miércoles, 12 de octubre de 2016

Dónde está la verdadera felicidad


         Hay algo que todos tenemos desde que nacemos, y es el deseo de ser felices. A nadie le gusta ser in-feliz; a nadie le gusta ser desgraciado; a nadie le gusta pasarla mal, y eso porque, desde que nacemos, tenemos un apetito de felicidad.
         El problema está en dónde buscar la felicidad, para calmar esa hambre de felicidad.
         El mundo nos de hoy nos enseña una falsa felicidad: nos engaña, diciéndonos que la felicidad está en tener dinero, en ser famoso, en disfrutar de los placeres. Y así vemos cómo, en la televisión, en internet, en los diarios y revistas, los más felices parecen los que se dan todos los placeres del cuerpo, los que tienen más dinero, los que tienen más propiedades y autos. Pero todo eso es falso. Ahí no está la felicidad.
         Querer ser felices con el dinero, o con la fama, o con los placeres carnales, es como querer rellenar un abismo con un balde arena: es imposible. De la misma manera, es imposible que seamos felices con estas cosas materiales, porque Dios no nos creó para ser felices con las cosas de la tierra. Cuando nos creó, Dios puso en nosotros hambre de felicidad, apetito de alegría, pero esa felicidad y esa alegría no se calman, de ninguna manera, ni con dinero, ni con bienes, ni con placeres. Es como un camino ancho, fácil de transitar, pero que termina en un pozo negro, oscuro, sin fondo, y del cual no se sale nunca.
Todos tenemos deseos de ser felices, pero esa felicidad nos la puede dar sólo Jesús, el Dios eternamente joven, el Dios que está en la cruz y está en la Eucaristía. El hambre de felicidad, el apetito de alegría con el que Dios nos creó, se sacia solamente con un pan, que no es el pan que conocemos, sino que es un Pan que baja del cielo, y ese Pan es la Eucaristía. Alimentándonos con ese Pan, nuestra alma, que es como un abismo, se llena hasta rebalsar con el Amor, la Alegría, el Gozo, la Paz y el Amor de Dios, y así es plenamente feliz. Tan feliz, que ya no quiere ninguna otra cosa.

No equivoquemos el camino de la felicidad, que es estrecho y angosto, en subida, pero que termina en el cielo.

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