(Homilía
en ocasión del aniversario de un instituto de educación Primaria y Secundaria)
Una institución que se dedica a impartir conocimientos es,
por sí misma, un bien inapreciable para la sociedad en la que está inserta
porque permite que los integrantes de las familias, célula básica de la
sociedad, se perfeccionen, al adquirir conocimiento. El conocimiento es una
perfección; es algo que hace al individuo más perfecto de lo que era antes,
porque antes no poseía ese conocimiento y ahora sí. No poseer conocimiento es
el equivalente a carecer de un bien básico y elemental de la vida humana. El ser
humano es un ser inteligente –la inteligencia, facultad espiritual que emana
del alma espiritual, es lo que lo distingue de los seres irracionales- y,
porque es inteligente, busca siempre saber. Se puede decir que la sed de saber
es inherente al hombre y es la razón por la cual el hombre, buscando satisfacer
esa sed de saber, se dedica a investigar a sí mismo y a su entorno. El hombre,
como ser inteligente que es, busca siempre respuestas a los interrogantes que
él mismo se formula, como fruto de su actividad inteligente. Una institución
educativa, al impartir el conocimiento por el cual el hombre satisface esta sed
de saber, contribuye a su desarrollo y perfeccionamiento en cuanto persona, es
decir, en cuanto ser creatural inteligente.
Ahora bien, el hombre no es solo un ser inteligente, sino
que también está dotado de voluntad, la cual también es una capacidad
espiritual. Por medio de la voluntad, el hombre puede amar y cuanto más ama,
más plenamente realiza su capacidad volitiva, como así también, cuanto más
estudia e investiga, más plenamente realiza su capacidad intelectiva.
Una
institución educativa es un don en el sentido de que permite, al ser humano,
realizar en su plenitud las facultades de su alma, sus capacidad intelectivas y
volitivas. Es decir, una institución educativa contribuye a que el ser humano
se realice cada vez más plenamente como ser humano, al permitir el desarrollo
de lo que lo distingue como ser humano, las capacidades intelectuales y
volitivas de su alma espiritual.
Pero
para que ambas potencias espirituales -la inteligencia y la voluntad- alcancen
su verdadero desarrollo y expandan al máximo sus capacidades, es necesario que
la inteligencia sea siempre guiada por la Verdad Una y Absoluta y que la
voluntad desee siempre el Bien Uno y Absoluto. Cuando la inteligencia no busca
la Verdad Una y Absoluta y cuando la voluntad no desea el Bien Uno y Absoluto,
ambas potencias espirituales dejan de cumplir su función de perfeccionar al
hombre, porque la verdad relativa y el bien que no es absoluto son imperfectos
y por lo tanto, el ser humano que se contente con el relativismo y con el bien
moral inferior, nunca tenderá ni alcanzará la perfección. Y la institución
educativa que se deje guiar por el relativismo y el bien moral inferior, deja
de cumplir con su cometido de facilitar la perfección del ser humano.
En todo orden del conocimiento humano, tanto la inteligencia
como la voluntad tienen que estar guiados por el Amor a la Verdad y al Bien
Absolutos, no relativos. Esto quiere decir que es falsa la aserción: “Cada cual
tiene su propia verdad; cada cual decide qué está bien y qué no está bien”. Eso
es falso, porque la Verdad es una sola, es Absoluta, y el Bien es uno solo, es
Absoluto. No hay una verdad a medias, como tampoco hay un bien a medias. Quien se
contenta con la verdad y el bien a medias, nunca alcanzará la plenitud de la
perfección.
Ahora bien, es necesario tener en cuenta que, en el plano
ontológico, en el plano de la realidad substancial de las cosas, la Verdad y el
Bien Absolutos no son ideales abstractos e inexistentes: tienen un Rostro, un
Cuerpo, un Nombre y es Jesús de Nazareth, el Hombre-Dios. Jesús es la Verdad de
Dios Encarnada; Jesús es el Amor y la Misericordia Divina encarnados y por eso
no hay Verdad más grande que Jesús y no hay Amor más grande que Jesús.
Todo conocimiento humano debe estar guiado y orientado hacia
la Verdad y el Bien absolutos, Cristo Jesús, para que pueda así cumplir su
objetivo de perfeccionar al espíritu humano. Cualquier conocimiento humano que
no esté guiado hacia Cristo Jesús, ni orientado por Cristo Jesús, ni iluminado
por Cristo Jesús, está condenado, desde el inicio, al más completo fracaso. El conocimiento humano a nada bueno conduce si no está iluminado por la Sabiduría de la Cruz.
Entones, una institución educativa tiene por fin impartir
conocimientos, de modo que los jóvenes sean cada vez más perfectos, al
ejercitar sus capacidades intelectivas y volitivas, pero esto solo se realiza y
se cumple cabalmente cuando la inteligencia y la voluntad están guiadas por la Verdad
Absoluta y el Bien Absoluto. Y la Verdad Absoluta y el Bien Absoluto no son
entes abstractos, inexistentes en la realidad: tienen, como hemos dicho, un
Rostro, un Cuerpo y un Nombre: Jesús de Nazareth. Por esta razón, el Santo
Crucifijo en las aulas y la Religión Católica en su curriculum educativo no solo
no deben estar ausentes de toda institución educativa, sino que deben formar la
esencia de su ser educativo.
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