El Adviento, que significa “llegada” o “venida”, es un
tiempo de gracia, dado por Dios, para que preparemos nuestro corazón para una
doble venida del Señor: para conmemorar, litúrgicamente, la Primera Venida, y
para prepararnos para la Segunda Venida en la gloria, al fin de los tiempos.
Solo si vivimos el Adviento como el período de gracia
destinado a prepararnos para recibir al Mesías que vino, que viene y que vendrá,
solo así, podremos vivir una Navidad verdaderamente cristiana. De lo contrario,
¿De qué manera podemos vivir el Adviento, según la voluntad
de Dios?
Por medio de la penitencia –necesaria para reparar por
nuestros pecados y los de nuestros hermanos-, la oración –sin oración, no hay
vida espiritual, por lo que es tiempo propicio para rezar el Rosario y hacer
Adoración Eucarística- y la misericordia –porque el Dios que viene es un Dios
Misericordioso, de manera que, para que pueda sentirse a gusto en nuestros
corazones, debe encontrar en ellos misericordia y solo misericordia-.
Podríamos decir que hay un tercer significado del Adviento,
y es el Adviento o llegada que se produce en cada Santa Misa, porque en cada
Santa Misa, Jesús, el Redentor, baja del cielo en el momento de la consagración
y viene a nuestros altares eucarísticos para quedarse en la Eucaristía y así
poder luego ingresar en nuestros corazones.
Es para estos tres Advientos que debemos prepararnos, es
decir, debemos prepararnos para conmemorar la Primera Venida de nuestro Dios,
que vino como Niño en Belén; para recibir en estado de gracia a nuestro Dios,
que viene oculto en cada Eucaristía, y para recibir, en gracia y con obras de
misericordia, al Dios que vendrá, en el esplendor de su gloria, en la Parusía,
al fin de los tiempos, para dar la recompensa a los buenos y el castigo a los
malos.
Para esta triple “venida” o “llegada” del Redentor a
nuestras almas –el Dios que vino, que viene y que vendrá-, es que debemos
preparar nuestros corazones, por la fe, por la gracia y por la misericordia.
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