convertir,
conviértete, pero deja la conversión para mañana. Dios es misericordioso y pura
misericordia, ¿cómo va a condenarte? ¡Fornica tranquilamente, consume
pornografía tranquilamente, mantén relaciones pre-matrimoniales tranquilamente,
total, Dios te perdonará siempre, aunque no tengas propósito de enmienda! Para eso
está la confesión, para absolverte, aunque no estés arrepentido. Comete toda
clase de impurezas, acalla tu conciencia, cumple mis mandamientos al pie de la
letra, los mandamientos de Satán, y seremos amigos por la eternidad.
Desde
la cruz, Jesús nos dice, con suave y dulce voz, al corazón: “No digas mentiras
ni levantes falso testimonio, porque si esto haces, te conviertes en cómplice
del Padre de la mentira, el Demonio, el Engañador, y no hay nada que Yo deteste
más, que la mentira. No soporto a quien dice mentiras; no tolero a los falsos,
a los mentirosos; esos no duran ante Mi Presencia, porque Yo Soy la Verdad
Absoluta; Yo Soy la Sabiduría Divina, y en mí no hay falsedad alguna. No entrarán
en el cielo los que dicen mentiras, los que juran en falso, los que tuercen la
Verdad, los que dicen medias verdades, y son arrojados del cielo los que osan
decir mentiras, como el Padre de la mentira, Satanás, quien fue el primero y el
último en decir una mentira en el cielo. El dijo la única mentira pronunciada
en el cielo: “¡Yo soy como Dios!”, y por esa osadía, fruto de su mente enferma,
perversa y diabólica, San Miguel Arcángel, por orden mía, combatió y lo expulsó
para siempre de mi Reino. Nunca entrarán en el cielo los que dicen mentiras,
los que juran en falso, los que calumnian a su prójimo, los que difaman, los
que escuchan con placer falsedades acerca de su prójimo. Cuando quieras decir
una mentira, o cuando tengas la tentación de decir una calumnia sobre un
prójimo, mírame a Mí en la cruz, y fíjate cuál es el precio de la calumnia, porque
Yo fui Víctima Inocente de las calumnias, las difamaciones, y de las
acusaciones injustas de mentirosos y falsarios, que me acusaron en un juicio
inicuo. Mírame y contémplame con todas mis heridas, abiertas y sangrantes, y
piensa en mi dolor, que es actual, profundo, lacerante, y piensa en mi muerte
en cruz, humillante, dolorosa, lancinante, porque es el fruto de las calumnias
y difamaciones, y no calumnies ni difames ni digas mentiras, porque si lo
haces, te vuelves partícipe de mi muerte en la cruz y cómplice del Padre de la
mentira. Sé amante de la Verdad y siempre veraz, y que tu “sí” sea “sí” y tu “no”
sea “no”, porque todo lo demás, viene del Maligno”.
El Demonio, desde el
Infierno, con sibilina voz, nos dice: “¡No tengas escrúpulos en mentir!
Acuérdate de este principio mío, tan eficaz: “Miente, que algo quedará”. La mentira
es el arma de los astutos. Claro, que tienes que tener siempre presente tu
mentira, para no quedar atrapado por ella. Di siempre mentiras, cuantas más
mentiras digas, tanto más te acercarás a mí, y llegará un momento en que
estarás tan cerca de mí, que entonces te atraparé, y ya no te separarás nunca
más de mí. ¡Miente, para que vivamos siempre juntos, allá abajo, en el Reino de
la mentira, de la falsedad y de la impiedad!”
