Cuando
se pregunta a un joven cuáles son los motivos por los cuales no asisten a Misa –dominical-,
suelen dar las siguientes razones: la Misa es aburrida, no es divertida;
prefiero quedarme a dormir; suelo salir los sábados a la noche y por eso
descanso todo el domingo; voy a jugar al fútbol; tengo muchas ocupaciones. Y como
estas, muchas similares.
Ahora
bien, cuando a estos mismos jóvenes –se supone que ya han hecho la Comunión y
la Confirmación, es decir, tienen, como mínimo, cada uno, tres años de
formación catequética- se les pregunta: “¿Qué es la Misa?”, hay un porcentaje
de respuestas, cercano al 100%, que coinciden en decir que “no saben” qué es la
Misa (entendida como renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio de
la cruz).
¿Qué
responder? Lo primero a tener en cuenta, es que decir “divertido-aburrido” no
se aplica a la Santa Misa, porque la Misa no es ni divertida ni aburrida; es
algo infinitamente más que eso, es un misterio fascinante, es el misterio de
Nuestro Señor Jesucristo que, por el poder del Espíritu Santo, hace en la Misa
lo mismo que hace en la cruz. Lo que sucede es que en la Misa, no vemos este
misterio con los ojos del cuerpo, porque es invisible, pero sí lo podemos “ver”
con los ojos de la fe. ¿Qué hace Jesús en el altar? Así como en la cruz Jesús
entrega su Cuerpo en la cruz y derrama su Sangre por Amor y por nuestro amor,
así en la Misa, en altar, entrega su Cuerpo en la Eucaristía y derrama su
Sangre en el cáliz, para darnos su Amor, contenido en su Sagrado Corazón. Ir a
Misa es como “viajar en el tiempo”, a XXI siglos atrás, para estar delante de
Jesús que por Amor a mí, muere en la cruz; o también, es como si el Sacrificio
de la Cruz de Jesús “viajara en el tiempo” y se hiciera presente en nuestro “aquí
y ahora”.
En
la Misa, Jesús hace lo mismo que en la cruz, entrega su Cuerpo y derrama su
Sangre, y esto lo hace por Amor, no por obligación, porque Jesús no tenía
ninguna obligación de morir en la cruz para salvarnos. Es decir, Jesús baja del
cielo en la Santa Misa, para quedarse en la Hostia y en el Cáliz, pero no para
quedarse ahí, sino para darnos su Amor en la Comunión Eucarística.
¿Cómo
es el Amor que Jesús nos quiere dar? Imaginemos el cielo estrellado. ¿Lo
podemos medir con una cinta métrica? No, porque es infinito. Ahora,
multipliquemos este cielo estrellado por mil millones de veces; volvamos a
multiplicarlo por cientos de miles de millones de veces; volvamos a
multiplicarlo por otros cientos de miles de millones de veces: bien, el Amor
del Sagrado Corazón de Jesús es infinitamente más grande que todo esto, porque
es un Amor infinito, celestial, eterno, imposible de medir, imposible de
apreciar. Y todo este Amor, absolutamente todo, nos lo quiere dar Jesús, a cada
uno de nosotros, sin reservarse nada. Es decir, Jesús no se contenta con darnos
sólo una “parte” de su Amor: Él nos quiere dar todo el Amor de su Sagrado
Corazón. Pero para eso, necesita que nosotros vayamos a Misa, para recibirlo en
la Sagrada Comunión -previamente confesados, se entiende, porque el Amor de
Jesús es un Amor Puro y Santo, y la forma en que tenemos de purificar y
santificar nuestros corazones, manchados por el pecado, es por la Confesión
Sacramental-.
