Existe una contraposición entre el mundo y la Iglesia. Ambos
son contra puestos e irreconciliables entre sí. O se es del mundo, o se es de
la Iglesia. Se es del mundo cuando se tienen pensamientos mundanos, deseos
mundanos, objetivos mundanos, como el placer, el dinero, el poder, la fama. El mundano
piensa en el mundo y solo desea las cosas de este mundo, sin pensar en la vida
eterna. Está destinado a la eternidad, pero se conforma con una vida rastrera y
baja, dominada por las pasiones y por los objetivos mundanos. El que es del
mundo está bajo el dominio del Príncipe de este mundo, el Padre de la mentira,
Satanás.
Se
es de la Iglesia cuando se tienen pensamientos santos, deseos santos, objetivos
santos. Se es de la Iglesia cuando, viviendo en la tierra, se desea el cielo,
la vida eterna, la felicidad del Reino de Dios. El que es de la Iglesia es
guiado por el suave Espíritu del Hombre-Dios Jesucristo, el Espíritu Santo,
Espíritu de Amor, de Paz, de Sabiduría, de Ciencia y de Alegría verdadera.
El
mundo ofrece ídolos mundanos que en apariencia son poderosos y apetitosos:
poder, dinero, fama, placer, y parece que están al alcance de la mano y que dan
felicidad, pero en realidad, cuando se consiguen todos los ídolos que ofrece el
mundo, en el alma solo queda vacío, amargura, dolor, pesar, frustración, angustia.
No puede ser de otra manera, porque los ídolos mundanos no pueden apagar la sed
de felicidad que posee el alma.
La
Iglesia ofrece algo que, a simple vista, parece solo un poco de pan y nada más;
es algo sencillo, simple, humilde, sin ostentación, pero que contiene todo el
deleite de los cielos y más todavía. La Iglesia ofrece la Eucaristía, que es
Jesucristo, el Hombre-Dios, que nos concede la vida eterna, el Amor de Dios, la
paz definitiva del alma, la alegría desbordante que jamás finaliza.
El
mundo ofrece ídolos y con ellos el dolor, la amargura, la muerte.
La
Iglesia nos ofrece al Rey de cielos y tierra, el Hombre-Dios Jesucristo, en la
Eucaristía, y con Él, el alma recibe la paz, el Amor, la Alegría de Dios y el
anticipo de la Vida eterna, viviendo aún en esta vida terrena.
El
mundo ofrece ídolos; la Iglesia ofrece la Eucaristía. En nuestra libertad está
elegir uno u otro. Si queremos ser felices y bienaventurados, elijamos a Jesús
Eucaristía.
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