miércoles, 6 de junio de 2018

Existe un Dios Trino que nos ama



(Homilía para niños y jóvenes de una institución educativa)

         Existe un Dios que es Trino en Personas y uno en naturaleza, un Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo y ese Dios quiere algo de nosotros, los seres humanos: quiere nuestros corazones y quiere nuestro amor. “Dios es Amor”, dice la Escritura, y fuimos creados por un Dios que es Amor, para que le retribuyamos en el Amor y para que seamos felices en el Amor, es decir, en Dios, que es Amor. Quien busque la felicidad fuera de Dios Trino y su Ley, que es una Ley de Amor, no solo no encontrará nunca al verdadero Amor, sino que nunca será feliz y su vida será una vida infeliz y sin sentido.
         Solo en Dios Trino, Dios que es Creador, Redentor y Santificador y que lo único que quiere de nosotros es que le abramos nuestros corazones para que Él pueda llenarlos con su Amor, sólo en Él y en el cumplimiento de su voluntad que es ésta y no otra, el ser humano alcanza no solo el sentido de su vida, sino la plenitud de su vida, en esta vida, en medio de las tribulaciones y persecuciones del mundo, y en la otra vida, en la felicidad de la contemplación de la Trinidad. Solo en Dios Uno y Trino alcanza el ser humano la vida plena y feliz; fuera de Él y su Ley de Amor, sólo hay tristeza y amargura.
         Pretender ser felices en esta vida al margen de Dios Uno y Trino y su Ley de Amor, es como pretender llegar ilesos a destino si ingresamos a contramano en una autopista: indefectiblemente, quien haga esto, no solo no llegará nunca a destino, sino que en su locura -¿a quién, que esté sano de mente, se le ocurre transitar en una autopista a contramano?- arrastrará a muchos otros en su fracaso.
         Si queremos vivir una vida plena, si queremos que nuestra juventud y nuestra vida joven tenga un sentido; si queremos ser felices en esta vida y en la otra, no nos apartemos de Dios; unámonos a Él por el amor, la fe y los sacramentos. No hay otra forma de alcanzar la felicidad y la vida plena que uniéndonos al Dios de Misericordia infinita, Cristo Jesús, que desde la Cruz y desde la Eucaristía implora nuestro mísero amor. Dios nos ama tanto, que como un mendigo suplica por un mendrugo de pan, así Dios suplica por la miseria de nuestro corazón, desde la Cruz y desde la Eucaristía. No hagamos oídos sordos a las súplicas de Amor de un Dios que no dudó en encarnarse, en morir en la Cruz y en quedarse en la Eucaristía, sólo para suplicarnos nuestro amor.

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