Jesús
baja del cielo y se queda en la Eucaristía, pero porque quiere entrar en
nuestros corazones, por eso nuestros corazones tienen que ser como los
sagrarios, en donde sea adorado y amado el Dios de la Eucaristía, Jesús. En el
Apocalipsis, Jesús dice: “Estoy a la puerta y llamo; si alguien me abre,
entraré y cenaré con él y él Conmigo”. Jesús golpea a las puertas de nuestros
corazones, pero sucede que estas puertas se abren solo desde adentro, es decir,
sólo yo y nadie más que yo, puede abrir esa puerta. Ni siquiera Dios, pudiendo hacerlo,
la abrirá por mí, porque Dios respeta mi libertad. Pero si yo no quiero abrir
la puerta de mi corazón a Jesús, el único que pierde soy yo, porque Jesús se
queda en la puerta de mi corazón -como si fuera un mendigo, que en vez de
mendigar pan, mendiga mi amor-, y así no me puede dar aquello que me iba a dar,
el Amor infinito y eterno de su Sagrado Corazón.
Para
que podamos entender un poco más qué es lo que sucede cuando vamos a Misa,
tomemos la siguiente imagen, la del sistema solar: puesto que en el sol se
producen explosiones atómicas que desprenden cientos de millones de grados de
calor, es fuente de luz, de calor y de vida para los planetas, como la Tierra.
¿Qué sucede con los planetas, a medida que se alejan del sol? Que se vuelven
incapaces de recibir aquello que el sol puede dar, es decir, luz, calor y vida.
Cuanto más lejos se encuentra el planeta, más oscuro, frío y sin vida se
encuentra. Y al revés, cuanto más un planeta está cerca del sol, tanto más
calor, luz y vida recibe. ¿Qué relación hay entre este ejemplo del sistema
solar, Jesús Eucaristía y nosotros? Que en el mundo espiritual, el Sol que
ilumina las almas es Jesús Eucaristía, uno de cuyos nombres es el de “Sol de
justicia”, y al igual que el astro sol, Jesús también da luz, calor y vida,
pero que son la luz de Dios, el calor del amor de Dios y la vida de Dios, porque
Él es Dios, Él es el Dios de la Eucaristía. Con respecto a los planetas, que en
el sistema solar giran alrededor del sol, somos nosotros, pero a diferencia de
los planetas, que son seres inanimados y que no tienen otra posibilidad que
girar en la órbita en la que los puso el Creador, nosotros, en cambio, somos
libres, y podemos determinar, libremente, si queremos acercarnos al Sol de
justicia, Jesús Eucaristía, o si queremos, también libremente, alejarnos de Él.
Ahora bien, nos sucederá lo mismo que les sucede a los planetas: cuanto más
lejos estemos de ese Sol celestial que es la Eucaristía, tanto más envueltos en
las tinieblas del alma –el error, el pecado- estaremos, tanto más fríos estarán
nuestros corazones, tanto más muertos estarán nuestros espíritus. Por el contrario,
si nos acercamos más a Jesús Eucaristía, tanto más recibiremos de Jesús lo que
Jesús Es y quiere darnos: la Vida de Dios, el calor del Amor de Dios, la luz de
Dios, y así nuestras almas estarán llenas de la vida divina, nuestros corazones
arderán en el fuego del Divino Amor y todo nuestro ser estará iluminado por la
luz de la gracia santificante que nos comunica Jesús.
Por
último, Jesús se quedó en el sagrario, para darnos su Amor, para que nos
acerquemos a Él y le hablemos así como alguien habla con su mejor amigo, porque
Jesús es el Amigo fiel, que nunca falla; Jesús en el sagrario lee nuestros
pensamientos, conoce nuestros sentimientos, nuestras necesidades materiales y
espirituales, pero quiere que seamos nosotros los que le contemos lo que nos
pasa. No hay ningún problema, tribulación, o situación existencial, por dura
que sea, que Jesús no la resuelva, porque Él es Dios, pero Él quiere que
confiemos en Él y que acudamos al sagrario, para pedirle por nuestras
necesidades, pero sobre todo, para decirle que lo amamos con todo el corazón.
Querido
Joven, ¿te das cuenta de todo lo que te pierdes cuando decides no ir a Misa?
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