Antes de considerar el perdón en el matrimonio, de modo
particular, podemos reflexionar acerca del perdón en general, desde la
perspectiva del Antiguo y del Nuevo Testamento.
En la Biblia el pecador es presentado como un deudor cuya
deuda Dios condona (Núm 14, 19) de
modo tan eficaz, que Dios ya no ve el pecado, puesto que este queda como “echado
atrás” de Él (Is 38, 17), como
quitado (Éx 32, 32), expiado,
destruido (Is 6, 7)[1].
Cuando se considera la pecado desde el punto de vista
jurídico y humano, el perdón no se justifica: el Dios santo debe revelar su
santidad por su justicia (Is 5, 16) y
descargarla sobre los que lo desprecian (5, 24). ¿Cómo podría contar con el
perdón la esposa infiel a la Alianza, ya que ni siquiera se ruboriza frente a
su infidelidad (Jer 3, 1-5)? Pero el
corazón de Dios no es el del hombre, y el santo no gusta de destruir (Os 11, 8ss): lejos de querer la muerte
del pecador, quiere su conversión (Éx
18, 23) para poder prodigar su perdón; porque sus caminos no son nuestros
caminos y sus pensamientos rebasan nuestros pensamientos en toda la altura del
cielo (Is 55, 7ss).
Esto es lo que hace tan confiada la oración de los
salmistas: Dios perdona al pecador que se acusa (Sal 32, 5); lejos de querer
perderlo (Sal 78, 38); lejos de despreciarlo, lo re-crea, purificando y
colmando de gozo su corazón contrito y humillado (Sal 51, 10-14); fuente abundante de perdón, Dios es un padre que
perdona todo a sus hijos (Sal 103, 8-14). Después del exilio no se cesa de
invocar al “Dios de los perdones” (Neh
9, 17) y “de las misericordias” (Dan
9, 39), siempre pronto a arrepentirse del mal con el que ha amenazado al
pecador, si éste se convierte (Jl 2,
13); Jonás queda desconcertado al ver que este perdón se ofrece a todos los
hombres (Jon 3, 10).
En el Nuevo Testamento, Jesús ha venido a “traer fuego sobre
la tierra”, pero es el Fuego del Amor de Dios; no ha sido enviado como juez,
sino como Salvador (Jn 3, 17). Invita
a la conversión a todos los que la necesitan (Lc 5, 32) y suscita esta conversión (Lc 19, 1-10), revelando que Dios es un Padre que tiene gozo en
perdonar (Lc 15) y cuya voluntad es
que “nada se pierda” (Mt 18, 12ss).
Jesús no solo anuncia este perdón, sino que además lo ejerce y testimonia con
sus obras que dispone de este poder, propio de Dios, perdonando, por ejemplo,
los pecados del hombre paralítico llevado en camilla ante Él (Mc 2, 5-11; Jn 5, 23).
Cristo corona su obra obteniendo a los pecadores el perdón
de su Padre. Ora (Lc 23, 34) y
derrama su Sangre en la Pasión y en la Cruz (Mc 14, 24) en remisión de los pecados (Mt 26, 28). Verdadero Siervo de Dios, justifica a la multitud cuyos
pecados carga (1 Pe 2, 24), pues es
el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. Por su Sangre derramada en
su Pasión y en la Cruz, somos purificados, lavados de nuestras faltas (1 Jn 1, 7) (1 Jn 1, 7; Ap 1, 5).
Cristo, usando el mismo vocabulario que en el Antiguo
Testamento, subraya que la condonación o remisión es gratuita y el deudor
insolvente (Lc 7, 42; Mt 18, 25ss). La predicación primitiva
tiene por objeto, al mismo tiempo que el don del Espíritu, la remisión de los
pecados, que es su primer efecto (Lc
24, 47; Hech 2, 38). Otras palabras,
como purificar, lavar, justificar, aparecen en los escritos apostólicos que
insisten en el aspecto positivo del perdón, reconciliación y reunión.
El perdón de Dios, en el Nuevo Testamento, se hace concreto
en la cruz de Cristo: el hombre mata al Hijo de Dios, pero Dios no responde con
su estricta Justicia, como debería, sino con Misericordia, porque en la misma
efusión de sangre provocada por los golpes de los hombres, se produce la
efusión del Espíritu Santo. El hombre atraviesa el Corazón del Hombre-Dios con
una lanza de hierro, y Dios atraviesa el corazón del hombre con un dardo de
Amor, el Espíritu Santo.
Dios Padre nos perdona en Cristo, y como debemos imitar a
Dios Padre para ser perfectos, como lo dice Jesús –“Sed perfectos, como mi
Padre es perfecto”-, entonces también debemos perdonar en Cristo, como el Padre
nos perdonó en Cristo. El cristiano que perdona en Cristo –no por motivos
humanos, ni por el paso del tiempo, ni porque tiene buen corazón-, imita por lo
tanto a Dios Padre, que en Cristo nos perdona.
Ahora bien, si el perdón exige, de parte del que perdona, la
imitación y participación del perdón de Cristo, también exige, en el que es
perdonado, el arrepentimiento que, cuanto más perfecto, mejor, lo cual implica
el cese de la conducta que es ofensiva (infidelidad, violencia, alcoholismo).
Al momento de tratar el perdón, los cónyuges no pueden, de
ninguna manera, soslayar el perdón en Cristo.
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