(Homilía en Santa Misa en acción de gracias por el ciclo lectivo de un colegio secundario y primario)
Dar gracias a Dios es el acto más debido en nuestra relación con Dios,
puesto que Dios nos colma, permanentemente, con toda clase de bienes: pensemos,
sólo para dar unos ejemplos, en los dones y beneficios que Dios nos da, que
comienzan por el solo hecho de poder respirar –efectivamente, si estamos vivos
y respiramos, es porque Dios nos mantiene en el ser-, pasan por los beneficios
materiales y espirituales de todo tipo –la inteligencia, la memoria, la
voluntad-, hasta los dones sobrenaturales más grandes, como el haber sido
adoptados como hijos por Dios, por medio del Bautismo, y habernos dado su Amor,
el Espíritu Santo, en la Confirmación, o su Perdón en la Confesión, o el
Corazón de su Hijo en cada Comunión Eucarística bien hecha. Es decir, a Dios
siempre debemos darle gracias, porque todo lo bueno, absolutamente todo, viene
de Dios, y si Dios permite que algo malo nos suceda, es porque con su
omnipotencia, puede sacar algo bueno para nosotros; además, nunca permite más
carga que la que podamos soportar, y si nos da una cruz, nos da la gracia más
que suficiente para poder sobrellevarla. Dios nos colma permanentemente de
dones y ser agradecidos es signo de un alma noble y de que reconocemos que de nuestro
Padre Dios procede todo bien.
En
este caso, le damos gracias por el año lectivo que finaliza, con todo lo que esto significa: tener la oportunidad de estudiar, porque muchos niños y jóvenes no la tienen; tener padres o encargados nuestros que se preocupan por nuestro futuro y nuestro progreso, tener profesores que nos enseñen; tener un establecimiento adonde ir a estudiar; son todos dones que damos por descontados, pero que proceden todos de la bondad de Dios; le damos gracias por los amigos, y también por los que no lo son, porque así tenemos oportunidad de practicar el mandamiento de Jesús: "Ámense los unos a los otros, como yo los he amado". Al mismo tiempo
que le encomendamos el año nuevo, con todo lo que la incerteza del futuro
depara. La mejor acción de gracias que podemos dar a Dios es, precisamente, la
Santa Misa, porque en la Santa Misa es Jesús mismo, en Persona, quien ofrece la
acción de gracias a Dios Padre por nosotros y para nosotros.
Dar gracias a Dios, entonces, por medio de la Santa Misa, es
reconocer que Dios es nuestro Padre Bueno, que nos concede toda clase de
bienes, desde el simple hecho de respirar, hasta el bien más grande, que es el
Cuerpo Sacramentado de su Hijo Jesús en la Eucaristía.
Pero además de ofrecer la Santa Misa en acción de gracias,
hay algo más que podemos y debemos hacer, como parte de nuestra acción de
gracias a Dios, y es ofrecerle nuestro propio corazón, pero no de cualquier
manera, sino un corazón “contrito y humillado”, es decir, un corazón que se
humilla ante su Presencia en la Eucaristía y ante su Cruz, y un corazón
contrito –triturado, dolido-, por los pecados. Para hacer esto, es necesario
tener aversión al pecado, que es todo lo malo que surge de nuestro propio
corazón –malos pensamientos, malos deseos, malas obras, malas palabras-, porque
todo lo malo nos separa de Dios, que es Bondad infinita.
Entonces, en esta acción de gracias, además de ofrecer la
Santa Misa, ofrezcamos a Dios Padre un corazón contrito –dolido por los
pecados- y humillado –postrado ante Jesús crucificado-, como la mejor acción de
gracias que podamos darle, junto con la Eucaristía.
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