Al igual que de un camino o ruta que se traza entre dos
ciudades, se dice que tiene un sentido, porque se inicia en un lugar y termina en
otro: nadie construye un camino que vaya a ninguna parte y en el camino no hay ningún letrero que diga: "Camino a ninguna parte". Siempre hay un destino, siempre hay un punto de arribo, de llegada; siembre hay un sentido: de la misma manera, también esta vida terrena tiene un sentido, porque comienza en el tiempo
y finaliza en la eternidad, luego de atravesar el umbral de la muerte terrena. Después
de esta vida terrena, existe otra vida, la vida eterna y esta vida terrena no
es sino una prueba y una preparación para esa vida eterna.
El sentido de esta vida terrena es el de lucha para
conquistar la vida eterna, la felicidad en la contemplación de la Trinidad en
los cielos. Ahora bien, el hombre es libre y si bien está destinado a esta vida
eterna, no todos la alcanzarán, en el sentido de que no todos quieren la vida
eterna. Dios respeta nuestra libertad y en nuestra libertad está el poder
decidir si queremos alcanzar o no la vida eterna. Para el cristiano –y para todo
hombre, aunque no lo sepa-, la única forma de alcanzar la vida eterna es a
través de la cruz de Jesucristo. No hay otra forma de alcanzar la vida eterna,
que no sea por la cruz de Cristo, por Cristo en la cruz.
Vivir esta vida terrena sin la perspectiva de la vida
eterna, es vivir una vida sin sentido, igual que un camino que no conduce a ninguna parte: solo la cruz de Cristo, en cuanto nos
alcanza la vida eterna, le da sentido –el único sentido- a esta vida terrena y el camino para llegar a Cristo es, a su vez, la Virgen. Como
cristianos, permanezcamos siempre unidos a Cristo crucificado, a fin de poder
alcanzar la vida eterna.
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