Desde
la cruz, Jesús nos dice, con suave y dulce voz, al corazón: “No robes ni
codicies los bienes ajenos. Cuando tengas la tentación de apoderarte de lo que
no es tuyo, mírame a Mí en la cruz, e imítame a Mí, que siendo Dios, nada
material tengo en la cruz, porque ninguno de los bienes materiales que tengo en
la cruz, me pertenecen, ya que el leño de madera, el letrero que dice: “Jesús
Nazareno, Rey de los judíos”, los tres clavos de hierro que atraviesan mis
manos y mis pies, y la corona de espinas que taladra mi Cabeza, me han sido
prestados por mi Padre, y el paño con el que me cubro mi humanidad, me lo ha
prestado mi Madre amantísima, pues era el velo con el que cubría su cabeza;
todos estos bienes materiales, han sido usados por Mí, para salvar a la
humanidad, para salvarte a ti, y han quedado en la tierra. Tú, haz lo mismo con
tus bienes materiales: úsalos y adminístralos en tanto y en cuanto te sirvan
para llegar al cielo; compártelos con tus hermanos más necesitados, no los
acumules sin necesidad, porque nada material te llevarás a la otra vida. Atesora
en cambio, tesoros para el cielo, tesoros espirituales, que son las obras de
misericordia, corporales y espirituales, porque esos tesoros, sí te llevarás a
la otra vida; entra en la otra vida, con tus alforjas cargadas de tesoros
espirituales. Recuerda: donde esté tu tesoro, ahí estará tu corazón: que tu
tesoro sea la Santa Cruz, la Eucaristía y el Inmaculado Corazón de María, para
que tu corazón esté siempre ahí, a buen resguardo; que tu tesoro no sea nunca
el ni el oro ni la plata, porque de lo contrario, con ellos perecerá para
siempre, como le sucedió a Judas Iscariote, que por preferir escuchar el
tintineo metálico de las monedas de plata, antes que escuchar los latidos de mi
Sagrado Corazón, como lo hizo en cambio Juan Evangelista, ahora debe escuchar,
para siempre, el rugido aterrador del Príncipe de las tinieblas. No desees los
bienes materiales; desea en cambio, los bienes del cielo, la Santa Cruz, la
Eucaristía y el Inmaculado Corazón de María, y así serás feliz, en esta vida y
en la vida eterna”.
El Demonio, desde el
Infierno, con sibilina voz, nos dice: “Si te postras ante mí, te daré todo el
oro del mundo. Tendrás fama y serás reconocido y estimado por los grandes de la
humanidad. Lo único que tienes que hacer es darme tu alma, como lo hizo aquel que
vendió a su Maestro, por treinta monedas de plata. Solo necesito saber cuál es
el precio de tu alma, para que hagamos el trato. Dímelo, y cerremos el trato: a
cambio de unos cuantos bienes materiales, que en pocos años no valdrán nada, tú
me darás tu alma inmortal y tu cuerpo, y yo los poseeré para siempre, en las
cárceles del Infierno. Tú disfrutarás del oro y de la plata por unos pocos
años, que pasan volando, en un abrir y cerrar de ojos, y yo te tendré a mi
disposición, para hacerte sufrir, por toda la eternidad, en mi lago de fuego.
¡Cerremos el trato cuanto antes, véndeme tu alma por un puñado de billetes!”.
Querido
joven: desde la cruz, Jesús nos pide que cumplamos los Mandamientos de Dios, que
se resumen en uno solo: “Amarás a Dios por sobre todas las cosas, y al prójimo
como a ti mismo”, para que seamos eternamente felices en el Reino de su Padre,
pero no nos obliga a cumplirlos, puesto que respeta al máximo nuestro libre
albedrío.
Desde
el Infierno, Satanás nos tienta para que cumplamos sus mandamientos, los
mandamientos de Satanás, que se resumen en uno solo: “Haz lo que quieras,
cumple tu voluntad y no la de Dios”; tampoco nos obliga, pero no quiere nuestra
felicidad, sino nuestra completa destrucción y nuestro dolor eternos, y para
eso es que nos tienta permanentemente.
La
Sagrada Escritura lo dice: “Ante el hombre están la vida y la muerte, el bien y
el mal, lo que él elija, eso se le dará” (cfr. Eclo 18, 17). Delante nuestro, están los Mandamientos de Cristo
Dios, o los mandamientos de Satanás; lo que elijamos, eso se nos dará. Que María
Santísima, Madre del Amor hermoso, interceda por nosotros, para que siempre
elijamos vivir y cumplir los Mandamientos de Cristo Dios.
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