martes, 9 de abril de 2019

La fascinante aventura de aprender a aprender


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         Por lo general, entre los estudiantes, la palabra “estudio” tiene una carga negativa, porque se la asocia a algo arduo, duro, sacrificado, aburrido. Sin embargo, cuando se analiza el proceso del conocimiento –que comienza en la realidad sensible y se eleva a lo insensible para producir algo inmaterial, el pensamiento-, el “estudio” adquiere una dimensión totalmente distinta.
         En el proceso de adquisición de conocimientos, la persona que estudia, el estudiante, se perfecciona desde el momento en que adquiere algo que antes no tenía y es, propiamente, el conocimiento. Partiendo de la realidad sensible particular, el intelecto del hombre percibe la imagen que le proporcionan los sentidos externos y el sentido interno –el sentido común-, para elaborar “algo”, que no es particular sino universal y que no es material sino inmaterial, el concepto o pensamiento. Es decir, el estudio es un acto productivo, desde el momento en que produce conceptos, que son entes inteligibles, que le permiten al hombre conocer la realidad y apropiarse de ella. Conocer es, en cierto sentido, apoderarse de la realidad, es hacer propia la realidad: esa realidad que está ahí afuera de mi espíritu y es material y particular, por el proceso del pensamiento, la adquiero para mí, porque elaboro un universal abstracto, que es el pensamiento y que me pertenece. Por esta razón los autores como Aristóteles afirman que el estudio, en el que se aplica el proceso de conocer, perfecciona a la persona, porque la hace más perfecta que antes de conocer: ahora posee algo –inmaterial, insensible, intelectual-, que antes no lo poseía y es el pensamiento. Estudiar, entonces, se vuelve una tarea fascinante, porque a la par que me perfecciona, me permite “apoderarme” de la realidad, haciendo que esa realidad sea mía en mis conceptos. El estudio, entonces, me perfecciona, al tiempo que me enriquece, porque me hace poseedor, en los conceptos, de la realidad que me rodea.
         Cuando la persona descubre lo fascinante que es aprender, por el hecho de que perfecciona a la persona en su ser y así la hace ser mejor persona y porque la hace dueña de la realidad, la palabra “estudio” no solo se despoja de su carga negativa dada arbitrariamente, sino que adquiere todo el sentido positivo de su realidad: el estudiar se vuelve entonces una verdadera aventura, una aventura en la que el alma se realiza al perfeccionarse y hacerse poseedora de la realidad. A estas características se les agrega otro aspecto que hace al estudio aun más fascinante, que es algo mucho más grande que simplemente “no ser aburrido” o “ser divertido”: el que estudia se hace dueño de la Verdad Absoluta, de la cual depende toda verdad participada.
         Lo mejor que le puede pasar a un estudiante es que aprenda a aprender, porque así le descubrirá el sabor exquisito del estudio, que conduce a la fascinación de la Verdad Absoluta, de la cual dependen todas las verdades participadas y descubiertas en la aventura de estudiar.

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