miércoles, 4 de abril de 2018

El conocimiento humano a nada conduce sino está iluminado por la Sabiduría de la Cruz



(Homilía en ocasión del aniversario de un instituto de educación Primaria y Secundaria)

         Una institución que se dedica a impartir conocimientos es, por sí misma, un bien inapreciable para la sociedad en la que está inserta porque permite que los integrantes de las familias, célula básica de la sociedad, se perfeccionen, al adquirir conocimiento. El conocimiento es una perfección; es algo que hace al individuo más perfecto de lo que era antes, porque antes no poseía ese conocimiento y ahora sí. No poseer conocimiento es el equivalente a carecer de un bien básico y elemental de la vida humana. El ser humano es un ser inteligente –la inteligencia, facultad espiritual que emana del alma espiritual, es lo que lo distingue de los seres irracionales- y, porque es inteligente, busca siempre saber. Se puede decir que la sed de saber es inherente al hombre y es la razón por la cual el hombre, buscando satisfacer esa sed de saber, se dedica a investigar a sí mismo y a su entorno. El hombre, como ser inteligente que es, busca siempre respuestas a los interrogantes que él mismo se formula, como fruto de su actividad inteligente. Una institución educativa, al impartir el conocimiento por el cual el hombre satisface esta sed de saber, contribuye a su desarrollo y perfeccionamiento en cuanto persona, es decir, en cuanto ser creatural inteligente.
         Ahora bien, el hombre no es solo un ser inteligente, sino que también está dotado de voluntad, la cual también es una capacidad espiritual. Por medio de la voluntad, el hombre puede amar y cuanto más ama, más plenamente realiza su capacidad volitiva, como así también, cuanto más estudia e investiga, más plenamente realiza su capacidad intelectiva.
Una institución educativa es un don en el sentido de que permite, al ser humano, realizar en su plenitud las facultades de su alma, sus capacidad intelectivas y volitivas. Es decir, una institución educativa contribuye a que el ser humano se realice cada vez más plenamente como ser humano, al permitir el desarrollo de lo que lo distingue como ser humano, las capacidades intelectuales y volitivas de su alma espiritual.
Pero para que ambas potencias espirituales -la inteligencia y la voluntad- alcancen su verdadero desarrollo y expandan al máximo sus capacidades, es necesario que la inteligencia sea siempre guiada por la Verdad Una y Absoluta y que la voluntad desee siempre el Bien Uno y Absoluto. Cuando la inteligencia no busca la Verdad Una y Absoluta y cuando la voluntad no desea el Bien Uno y Absoluto, ambas potencias espirituales dejan de cumplir su función de perfeccionar al hombre, porque la verdad relativa y el bien que no es absoluto son imperfectos y por lo tanto, el ser humano que se contente con el relativismo y con el bien moral inferior, nunca tenderá ni alcanzará la perfección. Y la institución educativa que se deje guiar por el relativismo y el bien moral inferior, deja de cumplir con su cometido de facilitar la perfección del ser humano.
         En todo orden del conocimiento humano, tanto la inteligencia como la voluntad tienen que estar guiados por el Amor a la Verdad y al Bien Absolutos, no relativos. Esto quiere decir que es falsa la aserción: “Cada cual tiene su propia verdad; cada cual decide qué está bien y qué no está bien”. Eso es falso, porque la Verdad es una sola, es Absoluta, y el Bien es uno solo, es Absoluto. No hay una verdad a medias, como tampoco hay un bien a medias. Quien se contenta con la verdad y el bien a medias, nunca alcanzará la plenitud de la perfección.
         Ahora bien, es necesario tener en cuenta que, en el plano ontológico, en el plano de la realidad substancial de las cosas, la Verdad y el Bien Absolutos no son ideales abstractos e inexistentes: tienen un Rostro, un Cuerpo, un Nombre y es Jesús de Nazareth, el Hombre-Dios. Jesús es la Verdad de Dios Encarnada; Jesús es el Amor y la Misericordia Divina encarnados y por eso no hay Verdad más grande que Jesús y no hay Amor más grande que Jesús.
         Todo conocimiento humano debe estar guiado y orientado hacia la Verdad y el Bien absolutos, Cristo Jesús, para que pueda así cumplir su objetivo de perfeccionar al espíritu humano. Cualquier conocimiento humano que no esté guiado hacia Cristo Jesús, ni orientado por Cristo Jesús, ni iluminado por Cristo Jesús, está condenado, desde el inicio, al más completo fracaso. El conocimiento humano a nada bueno conduce si no está iluminado por la Sabiduría de la Cruz.
         Entones, una institución educativa tiene por fin impartir conocimientos, de modo que los jóvenes sean cada vez más perfectos, al ejercitar sus capacidades intelectivas y volitivas, pero esto solo se realiza y se cumple cabalmente cuando la inteligencia y la voluntad están guiadas por la Verdad Absoluta y el Bien Absoluto. Y la Verdad Absoluta y el Bien Absoluto no son entes abstractos, inexistentes en la realidad: tienen, como hemos dicho, un Rostro, un Cuerpo y un Nombre: Jesús de Nazareth. Por esta razón, el Santo Crucifijo en las aulas y la Religión Católica en su curriculum educativo no solo no deben estar ausentes de toda institución educativa, sino que deben formar la esencia de su ser educativo.

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