sábado, 17 de septiembre de 2016

El perdón en el matrimonio


         Antes de considerar el perdón en el matrimonio, de modo particular, podemos reflexionar acerca del perdón en general, desde la perspectiva del Antiguo y del Nuevo Testamento.
         En la Biblia el pecador es presentado como un deudor cuya deuda Dios condona (Núm 14, 19) de modo tan eficaz, que Dios ya no ve el pecado, puesto que este queda como “echado atrás” de Él (Is 38, 17), como quitado (Éx 32, 32), expiado, destruido (Is 6, 7)[1].
         Cuando se considera la pecado desde el punto de vista jurídico y humano, el perdón no se justifica: el Dios santo debe revelar su santidad por su justicia (Is 5, 16) y descargarla sobre los que lo desprecian (5, 24). ¿Cómo podría contar con el perdón la esposa infiel a la Alianza, ya que ni siquiera se ruboriza frente a su infidelidad (Jer 3, 1-5)? Pero el corazón de Dios no es el del hombre, y el santo no gusta de destruir (Os 11, 8ss): lejos de querer la muerte del pecador, quiere su conversión (Éx 18, 23) para poder prodigar su perdón; porque sus caminos no son nuestros caminos y sus pensamientos rebasan nuestros pensamientos en toda la altura del cielo (Is 55, 7ss).
         Esto es lo que hace tan confiada la oración de los salmistas: Dios perdona al pecador que se acusa (Sal 32, 5); lejos de querer perderlo (Sal 78, 38); lejos de despreciarlo, lo re-crea, purificando y colmando de gozo su corazón contrito y humillado (Sal 51, 10-14); fuente abundante de perdón, Dios es un padre que perdona todo a sus hijos (Sal 103, 8-14). Después del exilio no se cesa de invocar al “Dios de los perdones” (Neh 9, 17) y “de las misericordias” (Dan 9, 39), siempre pronto a arrepentirse del mal con el que ha amenazado al pecador, si éste se convierte (Jl 2, 13); Jonás queda desconcertado al ver que este perdón se ofrece a todos los hombres (Jon 3, 10).
         En el Nuevo Testamento, Jesús ha venido a “traer fuego sobre la tierra”, pero es el Fuego del Amor de Dios; no ha sido enviado como juez, sino como Salvador (Jn 3, 17). Invita a la conversión a todos los que la necesitan (Lc 5, 32) y suscita esta conversión (Lc 19, 1-10), revelando que Dios es un Padre que tiene gozo en perdonar (Lc 15) y cuya voluntad es que “nada se pierda” (Mt 18, 12ss). Jesús no solo anuncia este perdón, sino que además lo ejerce y testimonia con sus obras que dispone de este poder, propio de Dios, perdonando, por ejemplo, los pecados del hombre paralítico llevado en camilla ante Él (Mc 2, 5-11; Jn 5, 23).
         Cristo corona su obra obteniendo a los pecadores el perdón de su Padre. Ora (Lc 23, 34) y derrama su Sangre en la Pasión y en la Cruz (Mc 14, 24) en remisión de los pecados (Mt 26, 28). Verdadero Siervo de Dios, justifica a la multitud cuyos pecados carga (1 Pe 2, 24), pues es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. Por su Sangre derramada en su Pasión y en la Cruz, somos purificados, lavados de nuestras faltas (1 Jn 1, 7) (1 Jn 1, 7; Ap 1, 5).
         Cristo, usando el mismo vocabulario que en el Antiguo Testamento, subraya que la condonación o remisión es gratuita y el deudor insolvente (Lc 7, 42; Mt 18, 25ss). La predicación primitiva tiene por objeto, al mismo tiempo que el don del Espíritu, la remisión de los pecados, que es su primer efecto (Lc 24, 47; Hech 2, 38). Otras palabras, como purificar, lavar, justificar, aparecen en los escritos apostólicos que insisten en el aspecto positivo del perdón, reconciliación y reunión.
         El perdón de Dios, en el Nuevo Testamento, se hace concreto en la cruz de Cristo: el hombre mata al Hijo de Dios, pero Dios no responde con su estricta Justicia, como debería, sino con Misericordia, porque en la misma efusión de sangre provocada por los golpes de los hombres, se produce la efusión del Espíritu Santo. El hombre atraviesa el Corazón del Hombre-Dios con una lanza de hierro, y Dios atraviesa el corazón del hombre con un dardo de Amor, el Espíritu Santo.
         Dios Padre nos perdona en Cristo, y como debemos imitar a Dios Padre para ser perfectos, como lo dice Jesús –“Sed perfectos, como mi Padre es perfecto”-, entonces también debemos perdonar en Cristo, como el Padre nos perdonó en Cristo. El cristiano que perdona en Cristo –no por motivos humanos, ni por el paso del tiempo, ni porque tiene buen corazón-, imita por lo tanto a Dios Padre, que en Cristo nos perdona.
         Ahora bien, si el perdón exige, de parte del que perdona, la imitación y participación del perdón de Cristo, también exige, en el que es perdonado, el arrepentimiento que, cuanto más perfecto, mejor, lo cual implica el cese de la conducta que es ofensiva (infidelidad, violencia, alcoholismo).
         Al momento de tratar el perdón, los cónyuges no pueden, de ninguna manera, soslayar el perdón en Cristo.




[1] Cfr. X.-León-Dufour, Vocabulario de Teología Bíblica, voz “perdón”, 680ss.

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