jueves, 29 de junio de 2017

La alternativa del joven: seguir a Cristo o seguir a los ídolos mundanos


         Nuestro siglo XXI se caracteriza, entre otras cosas, por el gran avance tecnológico, técnico y científico en todas las áreas de investigación de la ciencia humana. Este gran avance, propio de nuestros días, hace que un hombre cualquiera del siglo XXI, posea comodidades imposibles siquiera de imaginar para los más poderosos reyes de la Antigüedad. Algunos de estos avances son, por ejemplo, el progreso de la medicina, con la notable mejora en la calidad de vida y el aumento promedio de vida, que de cuarenta-cincuenta años ha pasado a ser de setenta a ochenta años; la telefonía celular; la computación; internet; televisión satelital, etc. Todo esto sin contar, por ejemplo, con los vuelos intercontinentales, la creación de vehículos automovilísticos de última generación, equipados con la más avanzada tecnología, diseñados por computadora con la mayor elegancia y con todas las ventajas aerodinámicas, los trenes, los barcos, y todos los grandes inventos que día a día aparecen y mejoran la calidad de vida. Por todo esto podemos decir que nosotros, los hombres del siglo XXI, poseemos elementos materiales y avances tecnológicos y científicos jamás alcanzados en la historia de la humanidad, lo cual es un aspecto sumamente positivo de nuestro siglo XXI.
Sin embargo, el mundo en el que vivimos, también tiene aspectos negativos y oscuros que ensombrecen estos aspectos positivos. Ante todo, nuestro siglo XXI se caracteriza por ser materialista, hedonista, relativista, ateo, ocultista e idolátrico.
Nuestro mundo es materialista, porque en nuestros días el amor al dinero ha reemplazado al amor a Dios, siendo el hombre capaz de cometer los peores crímenes, con tal de conseguir dinero y por eso es que no es en vano que Jesús advierte que “no se puede seguir a Dios y al dinero”.
Nuestro mundo es hedonista, porque el placer sensual y erótico y la satisfacción carnal de las pasiones, ha reemplazado al verdadero amor, que es espiritual, esponsal, filial, y que nada tiene que ver con la genitalidad; nuestro mundo ha falsificado la palabra “amor”, haciendo pasar por amor lo que es satisfacción baja y animal de las pasiones carnales.
Nuestro mundo es relativista, porque ha vuelto las espaldas a la Verdad Absoluta, la Sabiduría de Dios, Cristo Jesús, para prestar oídos a toda clase de falsas religiones y sectas, que se inventan un dios a su medida, a la medida de su corazón egoísta y contaminado por el pecado, y es así como, al perder la esperanza en la vida eterna, se busca satisfacer, perversamente y al máximo posible, los sentidos del cuerpo, precisamente porque no se cree en una vida eterna, en el Juicio Particular y en el Juicio Final, en el que Dios, Justo Juez, dará a cada uno el cielo o el infierno, según lo que cada uno haya ganado con sus obras libres.
Nuestro mundo es ateo, porque no cree más en Dios y en su Cristo, el Mesías el Dios de la Eucaristía, Cristo Jesús, y lo ha reemplazado por un falso dios, la propia conciencia y la propia voluntad humana, y es así como los católicos, que deberían dar al mundo el testimonio de que Cristo es Dios y que está vivo y glorioso, resucitado, en la Eucaristía, se comportan como ateos, como quienes no creen en Dios y no esperan en la vida eterna. Porque el joven católico no cree en el Dios de la Eucaristía, Jesucristo, no da importancia al silencio de la oración, necesaria para escuchar la voz de Jesús.
Nuestro mundo es ocultista, porque habiéndose separado de la luz del mundo, Cristo Eucaristía, se ha vuelto a las sombras del esoterismo, del ocultismo, de la magia, el satanismo, cumpliendo lo anunciado por el Evangelio de Juan: los hombres rechazaron la luz, que es Cristo Eucaristía, y prefirieron las tinieblas, que son el ocultismo, la superstición y la magia.
Por último, nuestro mundo es idolátrico, porque a semejanza del Pueblo Elegido, que se postró ante el becerro de oro, un ídolo construido por sus propias manos, así el católico de hoy, no se postra en adoración ante el Cordero de Dios, sino ante los ídolos del mundo, del fútbol, del espectáculo, de la música, del cine, y es así que, al mismo tiempo que las iglesias se vacían, se llenan los estadios y los paseos de compras, y al silencio interior, necesario para escuchar la voz de Dios, se lo reemplaza en cambio por el estruendo y el ruido, vacíos de calma, paz y verdadera alegría.

Al joven de hoy, se le presentan, por lo tanto, dos opciones: o seguir a Jesucristo, cargando la cruz, por el camino del Calvario, que es el que lleva a la vida eterna, y en este seguimiento tiene que renunciar a sus pasiones y a lo que estimula sus pasiones, como las substancias tóxicas, el alcohol y la anti-música disfrazada de música popular,  o el seguir a los ídolos del mundo, que le darán satisfacción sensorial temporal, pero llenarán sus corazones de vacío existencial y los sumergirán en profundas tinieblas espirituales. 
En cada joven está la decisión, puesto que somos libres, y nadie, ni siquiera Dios, puede tomar una decisión en nuestro nombre. Tomemos la decisión de seguir a Cristo, que es el Camino, la Verdad y la Vida, el Dios Eternamente joven, el Único que puede darnos la verdadera paz en esta vida y la alegría sin fin en la vida eterna. 

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