Para apreciar la belleza de estos Mandamientos, que en su
parte positiva buscan la pureza del cuerpo y del alma, es conveniente meditar
acerca del pasaje de la Escritura en donde se habla acerca del cuerpo humano
como “templo del Espíritu Santo”: “¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo
del Espíritu Santo, que está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois
vuestros?” (1 Cor 6, 19).
Esta pertenencia del cuerpo al Espíritu Santo se debe a la
acción de la gracia santificante, por el Sacramento del Bautismo, y para
comprender mejor de qué manera el
Espíritu Santo es Dueño del cuerpo, podemos hacer una analogía con un templo
material, en cuyo interior se encuentra Jesús Eucaristía en el sagrario: así
como Jesús Eucaristía está en el sagrario, y así como el templo en el que Jesús
Eucaristía, Presente en el sagrario, le pertenece a Jesús Eucaristía, así, de
la misma manera, el Espíritu Santo, está Presente, en Persona, en el cuerpo,
que es su templo, en virtud del Sacramento del bautismo. Entonces, si al templo
material, en el cual se encuentra Jesús, hiciéramos entrar –hipotéticamente-
animales de todo tipo –vacas, cerdos, gallinas, caballos, toros, etc.- y los
encerráramos por varios días, sin darles de comer y sin darles atención de
ningún tipo, al cabo de unos días, el templo se encontraría todo lleno de
estiércol y de orina, porque los animales, obviamente, harían sus necesidades
fisiológicas en el templo; esto, sin lugar a dudas, constituiría una
profanación del templo y un ultraje a la Presencia sacramental de Jesús
Eucaristía, que se encuentra en el sagrario, porque nosotros no podríamos
decir: “Yo hago en el templo lo que quiero, porque el templo es mío”. No, no
podemos hacer eso, porque el templo no es nuestro; el templo es de Jesús, que
se encuentra en Persona, en el sacramento de la Eucaristía, en el sagrario, y
si nosotros hacemos entrar animales y dejamos que hagan sus necesidades
fisiológicas en el templo, o dejamos que se apareen en el templo, estamos
profanando el templo, que es un lugar sagrado, y que no nos pertenece, porque
es de Jesús. Análogamente, pasa con nuestro cuerpo: no podemos decir: “Yo hago
lo que quiero con mi cuerpo”, porque no es nuestro, sino del Espíritu Santo; no
podemos profanarlo con actos impuros, ni con relaciones sexuales
pre-matrimoniales o contrarias a la naturaleza, porque en nuestro cuerpo
inhabita el Espíritu Santo, por el sacramento del Bautismo, y Él es el Dueño de
nuestro cuerpo, y si hacemos esas cosas, profanamos nuestro cuerpo, templo del
Espíritu, y lo ultrajamos a Él, Tercera Persona de la Santísima Trinidad.
Lo mismo vale para el alcohol, las drogas de todo tipo, la
pornografía, los pensamientos impuros, las acciones deshonestas, y CUALQUIER
tipo de relación sexual que no sea la relación entre el varón y la mujer (es
decir, bendecida por el sacramento del matrimonio y siempre que sea de modo
natural y por lo tanto, abierta a la vida): si alguien entrara en un templo
material, en el que se encuentra Jesús en el sagrario, en la Eucaristía y, no
obstante la Presencia de Jesús en la Eucaristía, derramara a lo largo y ancho
del templo, cientos de litros de vino, de whisky, de bebidas alcohólicas de
toda clase, y se pusiera a fumar marihuana, cocaína, crack, y drogas de todo
tipo, y luego se pusiera a proyectar videos pornográficos, utilizando el altar
para colocar allí una pantalla de cine, todo eso sería, indudablemente, un
horrible sacrilegio y un ultraje que clamaría al cielo y que exigiría la más
inmediata reparación, antes de que la Justicia Divina descargue todo el peso de
su Ira sobre el culpable de semejante blasfemia y profanación del templo de
Dios. Pues bien, esta horrible profanación de un templo material, que sucedería
en un hipotético caso, en un templo material, si alguien, que estuviera fuera
de sus cabales decidiera entrar en un templo y decidiera comenzar a vaciar
cientos de litros de alcohol, desparramándolos por el piso, y luego comenzara a
fumar decenas y decenas de cigarrillos de marihuana y a inyectarse drogas de
todo tipo, y además comenzara a proyectar pornografía en una pantalla de cine,
y en el colmo de la blasfemia, se decidiera a tener relaciones en el mismo
templo, y todo esto en Presencia del Dueño del templo, que es Jesús en la
Eucaristía, Presente en el sagrario, toda esta horrible profanación, narrada
imaginariamente, es lo que sucede, sin embargo, en la realidad, cientos de
miles de veces al día, toda vez que un católico se embriaga, se droga, consume
pornografía y tiene relaciones sexuales fuera del matrimonio: sucede toda vez que
los católicos profanan su cuerpo, que es templo del Espíritu Santo, consumiendo
alcohol en exceso, drogándose, consumiendo pornografía, y teniendo relaciones
fuera del matrimonio, o cometiendo actos impuros.
Todo esto sucede por no tener en cuenta que el cuerpo no nos
perteneces, sino que le pertenece a la Tercera Persona de la Santísima
Trinidad, el Espíritu Santo: “Vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo”
(cfr. 1 Cor 6, 19).
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