(Homilía para un matrimonio sacramental)
En el mundo en el que
vivimos, caracterizado por el ateísmo, el agnosticismo, el materialismo, no se
comprende el valor del sacramento del matrimonio. Se piensa que es un mero
trámite religioso, reservado para quienes tengan algo de devoción suficiente
como para desear llevarlo a cabo. No se comprende que en el sacramento del matrimonio
está la clave de la felicidad de los esposos y de la futura familia, formada
por ellos y sus hijos.
En otras palabras, no da lo mismo recibir o no recibir el
sacramento del matrimonio.
Para darnos una idea de la importancia del sacramento del
matrimonio, tomemos la siguiente imagen: una pareja de enamorados –que pueden
ser ustedes mismos- se encuentra en una playa –o en un bosque-, en una noche
fría de invierno; es una noche muy oscura, con nubes densas que tapan incluso
la luz de la luna. Deciden, para combatir el frío y la oscuridad, encender
entre los dos, una fogata. La fogata les proporciona luz y calor, y así logran
su propósito, combatir el frío y la oscuridad. Sin embargo, a medida que pasan
las horas y al consumirse los leños, la fogata se va apagando, paulatinamente, de
manera tal que, de fogata grande que era inicialmente, se convierte luego en un
pequeño fuego, luego en brasas y, finalmente, al amanecer, ya solo hay cenizas.
De la fogata inicial, solo quedan cenizas, que se las lleva el viento. ¿De qué
se trata esta imagen? Esta fogata, construida entre ambos, es el amor esponsal pero
meramente humano, en el que no entra el Amor de Dios, el Amor de Cristo. El amor
humano, por fuerte que sea, sin la ayuda divina, termina por desaparecer. Sea por
las tribulaciones de la vida, sea por el éxito en la vida mundanamente
hablando; sea por el paso del tiempo, o por cualquier otro motivo, el amor
meramente humano termina, indefectiblemente, por desaparecer, de la misma
manera a como la fogata termina por ser reducida a cenizas. Esto es lo que
sucede en un amor esponsal en el que no entra el Amor de Cristo.
Pero hay una manera para evitar esto y es conseguir un fuego
que, a diferencia del fuego de la fogata, no se apague nunca. Es decir, hay una
manera de hacer que este amor esponsal, que los hace tan felices, que los lleva
a querer estar unidos para siempre, no solo no desaparezca nunca, sino que
aumente cada vez más, y la forma, es conseguir un fuego de amor que no se
apague nunca. ¿Dónde conseguir este fuego, que permita que el amor de los
esposos no solo no finalice nunca, sino que aumente cada vez y se prolongue
incluso, desde esta vida, a la eternidad? Este fuego de amor se encuentra en el
Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, porque en Él arde el Fuego del Divino
Amor, que es el Espíritu Santo. Y el Sacramento del matrimonio es la “puerta”
que conduce al Corazón de Jesús, la Eucaristía, porque si los esposos no están
unidos sacramentalmente, no pueden comulgar. Esa es la razón por la cual la
Iglesia pide a los esposos, unidos en sacramento, que acudan a la misa
dominical, para que recibiendo al Corazón Eucarístico de Jesús, reciban con Él
el Fuego que arde en su Corazón, el Fuego del Divino Amor, que no solo
purifique su amor esponsal humano, sino también que lo santifique y que haga
que continúe por la eternidad. Si los esposos, unidos en sacramento, se
alimentan de la Eucaristía dominical, van a experimentar que el amor esponsal
que los hace tan felices, al punto de no querer vivir separados el uno del
otro, aumentará cada vez más en esta vida, y continuará por toda la eternidad. Por
ese motivo es que no da lo mismo recibir o no recibir el Sacramento del matrimonio.
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